Promover empresas privadas en Cuba

Elías Amor Bravo economista

Pero ¿realmente se van a crear empresas privadas en Cuba?

Marrero anunció que el régimen comunista va a dar vía libre, sin precisar fecha, a una norma para regular la creación de las minipymes, las empresas pequeñas y medianas, en una categorización por tamaños que pone de manifiesto la escasa voluntad de las autoridades para normalizar algo que en Cuba sigue proscrito, como es la libre empresa de mercado.

¿Por qué solo van a autorizar minipymes, las empresas pequeñas y medianas, y no grandes privadas? ¿Qué sentido tiene esa discriminación?

Convendría empezar señalando que este tipo de anuncios no solo restan credibilidad a quien los realiza, sino que, además, vienen a incidir una vez más sobre algunos de los problemas principales de la economía cubana, como es querer hacer las cosas de forma distinta a como se hacen en el resto del mundo.

Esa búsqueda de una diferenciación en el modelo económico y social no tiene sentido cuando se trata de cuestiones, como la vida de las empresas, que no admiten ideología y que responden a motivaciones personales y de ambición que no pueden ser eliminadas por ningún gobierno que no quiera ir en contra de la razón humana.

La creación de empresas es una actividad que arranca de los albores de la raza humana, cuando algunos individuos descubrieron que lograr objetivos compartidos y ambiciosos resultaba más fácil aplicando un principio racional y eficiente de división del trabajo. El “hombre orquesta” nunca existió realmente, y solo la cooperación y la actividad compartida permitía generar más producción, más recursos, más intercambios y con ello vivir mejor. Ese es el origen de la empresa privada.

En tales condiciones, la creación de empresas iba dirigida a superar unas condiciones de vida pobres y de escaso desarrollo, para facilitar el ascenso y la movilidad social a sus titulares. Personas de muy baja extracción social podían llegar a lo más alto gracias al éxito de sus empresas. No hace falta insistir en ejemplos. De igual modo, había personas que fracasaban en sus iniciativas, las más, y, sin embargo, aprovechaban la experiencia para reorientar sus proyectos y ambiciones. Gracias a este continuo flujo de ideas y de proyectos, las economías crecían y dejaban atrás el subdesarrollo.

Cuba fue un magnífico ejemplo de viveza empresarial antes de 1959. La nación contaba con una solvente y profesional red de pequeñas empresas privadas, medianas y grandes, que daban satisfacción a las necesidades de la población y permitían al país mejorar continuamente. La mayor parte de los propietarios de aquellas empresas habían sido gente humilde en sus países de origen e incluso en Cuba, y gracias a las formidables condiciones del entorno económico habían conseguido tener éxito con sus empresas y crecer. Aquel proceso fue destruido por las nacionalizaciones y expropiaciones comunistas emprendidas a partir de 1959 y que acabaron hacia 1968 con la denominada “ofensiva revolucionaria” que convirtió a Cuba en el páramo de actividad empresarial que es ahora.

Reconducir la situación actual debería ser un objetivo de la política económica, porque no es cierto que, en el socialismo o el comunismo, que da igual, no puedan vivir empresas privadas de todo tipo. Por si los dirigentes comunistas cubanos tienen dudas al respecto, que viajen a Vietnam o China y que se empapen de las experiencias que existen en aquellos países y cómo sus pobladores viven ahora mucho mejor gracias a las empresas privadas que generan actividad, puestos de trabajo, oportunidades, beneficios y riqueza.

Pero entrando en materia, ¿de qué empresas privadas están hablando los comunistas?

En primer lugar, hay que tener en cuenta la referencia al perfeccionamiento empresarial. Este término, creado por Murillo en su día para abordar las reformas de las empresas de los militares, no tiene relación alguna con la libertad de empresa y actividad lucrativa privada. Todo lo contrario.

En segundo, porque se fijan límites específicos “que no se pueden rebasar” para la transformación de las formas de gestión no estatal en empresas, controlando a que actividades se pueden dedicar, y a cuáles no, y con ello su evolución y crecimiento. Es posible que dichos límites se establezcan en la futura normativa.

En tercer lugar, porque es imposible crear un sistema empresarial a golpe de normas jurídicas publicadas en la gaceta oficial. Por el contrario, hay que propiciar un marco jurídico, legal y económico favorable para el desarrollo de las empresas.

En cuarto, porque no existe voluntad política real para facilitar el desenvolvimiento de las empresas privadas, y en concreto, la experiencia de las cooperativas no agropecuarias que, consideradas un experimento, no han dado, ni de lejos, los resultados buscados en su origen.

En quinto, porque las autoridades insisten en que la empresa estatal es el sujeto principal de la economía nacional y, como tal, tiene que desempeñarse. Esa prioridad de la empresa perteneciente al estado es impracticable en cualquier economía y en ese sentido, avanzar hacia la privatización de estas empresas podría producir resultados más eficientes.

A tenor de lo expuesto, la empresa privada no está en la mente de los dirigentes comunistas cubanos, sino que están pensando en promover, igualmente en el estado, minipymes, empresas pequeñas y medianas, dependientes del gobierno que posiblemente surgirían a partir de la fragmentación de las actuales.

Mal asunto, esa tendencia a la reducción de la escala técnica que el régimen está intentando aplicar, por ejemplo, a los proyectos de minindustrias o la cooperación a nivel local, es un atentado a la eficiencia, porque rompe con el objetivo de lograr empresas que produzcan a los costes más bajos y alcancen los mayores niveles de rentabilidad.  

Por desgracia, el modelo económico y social comunista cubano no favorecerá el desarrollo de la empresa privada, la detesta y si la acaban aceptando por las duras condiciones económicas existentes, les pondrán todo tipo de límites, trabas y obstáculos para su desarrollo. Lo veremos.

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