Las cooperativas en la gastronomía: un fracaso tras otro
Elías Amor Bravo, economista
La cooperativa no agraria, una de las fórmulas inventadas en
los llamados “Lineamientos” para flexibilizar las condiciones de
la producción en Cuba, no es la solución para el sector
gastronómico. No lo digo yo. Lo dice un artículo publicado hoy en
Granma, en el que se presentan algunos de los problemas que estas
“formas no estatales de gestión” tienen que afrontar para
atender a sus clientes.
Esa obsesión por no utilizar el término empresa para referirse al elemento fundamental del sistema económico está detrás de la dificultad del régimen castrista para divisar el horizonte,
cuando los árboles del bosque que ellos mismos han creado, lo
impiden.
En ningún país del mundo que existen cooperativas de
trabajadores como forma de empresa productiva, el sector gastronómico
ocupa un papel significativo. Y eso que las cooperativas en países como España, se han extendido a la amplia totalidad de
actividades, sobre todo en los servicios, como lo muestra su
presencia en la educación y la formación o la distribución
comercial y la logística. No seré yo quién ataque a las
cooperativas, ni mucho menos, dado el éxito que este sector presenta
en la economía española, y otras europeas. Pero en Cuba, con el diseño de
los llamados “Lineamientos” la cooperativa gastronómica apunta a
otro fracaso anticipado más del régimen. La realidad es que, como
han observado en Granma, "no todo depende de un cambio de imagen y una
calidad en las ofertas y servicios".
Por supuesto que no. En el fracaso de las cooperativas gastronómicas castristas se
acumula todo tipo de problemas, desde la responsabilidad de otros (el
argumento que siempre vence en la isla), al desconocimiento en los
procedimientos, pasando por los trámites burocráticos, y como
señala Granma a “no anticipar las necesidades que esta
personalidad jurídica demanda para autofinanciarse y no caer en
deudas, ni carencias”, entre otros.
Lo cierto es que de un total de 397 cooperativas no agrarias en la
actualidad, un 62% están relacionadas con el sector del comercio y
los servicios. De ellas, 291 proceden de las anteriores “unidades
estatales del Ministerio del Comercio Interior que pasaron a
gestionarse de forma cooperativa durante el 2016”. Mala decisión.
Salir de algo malo para entrar en algo peor, no es una solución
correcta, a pesar de las expectativas creadas. Pasar del control
burocrático estatal de raíz estalinista a la mayor flexibilidad de
la cooperativa, exige mucho más que “validar los principios y
resultados de las cooperativas, sus normas de actuación y la forma
en que aprenden a gestionarse”, según palabras de Grisel Tristá
en ese artículo de Granma.
Y a partir de ahí, viene todo lo demás. Que si se trata de un
“proceso experimental, no masivo”, que “no está parado el
proceso de formación de las CNA”, que “estamos valorando las
políticas aprobadas, las normas jurídicas, las dificultades que han
surgido sobre la marcha”. Esa “experimentalidad” en la gestión
del sistema económico es sorprendente, más aún, cuando se observan
las notables deficiencias de la economía y la acumulación de
problemas, que no ha hecho más que empezar. El tiempo de los experimentos ya pasó, y ahora hay que obtener resultados cuanto antes.
Por desgracia, medio siglo de control estatal de la economía no acaban de un día
para otro. Por eso, de nada sirve que las cooperativas traten de
ofrecer servicios a sus clientes, si no tienen mercados de
abastecimiento a precios competitivos y bien surtidos. Los
mayoristas, que siguen sometidos al control estatal, determinan en muchos casos,
el éxito de las nuevas empresas y trabajadores por cuenta propia.
¿Por qué tienen que ser diferentes si lo que les une es el ánimo
de beneficio, de acumular capital, generar empleo y riqueza, y
crecer?
En economía, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Los
galimatías sobran, y en el peor de los casos, confunden. Que se
reconozca en el artículo de Granma que algunos mayoristas no sepan
cómo negociar con las cooperativas, es asombroso. Luego están los
problemas de oferta, porque de qué sirve tener mayoristas, si los
fabricantes no suministran los productos para distribuir. Cualquier
estudiante de primer curso de economía sabe que este es un problema
grave que tiene fácil solución: libertad económica y derechos de
propiedad.
El comprador de una cooperativa o de cualquier empresa no tiene que
tener preocupaciones por el abastecimiento. Su indicador de
referencia es el precio. Cuando las decisiones se toman en función
de esta variable, la economía libre de mercado hace su trabajo. Un
comprador de una cooperativa que se tenga que preocupar por el
suministro y si su mayorista le podrá proporcionar refrescos o
cervezas, o vaya usted a saber, no sólo dormirá mal por las noches,
sino que acabará abandonando por el deficiente funcionamiento del
sistema. A lo mejor es eso lo que quieren, tal vez para volver a lo
de antes.
El gobierno ha impulsado
iniciativas como la llamada Zona+ en La Habana cuyos resultados no
parecen ser satisfactorios para nadie ni cooperativistas, ni
trabajadores por cuenta propia en arrendamiento, dos fórmulas a las
que se da un trato diferenciado cuando prácticamente son la misma
cosa en un entorno de grandes limitaciones para el ejercicio de la
actividad económica.
Dificultades a la hora de contratar servicios, condiciones
financieras, facilidad para contratar trabajadores, fiscalidad,
inspecciones, medios de transporte, sistema de arrendamiento,
competencia directiva y gestión interna, el absurdo de las normas y
regulaciones castristas, un largo etcétera de problemas lastran la
actividad de las cooperativas que intentan satisfacer las necesidades
de sus clientes.
Tan solo queda felicitar a Granma por estos artículos sobre las cooperativas y animar a que sigan en la
misma línea a ver si podemos ayudar, en algún modo, a abrir
espacios a la iniciativa privada de la que Cuba, siempre fue un gran
ejemplo internacional.
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