El verdadero origen de los problemas de la economía castrista
Elías Amor Bravo, economista
Un interesante artículo de Ariel Terrero en Granma propone algunas ideas para salir de lo que denomina "callejón salarial". En definitiva, el autor considera que “la economía cubana no ha conseguido sacudirse aún ciertos desequilibrios y deformidades estructurales que arrastra desde los años 90”, cuando el período especial. Y a ello, contrapone la nueva política económica incluida en la "Actualización del modelo económico" que, en su opinión, debe servir para superar los obstáculos y mejorar las condiciones de vida de los cubanos.
Un diagnóstico que no tiene en cuenta, el hecho aparentemente olvidado, que los problemas de la economía castrista vienen de mucho más atrás en el tiempo que el denostado "período especial". Cuando un régimen dura tanto tiempo y atraviesa etapas tan complicadas, se suele perder la referencia principal del desastre actual que no es otra que el proceso de confiscaciones masivas y la transformación de la economía de base privada que existió en la República hasta 1959 en un estado totalitario y estalinista. Ni más ni menos.
Ese es el origen preciso de los problemas de una economía que siguen sin encontrar su camino ni lo hará mientras que no se reconozcan los graves errores cometidos en aquel lejano tiempo, se desmonte el penoso sistema de planificación y control de la actividad económica y se sitúe a la economía cubana, sin cortapisas, en el marco de la economía mundial, en condiciones de igualdad. Llamando a las cosas por su nombre, que el idioma castellano está para eso.
A partir de 1959 cuando se decretaron las leyes de expropiación y hasta 1967 con la llamada ofensiva revolucionaria, los principios básicos de la Economía que regulan las decisiones de producción, consumo e intercambio de los agentes económicos, pasaron a mejor vida. El mercado, como instrumento de asignación, fue eliminado y penalizado, siendo sustituido por lamentables libretas de racionamiento que laceraban la libre elección de los consumidores.
Ni la riqueza ni la acumulación fueron aceptadas por un sistema que primaba un igualitarismo precario para eliminar cualquier incentivo o estímulo desde el sector privado que pudiera poner en peligro el férreo control político que empezó a expulsar población de la isla. Más de 2 millones de cubanos estuvieron en contra de esas imposiciones y lo siguen estando 57 años después. Un drama social que destruyó las bases de la convivencia, y que impidió a los cubanos ahorrar, confiar en el futuro y pensar en términos de asignación inter temporal de recursos, como en cualquier otro país del mundo, como habían estado haciendo desde mucho tiempo atrás. ¿Para qué, si el estado comunista se encargaba de proporcionar todo aquello que era de su competencia?
El problema fundamental de la economía castrista es institucional. Sus estructuras jurídicas impiden el pleno despliegue de las fuerzas productivas. No existe un marco jurídico de protección de derechos de propiedad, no existe un sistema bancario y financiero competitivo, no hay un sector asegurador para proteger la propiedad, la elección entre trabajo y ocio, base de las decisiones micro de los agentes económicos, no existe. A los empresarios privados se les llama cuenta propistas. La actividad económica se encuentra retringida a un poderoso sector de empresas estatales, controladas por intereses del régimen, que apuestan por planes de inversión con extranjeros, dejando fuera a los pequeños emprendedores.
No existe interdependencia sectorial porque no se ha construido un auténtico mercado interno nacional. Los cubanos no tienen libertad de elección de bienes y servicios, incluso cuando poseen ingresos que complementan los bajos niveles de salarios nominales. Por supuesto que las retribuciones salariales no coinciden con la productividad porque el estado detrae directamente riqueza de sus empresas impidiendo esa justa retribución al trabajo y al capital. Ningún empresario capitalista puede proceder de este modo. Sus beneficios se establecen una vez pagados los impuestos. En una economía como la castrista, la existencia de la dualidad monetaria es un episodio que sonroja, frente a la gravedad y complejidad de los problemas.
Pensar que en Cuba se pueden producir brotes inflacionistas por los aumentos de salarios es un grave error porque no se conocen las funciones macroeconómicas del consumo, y no se tiene ni idea del efecto multiplicador. La falta de inversiones y su bajo nivel en el PIB lastra el potencial de crecimiento al atribuir toda la responsabilidad al único propietario de los bienes de capital, el estado. Cuando aumenta el dinero en circulación es porque se tiende a monetizar el penoso déficit estructural provocado por los gastos de los llamados “milagros de la revolución”, un despilfarro corriente que lastra las condiciones para el despegue de la economía.
Hace unos días tuve la ocasión en este mismo blog de valorar la llamada Resolución 6 que propone el pago de salarios en función de productividad. En esto coincido con el autor. Es una buena medida que se tiene que extender a toda la economía y cuanto antes. Con ello, cabe esperar que aumente la producción de bienes y servicios, que mercados de consumo con mayor poder adquisitivo pueden absorber fácilmente. El problema de Cuba no es la inflación de demanda, sino cómo superar los bajos niveles actuales y aumentar la renta percépita y el nivel de bienestar y de vida de la población, manteniendo servicios y gratuidades, pero facilitando el aumento de la actividad económica privada competitiva. Más o menos, como en cualquier otro país del mundo.
Alguien dijo que la transformación de la economía cubana es prioritaria y urgente. Hay que sustituir el modelo obsoleto creado por los hermanos Castro en los primeros años de la llamada revolución, y darle un giro de 180º. Si la llamada “Actualización” no parece querer ir por ese camino, hay que ser proactivos y echar mano de aquellos cambios que se proponen y que pueden tener efectos de transformación sistémica.
El pago de salarios en función de productividad puede ser un buen paso en esa línea que vaya destruyendo el modelo castrista acumulando anomalías a las que no pueda dar respuesta. Si los cubanos perciben que sus salarios aumentan y que recompensan el esfuerzo en el trabajo empezarán a ver las cosas de otra manera. La calidad del trabajo, las destrezas, las habilidades, la especialización, la organización impulsarán la transformación productiva acabando con la monotonía grisácea del régimen castrista. Incluso, cabe espacio para el nacimiento y desarrollo de sindicatos independientes. A ver si realmente cambia Cuba, pero de verdad.
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