La defensa de los derechos humanos en Cuba



Hoy 10 de diciembre, precisamente el aniversario de la Declaración de Derechos Humanos pisoteada por el régimen castrista de forma sistemática desde 1959, en Granma se dedican a glosar los 40 años transcurridos desde lo que llaman el “diálogo con la emigración”, uno más de esos instrumentos de propaganda que Fidel Castro supo aprovechar en beneficio propio, cuando se empezaban a percibir los indicadores del final de su llamada “revolución”.

Y no deja de ser curioso que se acuerden en Granma tan solo de lo ocurrido a partir de 1978. Eso también tiene una carga ideológica importante, porque si del exilio, la diáspora o la emigración cubana se ha de hablar con propiedad, es necesario partir de aquellos sucesos terribles de la nochevieja de 1958. Básicamente porque en estos primeros 20 años de la llamada “revolución” se muestra con total claridad el absurdo ensañamiento de Fidel Castro con el pueblo cubano que solo tuvo una opción si quería ser libre: huir del país, dejándolo todo atrás. Familias, amigos, relaciones, proyectos personales e incluso diplomas de estudios porque durante muchos años, el régimen se encargó de hacerlos desaparecer.

La crónica del exilio cubano no empezó ese 6 de septiembre de 1978, al que se refiere Granma, cuando Fidel Castro, rodeado de periodistas, muchos de ellos procedentes de EEUU, lanzaba una invitación a miembros de la comunidad cubana en la diáspora para participar el 8 de diciembre, en lo que él denominó “diálogo directo” imponiendo como condición que fueran excluidos los así nombrados «cabecillas de la contrarrevolución». El, como siempre, imponiendo condiciones.

No voy a ser yo quien enjuicie a personas que actuaron de una determinada forma hace 40 años. Siempre he pensado que el amor por la tierra en la que uno nace y ha vivido buena parte de su vida, puede ser superior a las aspiraciones políticas e ideológicas. Y lo digo con total sinceridad porque en 49 años en España he visto partir de este mundo a grandes cubanos que amaban su tierra y que se marcharon con el deseo de un retorno a la isla que Fidel Castro hizo imposible. Muchos de los que en el largo período que media entre 1959 y 1978, que intentaron regresar a Cuba para volver a ver a sus padres o hermanos, e incluso, aquellos que pedían permiso para asistir a los funerales de un ser querido, se encontraban con el rechazo miserable de quien se sabe dueño de todo, absolutamente todo.

Nadie recuerda esta historia en Granma, por eso quiero dar testimonio de la misma en este blog dedicado al análisis de los asuntos económicos. Y quiero darlo porque me parece que hoy es el día más adecuado para recordar que los cubanos hemos sido, lo seguimos siendo, víctimas de un sistema político totalitario y autoritario que aspira a camuflarse para evitar críticas, pero que desde los orígenes cuando comenzaron los fusilamientos cruentos, las detenciones y la prisión o los juicios populares, nunca ha tenido el más mínimo respeto por los derechos humanos de todos los cubanos.

Sintiéndose con las manos libres para hacer y deshacer a su placer, Fidel Castro cercenó desde el primer momento, los derechos humanos de los religiosos y las monjas dedicados a labores sociales y asistenciales; de todos aquellos colectivos y personas que se oponían a sus doctrinas comunistas porque no eran las suyas; de los homosexuales que fueron reprimidos en uno de los episodios más lamentables de la historia de nuestro tiempo; e incluso de niños inocentes a los que convirtió, por medio de una educación manipuladora, en “pioneros” que deberían aspirar a ser como un personaje de gatillo fácil llamado el Che.

Hasta ese punto destruyó la vida en Cuba, que destruyó los pilares del sistema económico y de las empresas, arrebatándolas a sus legítimos propietarios, pisoteó los derechos de la propiedad y el patrimonio acumulado por las personas durante años de trabajo y esfuerzos, los ahorros en los bancos, los planes de pensiones y de jubilación, impidiendo su recuperación o el justo precio de sus titulares. Se apropió de la riqueza nacional y de todas las viviendas privadas y se adueñó de los inventarios de todos los que emprendían la huida hacia la libertad durante más de tres décadas. Primero los grandes propietarios, después de ellos los profesionales y las clases medias, finalmente todos los cubanos sin distinción, que solo pensaban en una idea que se acentuó tras el invento del llamado “periodo especial” que provocó la mayor desafección social con el régimen. Era entonces el momento de abrir las puertas y permitir la salida masiva, hasta entonces controlada y reprimida, como a los balseros a los que disparaba en su huida de la isla los guarda fronteras que debían estar justo para lo contrario, protegerles y darles ayuda.

El censo de aberraciones en contra de los derechos humanos podría ser interminable. El caso es que todavía en 2018 siguen existiendo presos políticos en las cárceles castristas, me niego a llamarles cubanas, y el proceso de reunificación familiar de los cubanos lejos de conseguirse, está simplemente roto, en buena medida por la existencia de dificultades, en otra, porque muchos de los que soñaban con ese reencuentro, han pasado a mejor vida y por desgracia, ya no están entre nosotros. Lo peor de todo es que en Cuba, nadie de la dirigencia comunista, ha hecho el más mínimo esfuerzo por resolver el contencioso, y hacerlo además, de la única forma que es posible. Como desaparecen todas las dictaduras, sin dejar rastro y convocando elecciones plurales y libres.

Es más fácil dedicarse a la propaganda, como hace Granma, y hablar de contactos entre Fidel Castro y la emigración desde aquel lejano 1978, que al final quedaron en solo eso, porque desde el primer momento se pudo comprobar que el interés del dictador por todo aquello era solo para recuperar su imagen, deteriorada por las guerras de África o la presencia en los no alineados, donde no era bien recibido.

Las propuestas que se lanzaron por la comunidad exterior, como la creación de un organismo o institución en Cuba para atender los asuntos de la comunidad; el derecho al voto, elegir y ser elegido; el derecho a participar de alguna manera en las organizaciones políticas y de masas; la revisión del artículo 32 de la Constitución relativo al no reconocimiento de la doble ciudadanía; el derecho a la repatriación; la promoción de viajes a Cuba de jóvenes de la comunidad para el intercambio educacional, cultural, deportivo y científico; la posibilidad de participar en las elecciones y otros procesos políticos importantes del país; el derecho a la posesión del carné de identidad; la posibilidad de una publicación dirigida a la comunidad en el exterior; hacer viable la contribución de técnicos, científicos, profesionales y obreros calificados residentes en el exterior, al desarrollo económico de Cuba, como he dicho antes, se quedaron solo en propuestas y nuca más se supo. Bueno, la respuesta del régimen castrista fue la misma de siempre: soltar a unos 3.000 presos políticos y a otros 600, por haber violado las leyes de emigración, así como la liberación de todas las mujeres sancionadas sin excepción, muchas de ellas en prisión desde hacía décadas.

De la llamada reunificación familiar, nada de nada. Conocida es la historia de cubanos a los que el régimen prohibió entrar en el país para despedir a sus padres en el último minuto. Nadie se planteó reunificación alguna desde entonces. Simplemente, era inviable hacerlo, al menos en Cuba. Por suerte era posible en el exterior, donde al cabo de dos décadas más de 2 millones de cubanos formaban la diáspora relativa más grande del mundo.

Al régimen castrista nunca le ha importado este drama humanitario. Lo ha sabido utilizar en beneficio propio, empleando el lenguaje demagógico, los insultos a personas honorables y la propaganda, que siempre han sido sus baluartes. Por eso mismo, hoy en 2018, en el día que ponemos en valor la declaración de los derechos humanos, es más necesaria que nunca la lucha por los derechos en Cuba. Todavía hay hombres y mujeres que se encuentran en prisión por delitos que en cualquier otro país democrático no tendrían ni siquiera sanción administrativa. La represión se mantiene por las fuerzas de seguridad sobre todo contra disidentes pacíficos a los que se acusa de forma parte de organizaciones criminales. La libertad de expresión está conculcada por el respeto y la obediencia comunista. No existe nada más que un partido, el resto están proscritos, y el derecho de libre asociación, pensamiento, ideas se conculca a diario por la enorme presión de la propaganda. No existe el derecho a la propiedad ni a crear libremente una empresa y construir un patrimonio libremente. Desde el Observatorio Cubano de Derecho Humanos, creemos que hay muchos derechos humanos que defender y por los que vale la pena seguir aquí. La recompensa será grande: una nación democrática y libre en la que quepan todos los cubanos.



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