Lo poco que hay que celebrar en Las Martinas
Elías Amor Bravo, economista
Granma se ha hecho eco de la celebración en Las Martinas, en el
extremo occidental de Pinar del Río, del aniversario 58 de la
primera entrega de tierras tras las confiscaciones revolucionarias de
1959. Con todos mis respetos, hay poco que celebrar. Cuba podría
estar infinitamente mejor si aquellas decisiones traumaticas no se
hubieran adoptado. Sinceramente, me ha llamado la atención que
alguien pueda celebrar un aniversario como este, justo ahora que la
tendencia es la contraria, o tal vez no.
Sinceramente, creo que no está para celebraciones de ningún tipo,
una de las medidas que más daño ha hecho a la economía, y por
ende, a la sociedad cubana. Seguro que los habitantes de Las
Martinas, no tienen muchos motivos para celebrar nada. Pero ya se
sabe que la propaganda castrista ha sido muy hábil a la hora de
transformar la realidad en beneficio propio, y ahora parece que le ha
llegado el turno a esta comunidad pinareña.
Sin lugar a dudas, la llamada “reforma agraria” que impulsó
Fidel Castro personalmente, nada más llegar al poder, fue un hecho
que, lejos de causar beneficios provocó una transformación en el
campo cubano que lo llevó a la situación actual, en la que la
agricultura cubana es incapaz de producir para satisfacer las
necesidades de alimentación de la población. La reforma agraria se
hizo sin saber cuál iba a ser el resultado, ni tampoco los costes
sociales y económicos de la misma. Solo había que ejecutar un
programa de confiscaciones sin derecho a compensación a los
legítimos propietarios y una transferencia masiva de activos hacia
el estado totalitario que se iba abriendo paso en aquel momento.
Los burócratas que se encargaron de la planificación central de la
economía nunca comprendieron las variables que explican la
productividad y el crecimiento. Alejados de la realidad y dirigidos
por consignas ideológicas, los planificadores contribuyeron a crear
un conglomerado de tierras, antaño productivas y cultivadas, en
desiertos de abandono y marabú. Fidel Castro nunca prestó la menor
atención a estas cuestiones. El no estaba para ello. Raúl se puso
manos a la obra nada más heredar el poder de su hermano, pero el
alcance de las reformas ha sido nulo.
La obsesión castrista contra los propietarios de la tierra en Cuba y
el objetivo último de crear un proletario pobre e incapaz de
alcanzar rentabilidad o escala de producción en las tierras que se
entregaban, resultaron las bases políticas del proceso. Los
campesinos recibían tierra, pero en una cantidad y calidad que hacía
impensable cualquier proyecto de futuro, independiente y emprendedor.
Ser “dueños” de la tierra, sin mercados de insumos, sin
posibilidad de aumentar la dimensión de las tierras, ni siquiera
asociándose con otros, resultó una pesadilla e hizo que muchos
pensaran que la reforma agraria de 1959 servía para muy poco, solo
para generar discursos de Fidel Castro y titulares en la prensa
oficial.
58 años después, lo que tienen que saber aquellos campesinos
cubanos que recibieron tierras de la reforma agraria es que su vida,
su existencia y sus posibilidades reales de bienestar y calidad de
vida habrían sido mucho mejores sin aquellas prácticas
totalitarias. Que todo lo que el régimen dice que les ha construido,
un ambulatorio, unos equipamientos sociales, etc, lo habrían tenido
si la economía cubana hubiera dado el salto adelante que se
esperaba, con beneficios para todos.
El resultado de las confiscaciones es bien conocido. La agricultura
cubana de los años 50 estaba en las mejores condiciones, en términos
cuantitativos y cualitativos, para transformar sus estructuras en un
sector moderno, competitivo, orientado al exterior y con capacidad
para alimentar a la población. Ese proceso fue detenido por el
régimen castrista de manera brusca. Y lo hizo de tal manera que los
resultados han sido deprimentes. En la actualidad, la mayor
concentración de empleo sectorial de la economía castrista se
encuentra todavía en la agricultura, donde los salarios son los más
bajos y persisten los límites jurídicos y técnicos para mejorar
la escala de producción y la productividad.
Las confiscaciones truncaron el sueño de muchos cubanos que habían
conseguido ser dueños de la tierra con su esfuerzo. No eran
latifundistas explotadores, como se empeña tozudamente el régimen
en calificarlos. Muchos de ellos eran españoles pobres que habían
trabajado toda su vida, en condiciones de extrema dureza, por
alcanzar un mejor futuro. De la noche a la mañana se encontraron en
el exilio más difícil, sin recursos y dependiendo de la asistencia
social para vivir.
Tampoco lo tuvieron muy favorable los que se quedaron en la Isla con
las tierras entregadas por la llamada revolución. Muchos perdieron
la ilusión y acabaron tirando la toalla. El resto es bien conocido:
un infierno infestado de marabú y una economía agraria
improductiva.
Ciertamente poco hay que celebrar en Las Martinas. Tan solo
reflexionar sobre las consecuencias de unas decisiones políticas e
institucionales que han servido de muy poco para cumplir sus
objetivos.
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