Las reformas en la banca siguen sin dar resultados
Elías Amor Bravo, economista
En varias ocasiones, he tenido la
oportunidad de explicar por qué no puede existir ni funcionar un
sistema bancario en una economía en la que no existen derechos de
propiedad. Por mucho que se empeñe el régimen castrista, en Cuba,
en las condiciones actuales, el crédito seguirá siendo un ejercicio
de improvisación y de marketing, como la mayor parte de las reformas
de los llamados “Lineamientos”. En ese sentido, un artículo en
Granma titulado “Banco de Crédito y Comercio financia a
trabajadores por cuenta propia”, publicado hoy, viene a poner de
manifiesto las notables distancias que separan a este sector de lo
que se podría denominar una operativa racional.
Y ello, a pesar de que el Banco de
Crédito y Comercio (Bandec) ha sido la institución que más ha
financiado a trabajadores por cuenta propia, desde la aprobación en
el 2011 de la nueva política crediticia en Cuba, con la emisión de
casi 30 millones de pesos en préstamos. A pesar de ello, apenas un
5% del medio millón de trabajadores por cuenta propia existentes en
la economía castrista se han financiado con el recurso al crédito,
según informó a AIN, Idayvis Pernas, funcionaria de Banca Empresa
la entidad.
¿Por qué es un fracaso el crédito a
los privados en la economía castrista, a pesar del desarrollo, según
dicen, de una amplia labor publicitaria? La propia Pernas da la
respuesta a esta pregunta al reconocer “que los nuevos actores
económicos continúan reacios al crédito, a involucrarse con los
bancos, y entre las causas menciona la falta de hábito y cultura
sobre el tema”.
¿Falta de hábito y cultura sobre el
tema? Conviene recordar a la funcionaria del Banco, que los cubanos
hacen muy bien de desconfiar del sistema crediticio existente en el
país.
Primero, porque después de las
confiscaciones realizadas por las autoridades a comienzos de los años
60 y la posterior transformación de moneda y el control de los
depósitos del Che Guevara, el primer corralito de la historia de
América Latina, la credibilidad de los bancos cayó a cifras
negativas. La huida masiva de empleados y profesionales del sector, renuentes a
convertirse en meros funcionarios obedientes de las consignas
ideológicas, y el desprecio de la llamada “revolución comunista”
al papel de los bancos en una economía de mercado, terminaron de
hacer el resto. No es extraño que los cubanos desconfíen de unos
bancos propiedad del estado, carentes de cualquier modelo de
operatoria basado en criterios de racionalidad económica e incapaces de atender
las demandas de los consumidores, con la mínima confianza. Además, y esto es lo más importante, a las autoridades que dirigen el país les importa un bledo que la banca funcione bien o mal. Cualquier interés en la misma, es pura demagogia.
Segundo, porque las bases de la
actividad bancaria y crediticia en la economía castrista no existen.
Los bancos, para poder funcionar, necesitan que se respeten los
derechos de propiedad y además, que estén bien definidos para poder
constituir avales y garantías sobre los préstamos. Si los bancos no registran
tales activos en su operatoria, cualquier préstamo concedido se convierte en un salto en el vacío, que
puede llevar a la insolvencia estructural a las entidades.
Tercero, porque hasta ahora, y por
deseo expreso de las autoridades, la actividad por cuenta propia en
Cuba se ha movido a niveles muy bajos de inversión, en actividades
intensivas en trabajo que demandan poco capital, y por ello, la
financiación de las operaciones se ha podido realizar sin el recurso
al crédito de las oficinas bancarias del estado. A ello, hay que
añadir los bajos niveles de servicio de los bancos, muchos de ellos
sin expedir tarjetas de crédito, ofrecer servicio de cajeros automáticos o servicios de abono y cargo
en cuenta de los servicios o las nóminas. La realidad es que los
millones de cubanos que trabajan para el estado siguen cobrando el
sobre en metálico y las oportunidades para ellos de hacer negocios
con los bancos son muy limitadas, por no decir, nulas.
Cuarto, el temor de los trabajadores
por cuenta propia a ser investigados, controlados y manipulados por
una banca al servicio del gobierno y del partido, a la que nadie
quiere ofrecer sus cifras de negocio, por miedo a las prácticas
habituales delatorias y confiscatorias. Mientras no desaparezcan
estos comportamientos por parte del sistema bancario, no veo fácil que se confíe en los bancos.
En el artículo de Granma se reconocen de alguna manera
estos problemas, al señalar que “los escasos financiamientos
otorgados por esta institución reafirman el peso relevante que poseen otras fuentes de
acumulación en el desarrollo del sector por cuenta propia, como las
remesas, los préstamos de familiares y la movilización del ahorro
interno”. Eso es tirar balones fuera y no entrar en la solución del problema.
¿Qué se puede hacer?
La respuesta es
que en las actuales condiciones, muy poco. Casi nada. Por mucho que
se empeñen en modificar o flexibilizar las exigencias legales
establecidas en el Decreto Ley 289 del 2011, no es a golpe de normas
como se promueve la actividad económica privada, sino ofreciendo
servicios bien definidos que respondan a las demandas existentes. En
ese sentido, es un error la medidan propuesta por Bandec de
conceder hasta 20.000 pesos (antes eran 10.000) exentos de garantía
o aval, y a partir de esa cantidad, asegurar solamente el 50 % del
crédito. Aumentarán los incobrables. Además, otra cuestión que conviene aclarar es por qué esta medida
no se aplica en La Habana, por ejemplo.
El problema no es conceder más o menos
dinero, o rebajar las garantías. El problema es que tales garantías
no existen ni se pueden constituir en ausencia de derechos de
propiedad privada. En el entramado legal y administrativo del régimen
castrista no es difícil comprobar lo complicado que puede resultar
la realización de operaciones que en otros países apenas tienen
dificultades y que forman parte del comportamiento habitual de las personas.
Y lo mismo cabe decir de otras
propuestas como ampliar periodos de gracia, mínimas tasas de
interés, documentación menos engorrosa y exoneración del cobro de
la comisión por el análisis del financiamiento, etc para los que
comienzan una actividad no estatal. Con eso no se resuelven los problemas de fondo.
Iniciativas como la creación del
gestor de microcrédito, que es asombroso que no existiera en el
sistema bancario hasta prácticamente hace unos meses, para ofrecer asistencia a los trabajadores en el área donde laboran,
sin necesidad de que recurran a las oficinas comerciales, ponen de
manifiesto el atraso tecnológico, productivo y empresarial de un
sector que, mucho nos tememos, en cuanto se abra a la economía
internacional, pasará a ser controlado por bancos extranjeros.
Lo cierto es que el sistema bancario es
pieza angular del crecimiento de una economía y su deficiente y obsoleto modelo de
funcionamiento, como ocurre en Cuba, puede lastrar los procesos
iniciados de “reformas”. La existencia de doble moneda, por
ejemplo, es un problema grave que no hace más que generar problemas
administrativos y de gestión.
Lo importante es saber que Cuba, antes
del caos de 1959, tuvo un sistema bancario moderno, eficiente y
competitivo, basado en los derechos de propiedad privada, innovador y orientado a las demandas de los
clientes. Incluso existía un Banco central con competencias de política
monetaria avanzadas para los estándares de la época. Todo aquello fue destruido por la transformación revolucionaria emprendida por los
Castro. Por desgracia, no se volverá a recuperar.
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