En torno a la batalla económica de Díaz Canel

Elías Amor Bravo, economista
 
Cuando Díaz Canel dice que “la batalla fundamental de Cuba es la económica”, tiene toda la razón del mundo. Sin renunciar al ejercicio de las libertades públicas, el pluralismo político y el respeto a los derechos humanos, la vida de los cubanos podría mejorar si la economía abandonase el escenario de crisis estructural en que se encuentra inmersa como consecuencia del modelo de base estalinista existente. Nada nuevo detrás de este enunciado, bien conocido por tres generaciones de cubanos. La economía seguirá siendo improductiva e incapaz de mejorar la prosperidad y el bienestar de la población mientras no se produzca un giro de 180º en las condiciones actuales. Y eso, pensando en Díaz Canel, es prácticamente imposible.

Por eso, no es extraño que el dirigente castrista dijera textualmente ante la Comisión de Asuntos Económicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular que la mayor parte del tiempo debe emplearse en cómo destrabamos cosas, en cómo le quitamos hojarasca al camino que conduce a la solución de los problemas económicos y financieros”.

En economía hay que llamar a las cosas por sus nombres, y dejarse de circunloquios. Me atrevo a sugerir lo siguiente.

Destrabar es lo primero. Correcto. Destrabar es retornar al espacio de las libertades económicas, restaurando los derechos de propiedad para todos los cubanos, consolidando la libre empresa privada y el mercado como instrumento de asignación de recursos. Y, por supuesto, diseño de un nuevo modelo de planificación económica, similar al imperante en otros países de economía mixta. Es decir, destrabar significa que el sector privado tiene que alcanzar el 80% de los activos de la economía, y no poco más del 20% como ocurre en la actualidad. No es difícil. Vietnam o China lo hicieron con reformas profundas, y ahí están. Impartiendo doctrinas.

Quitar hojarasca del camino. Por supuesto. Hay que reconvertir el aparato estatal, o las OSDES y todo el entramado intervencionista burocrático del régimen castrista. Y además, hacerlo rápido. Se tiene que elaborar una nueva ley para que la inversión extranjera pueda canalizarse realmente hacia los cubanos, y buena parte del sector presupuestado debe pasar a mejor vida, sobre todo los patrimonios de las llamadas organizaciones de masas. Ahí se podría desmovilizar recursos de la improductividad a la eficiencia. Y con todo ello se podrían sentar las bases para un cambio, pero los resultados, por desgracia, no llegarán de forma inmediata.

Lo cierto es que noto cierta resignación en Díaz-Canel, en Esteban Lazo, en Machado Ventura, y en toda la cúpula del régimen. Asumen que la economía cubana en 2018 crecerá solo un 1%, la mitad del crecimiento planificado, que ya era de por si bajo, un 2%. Posiblemente el resultado acabará siendo peor. Y con ello, se mantienen las consabidas insuficiencias de la economía nacional que, según el diagnóstico de Díaz Canel, obedece “a los problemas acumulados, estructurales y de funcionamiento”, en lo que se podría interpretar como una velada crítica a su antecesor, lo que acaba siempre acompañado de la referencia al “bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos”.

Echar la culpa al presidente Donald Trump, por lo que califican de persecución financiera, y situar el dato en 4.321 millones de dólares en 2018 no solo parece desproporcionado, sino irreal. Más aún cuando las previsiones para 2019 no ofrecen motivos de alegría para nadie. En definitiva, un año “de ordenamiento y ajuste”, en el que se insiste en el “cobro oportuno de las exportaciones, evitar gastar más de lo que se ingresa e invertir con calidad”, recomendaciones que, por su absoluta simpleza, no merecen más comentarios.

Ese es el nivel en que se mueve la economía cubana. Cualquier consideración debe partir de ahí. Ni riesgo, ni motivación, ni proyecto. No existe el menor interés en los gestores en que las cosas funcionen, básicamente porque nadie es dueño de nada. Ni el agricultor de las tierras arrendadas, ni el trabajador por cuenta propia del local en que presta sus servicios. No es posible crecer, ni se permite la acumulación de la riqueza. La apuesta del régimen es resistir sin hacer los cambios que la racionalidad económica demanda. De ese modo es imposible garantizar las “inversiones asociadas a los programas fundamentales del país”. El círculo vicioso de la economía es cada vez peor.

Desde esta perspectiva, la lucha contra la burocracia emprendida por Díaz Canel parece una broma de mal gusto, porque su poder se cimenta, en buena medida, en esa tecnocracia que frena cualquier eventual apertura de la economía. Díaz Canel, que forma parte de esa burocracia castrista, sabe muy bien que es el principal obstáculo para “reforzar y capacitar las estructuras y equipos de gestión económica” que se debe inspirar por modelos similares a los que existen, y funcionan, en otros países. Pretender que los dirigentes actuales de la economía actúen de forma “más intensa, proactiva y concreta, impulsando y no demorando las decisiones” exige aceptar nuevos sistemas de propiedad y retribución, carrera profesional, garantías de protección jurídica, en suma, la creación de figuras de gestión empresarial privada capaces de remontar la postración general de la economía, pero con las correspondientes recompensas.

Por todo ello, Díaz Canel se equivoca al defender la necesidad de “fortalecer la empresa estatal socialista”. Como ya se ha señalado, aquí hay mucho que destrabar y de quitar hojarasca. Tal vez donde más. Aquellas leyes confiscatorias de 1959,1960 y 1961 que trasladaron toda la capacidad productiva de la otrora competitiva economía cubana al paquidermo estatal, pueden ser reversibles, e incluso existen procedimientos transparentes de privatización para aquel que quiera poner el contador a funcionar. Cualquier otro pensamiento es solo eso. Pérdida de tiempo ante las urgencias económicas del país.

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