La inflación en los Transportes en Cuba: una amenaza a la economía

Elías Amor Bravo economista

El fracaso del modelo social comunista impuesto por el régimen castrista durante 62 años tiene en los transportes uno de los resultados más evidentes. En Cuba, a diferencia del resto de países del mundo, la movilidad depende de la existencia de un servicio estatal, por autocar o tren o por coche de caballos cuando las cosas vienen mal dadas, pero no existe un transporte independiente y privado. El parque de automóviles privados es mínimo, y por no entrar en este tipo de consideraciones, ni existen estadísticas de cuantos automóviles circulan por el país. En Cuba, el acceso al automóvil privado como inversión es imposible para la amplia mayoría de la población. Los primeros autos que se sacaron a la venta, aquellos ridículos Peugeot, se ofertaron por unos precios de escándalo que generaron no poca controversia. El automóvil privado es un lujo.

En tales condiciones, la movilidad de la gente depende de la existencia de terminales de ómnibus nacionales en las distintas provincias y de servicios, en régimen de monopolio, a los que no queda más remedio que recurrir cuando se trata de un traslado por algún motivo. El transporte de pasajeros por ómnibus supuso el 62% de los medios convencionales y el 47% del total. La alternativa es un tren que no ofrece garantías de salida o de llegada, y que atiende al 0,2% de la demanda, o por medio de un carro de bueyes o caballos, la llamada tracción animal que alcanzó el 27% del total, en las estadísticas oficiales de la ONEI.

Estando así las cosas, el transporte, la movilidad es un fracaso del modelo, porque todo el servicio pasa por el estado, que tiene que invertir en la compra de ómnibus, pero también en las terminales, las piezas de repuesto, la tecnología, internet, etc. Tanto que al final se acaba imponiendo el que quien mucho abarca poco aprieta.

Ahora que la nación empieza a recuperar una cierta normalidad tras la pandemia del COVID-19 que exigió la inmovilización de la gente en el territorio, el sector de transportes viene a mostrar una serie de deficiencias para hacer frente a una demanda que va en aumento. Cambiar el modelo no es posible. Los cubanos no van a poder comprar automóviles, como ocurre en otros países, para lograr su movilidad libre e independiente. El estado seguirá proporcionando el servicio en régimen de monopolio. Con las carencias conocidas. Entonces, ¿qué cabe esperar de todo esto?

Poco o nada. Un artículo en Cubadebate titulado “Transporte interprovincial: ¿un servicio sobre ruedas? viene a explicar algunas cosas interesantes.

Las autoridades se han puesto a trabajar empezando por donde siempre: la planificación del servicio. Una actividad que consume tiempo y esfuerzo, para luego, no cumplirse porque los planes ya se sabe.  Y así, por ejemplo, se comprueba que de 19 salidas planificadas en una terminal tan solo salieron 9 en estos primeros días del regreso a la normalidad.

Este es un buen dato a priori. Que haya más oferta que demanda es una rareza en la economía cubana donde lo habitual es que haya déficit, escasez y ello obligue a racionar. Entonces, ¿cómo es posible que el transporte interprovincial tenga estos resultados? Parece que por errores de la planificación. Los responsables decidieron poner en marcha las mismas salidas que antes de la pandemia, y claro, las cosas han cambiado y nadie parece haberse dado cuenta de ello.  El planificador estatal a lo suyo. Producir rutinas, órdenes y procesos, y luego a equivocarse. La razón es simple. El planificador no tiene la menor idea de las necesidades del mercado. Planifica porque es lo suyo, pero nunca en la vida ha estudiado marketing, ni basa sus cálculos en estudios de mercado. No le interesa. Su objetivo es el plan. Y ya ven. Rutas y más rutas, y luego los ómnibus no salen o van vacíos.

Y encima, se creen que actuar de ese modo es acertado, aun cuando se reconoce que siguen sin cubrir  la mayor parte de la demanda. Es decir, que apuestan por programar servicios que tienen menos demanda que oferta, y hay otros desatendidos.  El planificador estatal a lo suyo.

Que es precisamente no escuchar a la gente y atender sus necesidades. ¿Para qué? El sueldo de todos se va a cobrar con independencia del servicio y las ganancias de la empresa. El estado cubrirá con subsidios las pérdidas y vuelta a empezar. Y así llegamos al origen del problema. La prestación del servicio de transporte por el estado genera una dinámica perversa de dependencia de esta actividad de los subsidios del régimen. Precisamente cuando en el resto de países del mundo, el transporte de pasajeros es privado, bien sea con el automóvil propio, o por medio de empresas privadas de transportes que ganan dinero con los servicios que prestan.

Los directivos de las empresas estatales de transportes viven tranquilos, porque el consumidor no es el rey. Y si se quejan, puede ser peor. Ellos obedecen a otro monarca, el partido comunista, que de forma arbitraria y con criterios  políticos, dice qué se tiene que hacer, y qué no. Y esta es la segunda derivada del problema. La primera, la provisión estatal, la segunda la injerencia comunista. Y con estas mimbres, hay que pensar cómo va a salir la cesta que se fabrique: por supuesto, mal y llena de agujeros.

A ello se suman los problemas derivados de la falta de rentabilidad, como son la falta de inversiones en nuevos ómnibus o en piezas de repuesto de neumáticos o baterías, entre otras, lo que impide atender con rapidez a aumentos inesperados de la demanda.

Y si el ómnibus es un fracaso, se mire por donde se mire, el ferrocarril es aun peor. La baja utilización de este medio de transporte por los pasajeros obedece al absoluto abandono en que se encuentra por parte de las autoridades. El diseño de la red, por ejemplo, apenas ha cambiado respecto al que existía antes de 1959.

Por otro lado, el transporte privado a través del sistema de piqueras se utiliza por la población, pero al tratarse de un sector regulado e intervenido por el estado, impide una provisión eficiente de los servicios como se pudo comprobar al entrar en vigor la Tarea Ordenamiento y aplicarse las tarifas oficiales.

En medio de este panorama, aparece algo que ha llamado la atención a los analistas con relación al transporte, y es el crecimiento espectacular de los precios. La medición de la tasa de inflación de la economía cubana por ONEI, hasta octubre pasado (último dato publicado) sitúa el aumento del nivel general de precios en un 66,3%, una de las más elevadas de América Latina. Pero si la inflación ha subido de forma importante, el componente del índice que más lo ha hecho ha sido, curiosamente el Transporte, nada más y nada menos que un 174,7%, más del doble que la media, y una tasa de tres dígitos que alarma por su intensidad, y sobre todo, porque ejerce un efecto sobre los precios de otros bienes y servicios.

De modo, que el retorno a la normalidad en las últimas tres semanas ha coincido con un incremento espectacular de los precios del transporte, y quizás por ello, la demanda esté contenida y no alcance los niveles anteriores a la pandemia. Los comunistas desdeñan del mercado y las leyes de la oferta y demanda, pero algún día no tendrán más remedio que reconocer que funcionan y mucho mejor que esa planificación majadera que de año en año produce incumplimientos y fracasos.

Lo más destacado de este brote de inflación es que arranca de un momento en que la demanda estaba contenida. Su origen está en los costes de producción (la energía) y se explica por las medidas adoptadas en la Tarea Ordenamiento, que han alejado a la economía cubana de la estabilidad de precios que venía experimentando hasta 2019. Con un menguado poder adquisitivo de salarios y pensiones, y una baja capacidad de ahorro, los cubanos reducirán su demanda de transporte si los precios no vuelven a niveles compatibles con el poder adquisitivo de la población. Y eso, traería una mayor necesidad de subsidios estatales para las empresas, lo que va en contra de la Tarea Ordenamiento. El sector del transporte se encuentra así atrapado en un círculo vicioso del que no va a salir fácilmente, y por la responsabilidad del régimen.

Como se indica en el reportaje de Cubadebate, los comunistas siempre culpan de sus fracasos a otros, son incapaces de asumir la responsabilidad del desastre económico del país. Ahora son los particulares inescrupulosos los que suben los precios para aprovecharse de la gente. Mensajes del estilo de que la gente se aprovecha de la coyuntura, de los problemas, para ganar dinero, van en contra de la racionalidad de la actividad económica y son una rémora populista que en absoluto ayuda a resolver un problema que, como otros muchos en Cuba, se arregla con más libertad y elección. El Transporte es un sector que se debería privatizar en su totalidad.


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