La política de inversión extranjera en Cuba según Bruno Rodríguez
Elías Amor Bravo,
Economista ULC
No es frecuente que los
altos dirigentes de la economía castrista se reúnan con organizaciones del
exterior que no pertenezcan al espectro comunista estalinista. El desprecio que
el régimen siente por todos aquellos que no comparten su ideología marxista,
les lleva a negar cualquier tipo de contacto que suponga un contraste de
posiciones en relación a la gobernanza. Por ir más lejos, el régimen castrista
tiene un calificativo para sus rivales políticos: “enemigos”.
Atrincherados en la
propaganda y la demagogia durante más de medio siglo, la reunión del canciller
Rodríguez con los miembros de CAFE el pasado viernes 28 de septiembre, mientras
que en Cuba Raúl Castro celebraba un consejo de ministros ampliado para evaluar
el estado de la aplicación de los “Lineamientos”, se puede calificar como un
hito histórico. Es cierto que los postulados de CAFE no inquietan demasiado a
la dirigencia castrista, y algunos incluso observan una cierta deriva en sus
posiciones hacia un terreno dominado por las arenas movedizas, pero los que
apostamos por derribar barreras de incomunicación, siempre valoramos
positivamente cualquier ejercicio en esta materia.
Y como cabía suponer,
Rodríguez acudió a la reunión pertrechado con un armamento obsoleto, pleno de
mensajes autárquicos y rebosantes de la dialéctica totalitaria de los años
propios de la “guerra fría” como si el muro de Berlín no hubiera caído hace más
de 20 años, y con él, la ideología que lo sustentaba,
Buena parte de la
reunión se planteó abordar la cuestión de la participación de emigrados cubanos
en la toma de decisiones en el llamado “proceso de actualización de la
economía”.
Los medios se han hecho
eco de que el Canciller afirmó que “sería positivo” recibir opiniones de
organizaciones como CAFE, para añadir a continuación “mi rechazo a que los
malos cubanos que apoyan el embargo lo hicieran”.
Dos cuestiones aparecen
ya en este primer enunciado sorprendente. Primero, el término emigrados. Un
concepto borroso, que bien puede funcionar para ecuatorianos, mexicanos,
dominicanos, etc, pero la salida de los cubanos al exterior, al menos durante
tres décadas después del triunfo de la llamada “revolución” tiene poco que ver
con procesos migratorios al uso. Segundo, la definición de “malos cubanos” para
los que ni siquiera se pretende escuchar su opinión.
No contento con
despertar la polémica en un asunto especialmente relevante, Rodríguez esbozó su
punto de vista sobre “la participación de cubanos residentes en el exterior en
las inversiones privadas”. Y aquí es conveniente matizar algunas de sus
palabras. Es falso que exista actualmente una “base legal para que los cubanos
de la emigración inviertan”. Yo no arriesgaría, bajo ningún concepto, mi dinero
con esa “base legal” que otorga prioridad absoluta al extranjero sobre el
nacional. Mientras no se aclaren las cuestiones relativas a seguridad jurídica
de los dobles nacionales, por ejemplo, nada garantiza una confiscación de
propiedades por un régimen cuya denominada “constitución” sigue otorgando la
propiedad de los medios de producción al estado. Cuidado ahí.
Pero, lo que causa
sorpresa es escuchar al canciller de un país pobre, con una marcada
insuficiencia de ahorro interno y un nivel de endeudamiento externo difícil de
estimar con cifras oficiales, que “al Gobierno cubano no le interesan
inversores que aporten 100 mil, 200 mil, 300 mil dólares”, porque Cuba lo que demanda
son miles de millones de dólares”. Para añadir a continuación, “Cuba anda buscando inversiones que son de
magnitud a las que no llega como regla la emigración”.
¿Qué significa esto?
Muy sencillo. Al margen
del desconocimiento absoluto de las reglas de funcionamiento de una economía
moderna, y que vuelve a justificar por qué a un cubano residente en Miami no se
le puede considerar emigrante, ya que al gobierno de su país no le interesa una
inversión de 100 mil dólares, que es lo que una vida de trabajo puede conseguir
para la jubilación, la posición de Rodríguez desvela cuál es la estrategia del
régimen castrista.
Al rechazar las
inversiones de medio tamaño, es decir, las que se orientan a viviendas, bienes
de consumo duradero, pequeños negocios de todo tipo, inversiones financieras,
el régimen traslada a los cubanos residentes en el exterior que no son bien
recibidos en la actualización del socialismo, y que lo mejor que pueden hacer
es destinar sus ahorros de jubilación a inversiones en el país de residencia.
Que se olviden de Cuba para siempre, porque la Isla nunca les volverá a acoger,
al menos mientras el régimen castrista tenga algo que decir.
Lamentable posición que
esconde una miseria moral, una vil actitud hacia los que opinan de forma
distinta, y el deseo de mantener un statu quo político cuando los dos
dirigentes máximos desaparezcan para siempre. Lo que será imposible, porque la
historia tiene reservado para las dictaduras totalitarias un final feliz.
Pero, el mensaje de
Rodríguez dice otra cosa muy clara. Aceptamos a los grandes inversores, los que
aportan miles de millones. Es decir, el “capitalismo comunista de Estado”, esa
opción que empezaron a diseñar durante el período especial, que no les fue del
todo bien, pero que aspiran a recuperar para que la economía castrista
convierta a Cuba en un paraíso de monopolios y cuasi monopolios estatales
directamente relacionados con el poder político. Eso sí que se contiene en los
“Lineamientos” raulistas y es una apuesta por mantener la compleja correlación
de intereses militares, políticos, económicos y de seguridad del estado que
sostienen a la economía castrista. Cuidado con caer en la trampa. Este tipo de
inversiones, basadas en contratos de confianza, son las que se pueden dejar sin
efecto en cualquier momento. De eso saben mucho las grandes corporaciones.
Las afirmaciones de
Rodríguez dejan entrever, a las claras, cuál es el sueño de la dirigencia
comunista de La Habana. Que el poder económico en la Isla nunca se democratice.
Que los cubanos se mantengan en los actuales niveles de dependencia de unas
empresas que les ofrecen bienes y servicios controlados por criterios políticos
y no económicos. La libertad económica, los derechos de propiedad, la libertad
de empresa, la asignación de recursos por medio del mercado, quedan en un
segundo plano para la dirigencia castrista de la generación de Rodríguez. Cabe
preguntarse qué es lo que piensan crear, porque no existe referencia alguna
para ello. El fracaso será, sin duda, mayor.
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