A propósito de la reforma en la política de entrega de tierras
Elías Amor Bravo,
economista
Apenas han
transcurrido poco más de cuatro años desde que el régimen castrista introdujera
como gran reforma espectacular la entrega de tierras en usufructo a los
agricultores, en un intento desesperado de corregir la dependencia externa de
alimentos, y ya se anuncian cambios.
Una reforma que ya,
en su momento, señalamos que no podría dar resultados favorables, ahora se
somete a un nuevo decreto cuya entrada en vigor es inmediata, a partir de
diciembre, y que incorpora algunas novedades como la ampliación del tamaño de
las parcelas o la posibilidad de construir viviendas en esos terrenos.
Este tipo de
políticas, contrarias al funcionamiento eficiente de las economías, se resiste
a introducir un marco estable de derechos de propiedad en la agricultura
cubana, que fue el instrumento básico que permitió al sector en los primeros 50
años de existencia de la República, más que duplicar sus cifras de producción y
exportaciones, convirtiéndolo en uno de los principales de la economía.
La reforma agraria
castrista, con la confiscación de tierras y la supresión del mercado como
instrumento de asignación de recursos, enterró a la otrora productiva
agricultura cubana en un sector dominado por la ineficiencia, el abandono, la
improductividad y los bajos rendimientos. Incluso en 2002, se decretó por Fidel
Castro el cierre de los ingenios azucareros y el fin de la industria del azúcar,
una herida de muerte para la Historia de Cuba.
Los resultados son
bien conocidos y la secuela de racionamiento, escasez, altos precios en los
mercados agropecuarios y excesiva dependencia del monopolio estatal Acopio,
terminan por dibujar un escenario en el que durante años el régimen se vio
obligado a comprar cereales y carne a Estados Unidos en una interpretación muy
sui generis del embargo.
Como ocurre casi
siempre con la propaganda castrista, los medios oficiales del régimen
destacaron que la próxima entrada en vigor del nuevo decreto Nº 300 introduce
"cambios esenciales" sobre el plan iniciado en 2008 para intentar
reanimar la producción de alimentos y culpan a la burocracia, de la lentitud de
la aplicación de la reforma. Una práctica que se viene generalizando a la
mayoría de los problemas que presenta la economía castrista, aunque no siempre
sea la burocracia la verdadera responsable.
La principal novedad
de la reforma, anunciada a bombo y platillo por las autoridades, es la
ampliación de la extensión de las parcelas a entregar hasta un máximo de 67,10
hectáreas. Hasta ahora el máximo era de 40. Cierto es que en su momento
consideré muy negativo que solo se entregaran esas pocas hectáreas a los
agricultores, ya que impedían alcanzar los rendimientos de escala que favorecen
la dedicación a esta actividad. Otros aspectos, sin embargo, gravitaban sobre
el futuro incierto de los arrendatarios, como la falta de aperos y medios de
producción, de fitosanitarios y fertilizantes, la invasión agresiva del marabú
por la indolencia del estado en las tierras de su propiedad que ahora se
entregaban. Un escenario nada favorable a la producción agrícola que se trasladó
fundamentalmente a la producción de ganado en pastos, mucho más favorable de
obtener a corto plazo.
La pregunta que
podemos formular ahora es ¿por qué 67,10 hectáreas y no otra cifra? ¿Por qué no
se puede avanzar en la dimensión de las superficies hasta la cantidad deseada,
por qué no se permite la fusión de tierras, la compra y venta, el acceso a los
derechos de propiedad de la tierra, limitando los plazos de explotación a diez
años? ¿Qué puede ocurrir después? Cuestiones fundamentales que apuntan a un
elevado nivel de intervención en un sector que, por el contrario, funciona
mucho mejor con libertad, propiedad y mercado.
La segunda reforma
del nuevo decreto-ley aclara que los usufructuarios de la tierra podrán
construir viviendas en esos terrenos estatales arrendados "para beneficio
propio y de sus familiares", siempre que se cuente con la autorización
previa de las autoridades urbanísticas municipales. Al parecer ésta había sido
una demanda de muchos agricultores, que se veían limitados para establecerse cerca
de las tierras en las que trabajan y, en su caso, trasladar a ellas a sus
familias.
Incidentes recientes
en el proceso electoral de delegados al poder popular han mostrado que el
proceso de reducción de gastos acometido por el régimen ha supuesto el cierre
de escuelas y sanatorios en el medio rural, lo que puede actuar de forma
negativa sobre aquellos que planean el traslado al carecer de estos servicios
básicos. Además, cabe preguntarse quién puede construir una vivienda en una
tierra que nunca será suya, salvo que se altere el sistema de derechos de
propiedad.
El beneficio generado en la misma como consecuencia de esa
edificación, supone que en caso de abandono, el usufructuario no puede obtener
participación en el mismo, que pasa a manos del estado nuevamente. Es evidente,
que este tipo de análisis no sostiene el modelo de inversión racional y
eficiente.
El principal problema
de las reformas del régimen en la agricultura es que confunden instrumentos con
objetivos. Pretender que la entrega de tierras en usufructo sirva para
incrementar la producción de alimentos para garantizar la "seguridad
nacional", es equivalente a querer tapar el sol con un dedo. No se puede
afrontar la reconversión de un sector productivo, ineficiente, dominado por la
propiedad estatal y en el que buena parte de las decisiones de
aprovisionamiento pasan por un monopolio estatal como Acopio, con enunciados
tan generales. A resultas de ello, el régimen continuará seguramente gastando
al año más de 1.500 millones de dólares en importar el 80% de los alimentos que
se consumen, muchos de ellos fácilmente producibles en la Isla.
El balance final de
las reformas es bastante limitado. Desde 2008, tan sólo 163.000 agricultores
han accedido a esta fórmula de explotación en arrendamiento, con una superficie
de 1,4 millones de hectáreas que previamente estaban ociosas por pertenecer al
estado. No cabe duda que esta reforma ni está dando los resultados esperados ni
cabe intuir mucho más en su evolución, ya que mientras no se modifique el marco
jurídico de derechos de propiedad y se restablezca plenamente el mercado como
hicieron los vietnamitas, por ejemplo, nada habrá cambiado.
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