En torno a la nación y la emigración en el siglo XXI

Elías Amor Bravo economista

Que no me esperen en La Habana. Aunque me hubieran invitado, no acudiría a La Habana a este evento. El régimen comunista cubano ha vuelto a jugar con los sentimientos de los exiliados. Y ahora, dos décadas después se celebra una nueva conferencia con los residentes en el exterior. Vaya por delante, que nadie tiene derecho a cuestionar sentimientos o valores que van más allá de los sistemas políticos o económicos. El que nace en una tierra y se ve obligado a dejarla, o es expulsado por el poder político, tiene derecho a querer rencontrarse con sus orígenes, aun cuando estos sigan en manos de quienes, un día, le obligaron a dejar atrás familia, amigos, trabajo o circunstancias personales.

Sucede que, con tantos años en el poder, el régimen comunista cubano está construyendo un relato para su beneficio propio,  que establece diferencias entre los cubanos que dejaron el país hace décadas porque las familias no querían vivir bajo la imposición del yugo comunista, y los que llama “cubanos patriotas dispersos por el mundo”, que dejaron la Isla recientemente por motivos económicos. Y este juego  divisivo tendrá malas consecuencias.

Porque tampoco son los mismos cubanos quienes ahora viven en Cuba, que los que construyeron una nación próspera y con sólidas bases en la primera mitad del siglo XX. Aquellos cubanos, nuestros abuelos y padres, hicieron el enorme esfuerzo de convertir la colonia destartalada que arrancó de la independencia en 1902 en una nación que pujaba por convertirse en desarrollada, porque sus niveles de PIB per cápita estaban por encima de los de España o Italia en aquellas fechas de mediados de los años 50. Cuba había conquistado posiciones de vanguardia en la economía mundial y sus representantes en los foros internacionales de la posguerra eran reconocidos y respetados.

Las eternas crisis políticas de la república no impidieron que los cubanos de entonces fueran capaces de construir rascacielos en el Malecón, desplegar un mercado del automóvil que aún sobrevive, inundar los mercados mundiales con un azúcar producida a precios competitivos y empezar a apostar por nuevos sectores, como la banca, la logística o el turismo. Esa Cuba que vivieron nuestros abuelos y padres, no la hemos conocido como tal, pero existió. Y su destrucción fue provocada por los mismos que ahora invitan a los compatriotas de la diáspora a visitar la Isla sin amenazas de detenciones o devoluciones al país de procedencia en vuelos inmediatos. Esa Cuba es la añoranza que nos han robado y que nadie espere encontrarla ahora, 64 años después.

Por eso, conmigo que no cuenten. De lo único que tengo que hablar, con quienes han convertido aquel país promisorio en una economía que se derrumba a pedazos, es de la libertad inmediata de los presos políticos, de la convocatoria de elecciones libres y pluripartidistas, de la libre expresión, de la libre enseñanza, y del retorno a la economía de mercado con estricto respeto a los derechos de propiedad. Todo lo demás, me parece perder el tiempo y los años avanzan para todos, y ya se acabó el momento de los “juegos florales”.

En todo caso, y siempre con el máximo respeto a los compatriotas que en número de 400 (nadie ha explicado por qué esta cifra, y no 200 o 500) han participado en esta IV Conferencia La Nación y la Emigración creo que vale la pena lanzar a debate algunas consideraciones.

Considero que este tipo de eventos no son los más adecuados para reforzar los vínculos de Cuba con sus ciudadanos en el exterior porque las circunstancias solo se presentan por una de las partes, y esto tiene poco que ver con la realidad. Por ejemplo, desde el régimen se insiste en que las “graciosas” modificaciones realizadas a la política migratoria, deben facilitar el diálogo. No lo tengo claro, no creo que la posibilidad de entrar y salir de la Isla suponga mejora alguna del dialogo cuando el problema es el hambre y la miseria en que viven los que quedaron allí. Mal punto de partida.

Decir que el evento está justificado por el tiempo transcurrido, dos décadas del anterior, lo que hace que una buena parte de los delegados no estuvo en los encuentros previos, tampoco contribuye a aclarar nada, sino a trasladar los resultados del evento a otras generaciones, sin más.

Hay que tener claro que si Fidel Castro en 1978 promovió los primeros vínculos y encuentros entre Cuba y sus nacionales en el exterior, fue por su interés personal y porque estaba convencido de que, dos décadas después de su conquista del poder, sería tiempo suficiente para enanchar las grietas que pudieran existir en la diáspora y conseguir dinero. Le salió el tiro por la culata, porque sin reformas económicas y políticas que dieran garantías a los cubanos en el exterior, nadie iba a mover un solo centavo. 

Se puede decir que las tres conferencias celebradas antes, y esta cuarta, son un fracaso en cualquiera de los objetivos planteados, porque Cuba, a diferencia de otros países que se aprovechan de las remesas de la diáspora en el exterior, bloquea a los que viven en la Isla cualquier oportunidad de capitalizar esos fondos procedentes de sus familiares, y lo que hace el régimen es controlarlos en su propio beneficio.

No es extraño, por ello, que Rodríguez el ministro de exteriores, en su discurso reconociera la grave crisis económica en que vive el país, y su compleja situación, “con impactos sociales visibles que afectan los niveles de vida de la población”. En esto tuvo razón y enfocó bien el argumento del pedigüeño, pero a continuación cuando se dedicó a culpar al embargo y Estados Unidos de todos los problemas de la Isla, se cerró en banda a cualquier posible acuerdo. 

Los procedentes del vecino del norte, la mayoría de los 400 elegidos, no podía estar en condiciones de aceptar tales ataques. Allí mismo se podría haber acabado la fiesta, pero Rodríguez siguió diciendo el tipo de cosas que producen sarpullido cada vez que un comunista abre la boca, por ejemplo, “el firme compromiso de salvaguardar la justicia social y proteger, en todo lo posible, la equidad que nos ha caracterizado” cuando el que más y el que menos que estaba allí, sabia que todo esto se perdió en Cuba hace tiempo y que las desigualdades e injusticias campan a su libre albedrío por el país.

Y ya entrando en materia, Rodríguez leyó ante los 400 la retahíla de los “logros de la revolución”. Nadie estaba obligado a escucharlos. Que si la “efectividad de su sistema sanitario” y la mayoría de los asistentes había llevado en sus maletas todo tipo de medicamentos para sus familias, que si “derechos sociales, con la aprobación de un nuevo código de las familias, los programas dedicados a la niñez y la adolescencia, por el adelanto de las mujeres y contra la discriminación racial”, sin entrar en concreción alguna. También habló de relaciones internacionales, pero no citó el apoyo entusiasta a Rusia de Putin en la guerra de Ucrania, o ser la tabla china en América Latina, entre otras. Que va, según Rodríguez “Cuba tiene un elevado prestigio y es reconocida por sus contribuciones a favor de la paz, el diálogo y el entendimiento”. Se ve que el ministro de exteriores no ve los informativos que se difunden en otros países y que si conocen los 400 asistentes al evento en los que Cuba nunca sale de este modo.

Después agradeció la solidaridad extraordinaria en todos los continentes de los compatriotas, “puesta de manifiesto en los momentos cardinales de nuestra Historia, en la que han tenido una participación activa, los cubanos que viven en otras partes del mundo”, y en eso lleva razón, porque nunca la diáspora, ni siquiera en los momentos más difíciles, ha escatimado ayudas a sus hermanos incluso sabiendo que los envíos de mercancía nunca llegaban a sus destinatarios, porque eran interferidos por los comunistas de turno.

Y claro, llegados a este punto situar como principal “desafío para el desarrollo del país,  eliminar la hostilidad de los gobiernos de los Estados Unidos y, fundamentalmente, el bloqueo, reforzado de una manera sin precedentes en el año 2019” es volver de nuevo al sarpullido. Porque si la economía cubana se siente asfixiada, no es por el bloqueo de nadie, sino por el propio, interno, y el hecho, reconocido judicialmente en tribunales internacionales, que Cuba no paga sus deudas y por tanto, no tiene derecho a recibir atención financiera en condiciones normales en los mercados internacionales. Esa es la realidad de la asfixia del bloqueo, y la solución está muy clara: pagar deudas y ponerse en cola. 

Y desde luego, dar los pasos necesarios para atender el contencioso que mantiene con el vecino del norte que la contempla como patrocinador del terrorismo. Y de todo esto, los 400 asistentes qué podrían hacer. Pues nada, porque la construcción de una “relación respetuosa y civilizada con el gobierno de los Estados Unidos” por mucho que el régimen comunista cubano haya querido presentar como un objetivo suyo propio, no es tal, y cada vez que se han abierto espacios para ello, los han dinamitado con el viejo argumentario de siempre de David contra Goliat que tiene tantos réditos políticos.

Además Rodríguez no tiene ni idea de lo que es, y de cómo funciona un sistema democrático,  cuando afirma con respecto a Estados Unidos, que “nuestro ánimo es seguir expandiendo y profundizando los lazos con diversos sectores de la sociedad estadounidense” no quiere entender que la democracia es justo lo contrario de lo que él está planteando y que en Estados Unidos llevan siglos defendiendo un modelo para que ese juego sucio que plantean los comunistas cubanos pueda dar resultado. De hecho, algunos de los 400 asistentes debió pensar lo mismo y descolgarse de esa estrategia de manipulación de Rodríguez.

En realidad la política de relaciones con la diáspora del régimen comunista cubano ya nació con raíces torcidas, como todo lo que creaba Fidel Castro. Aprovechando un sentimiento de pertenencia a una comunidad se apostó por la división, el enfrentamiento y la ruptura de la unidad de la diáspora, aspectos que luego, no tenían la menor concreción. Todavía no se ha publicado un censo de cubanos en el exterior que sirva de base para convocatorias electorales libres. Los cubanos residentes en el exterior , a diferencia de venezolanos, colombianos o ecuatorianos, no tienen derechos políticos y por tanto, no son reclamados a participar en elecciones.

De hecho, la política hacia la diáspora ha tenido distintas fases en un período tan largo como 64 años, y desde las delaciones y el espionaje destructivo de comienzos de la revolución, a la destrucción de carreras y vidas por medios propagandísticos, pasando por fomentar el olvido y la inexistencia de cubanos de éxito a nivel internacional, como Celia Cruz, se ha pasado ahora a un diálogo precario que se convierte más en una escena lamentable de pedigüeño frente a poderoso, que provoca un rechazo inmediato.

Porque esa es la realidad de la emigración, la diáspora o el exilio frente al régimen de Fidel Castro en sus últimas bocanadas. De un lado, una nación que dice que “ha permanecido bajo la constante agresión de una gran potencia ubicada solo a 90 millas” lo que la ha hecho más pobre e incapaz de cumplir con sus objetivos, y de otro una comunidad exterior potente, con capacidad económica, capital humano y enormes deseos de regresar y abrir espacios de vida en la Isla que dejaron alguna vez en el tiempo. Pero esa comunidad mayoritariamente vive a 90 millas de distancia en el país que los comunistas dicen que aplasta a la Isla, con una “hostilidad alimentada, conducida o manipulada”.

Raúl Castro sentó en 2004 las bases del discurso nuevo del régimen con relación a la diáspora cuando dijo ante Benedicto XVI que “reconocemos la contribución patriótica de la emigración cubana”. Esa contribución patriótica ahora en tiempos de Díaz Canel se llama “remesas”, dinero, fondos de libre disposición que no existen en la economía nacional. 

Convertir a la diáspora en el principal sostén de la economía y de forma urgente. Para ello se han puesto en marcha las medidas de carácter consular para facilitar los trámites y reducir requisitos, disminuir gastos, eliminar obstáculos para una comunicación cada vez más fluida y para favorecer los vínculos familiares. Incluso para resistir “los mensajes de la propaganda enemiga” y que es una “agresión que sabemos muchas veces los exponen a ustedes a diversos peligros y admira a nuestro pueblo cómo ustedes defienden con hidalguía su postura moral y política”.

Al final, lo mismo de siempre. El castrismo lleva tantos años en el poder que las cuestiones se tienden a diluir con mucha facilidad. Por ejemplo, Rodríguez dijo, con claro ánimo de confundir, que “más allá del contexto cubano, la movilidad humana y la circularidad son tendencias de la época en todas las latitudes, motivadas por circunstancias comunes asociadas al desarrollo y el bienestar”. Pero eso es falso, si se tiene en cuenta que en 1958 no eran los cubanos los que emigraban al exterior, sino españoles e italianos quienes venían a Cuba a desarrollar sus sueños. 

Esos movimientos humanos beneficiaron a Cuba en su proceso de desarrollo y lo que se produjo a partir del triunfo revolucionario fue la huida masiva del país, llegando a construir una diáspora masiva de 2 millones de personas que suponen casi el 20% del total de la población. No hay ningún otro país del mundo con una residencia en el exterior de esa magnitud.

Y si se trata de superar conceptos, cierto que superar el concepto de emigrado por el de “cubanos que somos y son, y van y vienen, en sus disímiles circunstancias; participan y contribuyen, defienden y enriquecen, retornan o se prolongan en sus hijos, sus nietos, sus bisnietos que seguirán siendo cubanos” es una buena idea, pero Rodríguez tiene que superar otros conceptos previos que todavía siguen, como exiliado, antisociales, lumpen, mafia, etc. y que el régimen comunista emplea a diario en referencia a los residentes en el exterior o los que buscan una vida mejor.

Tan solo una frase del discurso de Rodríguez a los 400 tiene razón y por eso merece su referencia aquí, “en Cuba está la sustancia materna, el origen, la esencia, está el pueblo y está la Historia, que es de todos los cubanos”. Tiene toda la razón. Esa sustancia no se encuentra en ningún otro sitio. Entonces, a ver si se aplica el cuento y su régimen político se da cuenta de que debe ser así y de una vez por todas dejan de mimetizar una revolución comunista de la guerra fría con la sustancia materna de los cubanos. La llamada “revolución” no es el único modelo político que pueden tener los cubanos. La alternancia, el pluralismo, las libertades democráticas están en la esencia de la cubanía, porque si no fuera así, qué sentido tendría aquella guerra que nos llevó a la independencia como nación.


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