La lenta marcha de las reformas económicas en Cuba
Elías Amor Bravo, economista
Que digan lo que quieran. Si de un
total de 12.988 unidades productivas en la actividad gastronómica y
de servicios técnicos y personales, 3 570 operan como “formas no
estatales de gestión” el resultado deja mucho que desear y pone de
manifiesto las resistencias del régimen a avanzar en la política de
Lineamientos impulsada por el mismo.
Un artículo publicado en Granma presta
atención a estas cuestiones, y concluye de manera general que “los
establecimientos que han pasado a un nuevo modelo de gestión han
incrementado de forma general la calidad de las ofertas y los
horarios de servicios”.
Absolutamente normal. ¿Pero es que
acaso tenían alguna duda al respecto? Allí donde la libertad
económica funciona y las decisiones se toman en función de la
demanda y los precios, con la menor intervención posible del estado,
los clientes obtienen los mejores bienes y servicios y alcanzar
niveles de bienestar y calidad de vida superiores. La denominada
“actualización del modelo económico cubano” contenida en
los llamados Lineamientos, se quedó a medio camino, en la busca de
soluciones que mejorasen la calidad y variedad de las ofertas
destinadas a la población. Las evidencias apuntan a que falta aún
mucho camino por recorrer.
El ejemplo más evidente es la
actividad de la gastronomía y servicios personales y técnicos de
uso doméstico. Cabe preguntarse qué sentido tiene que sea el estado
el encargado de servir platos de comida en restaurantes o arreglar
encendedores inservibles. Durante más de medio siglo, la economía
castrista reafirmó ideológicamente esa apuesta por la intervención
estatal absoluta en la economía y la eliminación de la iniciativa
privada. Y ahora, quieren encontrar una solución parcial, apostando
por un modelo en que lo privado gestiona lo público.
El régimen castrista define así como
fórmula de relación jurídica el arrendamiento, ya que mantiene
invariable la propiedad del Estado sobre los principales medios
de producción. Alquilando instalaciones de peluquerías y barberías
a personas que antes realizaban esas funciones en empresas estatales,
para funcionar como cuentapropistas, el estado obtiene ingresos por
todas partes, ya no solo del alquiler de locales, en el que actúa
como monopolista que puede fijar los precios al nivel que se le
antoje en ausencia de competencia, sino como extractor de rentas,
fijando una pesada carga tributaria y de seguridad social sobre los
pequeños negocios.
En tales condiciones, no es extraño
que tan solo 3.570 de las 12 988 unidades de gastronomía y servicios
técnicos y personales que existen en Cuba, funcionen como “formas
no estatales” Tan solo un 27%, el 73% restante siguen bajo rígido
control estatal. Y estos valientes, que se han lanzado a la aventura
de ser extorsionados por un estado intervencionista que frena y
lastra sus posibilidades de desarrollo, ya dan empleo a unos 11 270
trabajadores. No parece mucho, ya que solo alcanza un 0,2% de la
población laboral existente en el país. No creo, como sostienen las
autoridades, que bajo las actuales condiciones, el resto de unidades
“se incorporen, de manera gradual y ordenada, atendiendo al número
de personas que laboran en ellas, los niveles de actividad y la
estructura de los servicios”, ya que los incentivos para hacerlo
son ciertamente escasos.
Lo verdaderamente importante es que, a
pesar de las dificultades, los cubanos han observado que gracias a
estas nuevas formas de producción, ha mejorado de manera general “la
cantidad y calidad de las ofertas, la estructura de las mismas y los
horarios de servicios; se han reanimado las instalaciones
gastronómicas” (...) “aunque se aprecia una tendencia creciente
de los precios de algunos productos”.
Lo realmente asombroso del régimen
castrista es que quieran encuadrar el nacimiento de la iniciativa
privada emprendedora dentro de una absurda “política para la
implementación de formas no estatales en el comercio, compuesta por
43 principios (12 se mantienen de las disposiciones anteriores, 8
muestran precisiones y 23 son nuevos), pretende, a partir de las
vivencias obtenidas, corregir errores y consolidar los buenos pasos,
en aras de ofrecer servicios de mejor factura y, sobre todo, hacerlos
sostenibles en el tiempo”.
No se equivoquen. El mercado nace del
mecanismo de prueba y error cuando existe libertad. En condiciones
normales, con un marco estable de derechos de propiedad en el que
cada individuo pueda llegar allá donde le lleven sus posibilidades,
esfuerzo, tesón e inteligencia, no hacen falta ni lineamientos, ni
principios, ni regulaciones. La actividad privada se rige por una
mano invisible que lleva a que todos los que están en condiciones de
intercambiar en condiciones de igualdad puedan alcanzar una situación
mejor que antes de ponerse en relación. No hace falta ningún estado
que intervenga o controle las millones de decisiones de los agentes
económicos.
Hay que persuadir a las autoridades que
no hacen falta documentos, que “normen el desempeño de las formas
no estatales, así como la tipología de los servicios a prestar y
las obligaciones asumidas en el contrato de arrendamiento”. Eso es
perder el tiempo, lo mismo que “ su firma por un término de hasta
diez años, prorrogables por acuerdo entre las partes”, “diseñar
el sistema de control para las formas no estatales, acorde con su
función rectora, aprobar las tarifas de arrendamiento, las cuales no
responderán a criterios arbitrarios, sino que tendrán en cuenta las
dimensiones del local y su ubicación”. Básicamente porque en el
régimen castrista una de esas partes, el estado, tiene un enorme
poder con respecto a la otra, y la asimetría de esas relaciones no
existe en el ámbito de la economía de mercado libre.
Pero además, el régimen se entretiene
más en denunciar la falta de buenas prácticas o en perseguir lo que
llaman ilegalidades, casi siempre relacionadas con los precios, que
en atender las quejas de los consumidores, que en cualquier economía
son el mejor indicador para saber cómo se deben hacer las cosas, más
aun en la gastronomía o los servicios técnicos.
Precios máximos y mínimos, niveles de
abastecimiento, canales de comercialización, contratación de
trabajadores, beneficios fiscales, reparación de los equipos o
instalaciones que nunca serán de propiedad privada, consumo de
energía, gastos asociados al ejercicio de la actividad en general,
constituyen aspectos que preocupan a las autoridades porque no van
como era de esperar. La planificación económica centralizada es el
peor de los modelos existentes para que una economía funcione y
pueda satisfacer las necesidades de los individuos. Lo que está
ocurriendo en Cuba es un buen ejemplo de ello. Lo grave es que siguen
en lo mismo. ¿Por cuánto tiempo?
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