Sin azúcar no hay país
Elías Amor Bravo, economista
El hacendado
cubano José Manuel Casanova dijo aquella frase referida al sector
azucarero cubano, “sin azúcar no hay país”, y parece mentira
cómo han cambiado las cosas. En 2018, parece que las autoridades que
dirigen el país no tienen ni idea de qué hacer para que Cuba vuelva
a tener algo que ver, aunque sea poco, con el azúcar. Una lástima.
Dando vueltas, no hacen más que meter la pata una y otra vez. Azúcar y país están patas arriba.
Esto es lo que
cabe concluir de un artículo publicado en Granma con el título “La
apuesta es hacer una buena zafra”. Un asunto que parece traer de
cabeza a los diputados de la comisión permanente Agroalimentaria de
la Asamblea Nacional, dedicados a estos temas, y que se enfrentaron
hace unos días a un, y cito a Granma, “enjundioso informe sobre los resultados del
control y fiscalización al cumplimiento de las acciones de
aseguramiento con vistas a la realización de la presente contienda”.
Valdés Mesa y
Gladys Bejarano, el vicepresidente del gobierno y del partido, y la
responsable de la Contraloría asistieron a esta sesión declarando
que “debemos hacer una zafra eficiente para no solo cumplir el
plan, si es posible sobrepasarlo”. ¿Pedir peras al olmo?Las tres cosas: imposibles.
Parece mentira
que la experiencia y cualificación acumulada, el know how empresarial y laboral,
la tradición cultural que existe en Cuba desde los tiempos de la
colonia en relación con el azúcar, se hayan dilapidado por los
comunistas de esta forma tan indolente y trágica. Es como si
Andalucía y la provincia de Jaén, donde se produce casi el 65% del
aceite de oliva de España, abandonase este cultivo y su producción, y además, los
supervivientes, tuvieran que aprender algo que ya venían haciendo
con éxito durante siglos antes. Ni más ni menos.
El daño
antropológico que el régimen castrista ha causado al azúcar cubano
es incalculable. Basta leer la crónica de Granma para darse cuenta
en qué estado tan lamentable se encuentran simplemente prestando atención a lo que consideran problemas de urgente solución.
Pues claro que
los problemas no se resuelven con "varitas mágicas", y en ese sentido,
la referencia a las “prácticas que nunca debieron dejarse”
parece acertada, lo que ocurre es que luego, como siempre, intentan justificar al
único responsable directo de la debacle del azúcar cubano, el mismo Fidel
Castro, que no contento con “tener las fuerzas completas, moler
alto y estable y no permitir indisciplinas”, obligó al cierre de
ingenios así como a abandonar el cultivo de la caña a comienzos de
este siglo.
El resto es más
de lo mismo. Por mucho que Valdés Mesa exhorte “a rescatar la
identidad, la tradición y la cultura de trabajo de este sector”,
es un canto en el vacío, porque las estructuras que hacen mover al
sector ya no existen, y no se debe pensar que la producción de
azúcar dependa de “procesos políticos realizados antes del inicio
de la campaña” porque el cañaveral, el tajo, el transporte y la
molienda, tienen muy poco que ver con la política y las prácticas
estalinistas al uso en la economía cubana.
El azúcar cubano
necesita, como otros sectores de la economía, regresar a su modelo
técnico productivo histórico, basado en los derechos de propiedad
de la tierra y la empresa privada libre. No existe alternativa a ese
modelo, porque ya basta con 60 años de continuos fracasos. Fidel
Castro siempre ha estado en los desastres del azúcar cubano: desde
el absurdo intento de lograr los 10 millones en 1969 cosechando con
las manos, hasta 2002 cuando ordenó presa de un ataque de ira el
cierre del sector.
Si se quiere aumentar los rendimientos por
hectárea o recuperar las capacidades industriales, para mejorar la
generación de energía, no hay otra alternativa que atraer el
capital extranjero para que provoque lo antes posible una
modernización de las instalaciones y su puesta a punto para lograr
los aumentos de productividad. Y por supuesto, sin presencia estatal
en los negocios, porque los resultados de la inversión extranjera al
amparo de la Ley 118 son funestos.
En cuanto a la
calidad de la siembra, si realmente existen 220.196,8 hectáreas
destinadas a la producción de caña, como dice Granma, y esta situación "condiciona y
limita los incrementos progresivos de materia prima y por
consiguiente el tiempo de la contienda", no queda otro remedio que
acudir a los países productores a comprar semilla, o poner a los
equipos de investigación agropecuaria de Cuba en el desarrollo de la
misma. No es admisible que se quede Cuba sin semilla para producir
caña de azúcar.
Los recursos
económicos para acometer estas medidas, sin duda necesarios, pueden venir del Grupo Azucarero
Azcuba, que debería ser cerrado o privatizado, y todos sus fondos
millonarios, actualmente canalizados a actividades burocráticas,
lanzarlos hacia el sector privado productivo. Azcuba, al igual que las demás OSDES, es un organismo burocrático e ineficiente que lejos de estimular la economía, la
entorpece. La acción de los propietarios libres en la dirección del azúcar cubano resulta esencial.
Por último, y en
relación con el necesario “encadenamiento del azúcar” con otras
actividades, empresas y sectores, todo dependerá de la capacidad
productiva y la eficiencia, así como una gestión más profesional,
independiente y menos política.
Mientras los dirigentes comunistas sigan
perdiendo el tiempo escuchando los “controles de la Contralora General”,
y sus planes y soluciones basados en “disciplina,
orden y exigencia en el trabajo” el azúcar cubano seguirá cayendo
por la pendiente del desbarajuste comunista. Nada ni nadie podrá
recomponer el país, porque sin azúcar, va a ser muy difícil
lograrlo.
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