Un análisis del discurso de Raúl Castro ante el G77

Elías Amor Bravo, economista

En su discurso en la Cumbre del Grupo de los 77 más China, celebrado en Santa Cruz, Bolivia, hace unos días,  el dictador cubano, Raúl Castro, dedicó buena parte de su intervención, como no podría ser de otro modo, a denunciar el “impacto devastador en las naciones en vías desarrollo provocado por la crisis económica global, resultante del irreversible fracaso del neoliberalismo, impuesto desde los principales centros de poder”.

No deja de ser sorprendente que alguien, incapaz de poner orden en la gestión de los asuntos de su propia economía, a pesar de ejercer el más absoluto control por la vía de la ausencia de derechos de propiedad y la planificación centralizada de las decisiones, se dedique a lanzar acusaciones a otros en un momento ciertamente complejo. Tal vez sea conveniente revisar algunas de las afirmaciones realizadas por el dictador ante una audiencia complacida en escuchar sus palabras, y aportar algún comentario crítico que nos ayude a resolver este entuerto.

Primer argumento de propaganda. Ampliación de la brecha sur norte. Falso. Nunca antes en la historia económica mundial se habían producido éxitos tan notables en la dinámica económica de los países y la superación del atraso y subdesarrollo en tan corto período de tiempo. Tampoco los tiene tan lejos. Precisamente dos socios suyos, China y Vietnam, que supieron romper las ataduras de la ideología marxista en la gestión de los asuntos económicos, se encuentran entre los países que más crecen. Otros tampoco evolucionan de forma negativa, pese a superar no pocas dificultades, como los países del Este de Europa, y finalmente, en América Latina, Chile es un ejemplo de la buena gestión económica, a la que se unen Panamá o Perú por motivos distintos. Esta tendencia de alguna gente como Raúl Castro a culpar al “neoliberalismo impuesto por los centros de poder” de todos los males del mundo, no se sustenta a la vista de su propio fracaso para organizar y desarrollar su economía.

Segundo argumento propagandístico. Mil 200 millones de personas en el mundo viven en la pobreza extrema. Y se fue precisamente a citar los países del África subsahariana, para indicar que el número de pobres no deja de crecer, pasando de 290 millones en 1990 a 414 millones en 2010. Precisamente, países que gracias a las exportaciones de materias primas en el mundo de la globalización, están registrando ritmos de crecimiento más que aceptables. Y en cuanto al hambre crónica, tal vez sería bueno preguntar a Raúl Castro cuántas familias en Cuba se van a la cama con un cocimiento de hojas de naranjo, en el mejor de los casos. Quienes no han sido capaces de superar el atraso de una “libreta de racionamiento” durante más de medio siglo, no deberían ir dando lecciones a los demás sobre pobreza. La miseria igualitaria, es igualmente miseria.

Tercer argumento. El “cambio climático generado -en lo fundamental- por los patrones de producción y consumo irracionales y derrochadores de los países industrializados que, de mantenerse, para el 2030 harían falta recursos naturales equivalentes a dos planetas”. Hay que agradecer que en esto sea menos alarmante que su hermano, que lleva más de veinte años anunciando una guerra nuclear. Pero si se habla de procesos productivos derrochadores no debe ir muy lejos, los índices de la economía castrista son más que evidentes del despilfarro y la falta de eficiencia. Vaya, es que hasta ellos mismos lo reconocen.

Y como el que no quiere la cosa, acabó haciendo mención un cuarto argumento del discurso. La propuesta de un nuevo “orden económico monetario internacional” hecho a la medida de quiénes no pagan, de quiénes no asumen sus compromisos, de quiénes se creen en condiciones de pedir y exigir, pero luego cuando llega el momento de la credibilidad, se lanzan a ataques demagógicos hacia quiénes les proporcionaron los recursos económicos y alargan los plazos de devolución de lo prestado o en el mejor de los casos, simplemente no lo hacen. Una reedición de las estrategias de confiscación producidas en 1959 y más tarde en 1967, y que están en el origen del grave desastre de la economía castrista.

Por suerte, estos mensajes tienen escaso recorrido. Son discursos demagógicos que carecen de un sustento en la realidad del propio país. Más bien todo lo contrario. Por obra y gracia de este proceso, se continúan reconociendo en la economía mundial los mismos argumentos de la “guerra fría”, adaptados a una nueva realidad. Ataques al FMI, al Banco Mundial, a la OMC para meter a todos estos organismos en el mismo paquete, acusándolos de defensores del capital y del neoliberalismo, pueden funcionar como estrategia de marketing político unos meses, tal vez unos años, pero el recorrido es muy limitado, y al final se termina pillando antes al mentiroso que al cojo, como dice el viejo refrán. Ya el castrismo convence a muy pocos. Cada vez menos.




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