¿Puede el régimen castrista imitar a Vietnam?
Elías Amor Bravo, economista
En los últimos días, los medios se han hecho eco de la
visita del responsable de los cambios introducidos por Raúl Castro, a través de
los llamados “Lineamientos”, Marino Murillo Jorge a Vietnam. En su primera reunión
con las autoridades del país asiático el mensaje que recibió fue directo. ”Cuba
necesita liberalizar su economía como lo hizo Vietnam a finales de la década de
los años 80, cuando pasó de una economía comunista o otra de mercado”. Y quién
se expresó en estos términos no fue otro que el viceprimer ministro Nguyen Xuan
Phuc, a quien muchos consideran el artífice de los cambios, realmente
espectaculares, de la economía de Vietnam.
La denominada experiencia vietnamita es una de las
múltiples estrategias que los antiguos países comunistas idearon para superar
el atraso y la miseria que dicho sistema arrastraba sobre sus economías.
¿Por qué el régimen castrista no puede emular a
Vietnam en sus cambios? Un poco de historia reciente puede ayudar y mucho.
Hace más de dos décadas, las autoridades de Vietnam
confirmaron su voluntad inequívoca de cambiar el curso de la historia. Fue a
partir de 1986, antes incluso de la caída del muro de Berlín, que empezaron a
implementar un conjunto de políticas reformistas conocidas como Doi-Moi.
Con ellas, y el apoyo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional,
las autoridades vietnamitas iniciaron un proceso liberalizador consistente, en
una primera fase, en un levantamiento unilateral del conjunto de restricciones
o las "cuotas de producción" que el régimen comunista imponía a las
diversas actividades y sectores de la economía nacional.
En suma, la aceptación de las directrices de los
organismos internacionales de gobernanza económica y el reconocimiento de que
la planificación central había sido un rotundo fracaso, llevó a las autoridades
a reestablecer el mercado como instrumento básico de asignación de recursos. A
partir de este momento, el gobierno ya no iba a determinar el índice de precios
para los productos agrícolas e industriales (como ocurre en la economía
castrista), sino que dicha función se adjudicaba al mercado libre. Al mismo
tiempo, el espíritu emprendedor, que había sido suprimido y reprimido desde que
los comunistas tomaron el poder en 1975 (como en la economía castrista) se
convirtió en el eje central de las reformas.
La primera flexibilización del control del gobierno
sobre la economía se produjo en sectores fundamentales para mejorar la dieta
básica de la población, hasta entonces padeciendo hambrunas (como los vecinos
de Corea del Norte, o en ciertas ocasiones, los cubanos) la agricultura y los
mercados agrícolas del país. Más adelante, las autoridades impulsaron diversos estímulos
a los individuos, las familias y las pequeñas empresas para montar negocios.
De forma simultánea, y desde luego muy acertada, también
se implementaron diversas medidas para fomentar las exportaciones, lo que
resultó un éxito ya que la libertad económica produjo de forma muy rápida
excedentes agrícolas a precios muy competitivos que se podían comercializar en
los mercados de la zona asiática, de nivel industrial y servicios superior,
pero poco especializados en agricultura y necesitados de atender las demandas
de alimentación de su población.
El crecimiento de la exportación, incluso bajo el
embargo comercial estadounidense que llegó hasta 1994, fue el resultado del
apoyo de las políticas del FMI y del Banco Mundial, así como de las agencias estatales
vietnamitas, ocupadas en convencer a los inversores extranjeros de Singapur,
Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Japón para que aportaran capitales a las
industrias orientadas a la exportación.
En las últimas dos décadas, la economía de Vietnam ha
conseguido atraer millonarias inversiones extranjeras, y el país ha entrado en
una senda de rápido crecimiento económico (un 8% o 9% de promedio anual). Fruto
de esa entrada masiva de capital procedente del exterior, que no existía en la
obsoleta economía comunista, la base de la economía vietnamita se transformó en
términos cuantitativos y cualitativos, sustituyendo en menos de una generación los
pequeños negocios familiares por grandes empresas competitivas.
Al igual que en Malasia, Indonesia y Tailandia, las
empresas privadas vietnamitas ya no son negocios familiares -como los taxis o
los restaurantes (como los cuenta propistas de Cuba)-, sino aerolíneas privadas
y fábricas textiles o de procesamiento de mariscos de miles de millones de
dólares.
La política de cambios impulsada por las autoridades
llevó a que en 2000 se crease la bolsa de valores, y desde 2007, cuando entró a
formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Vietnam se ha
convertido gradualmente en un país que comparte, como “pequeño dragón”, las características
fundamentales de los procesos de crecimiento de otras naciones del sur de Asia.
El ejemplo de Vietnam permite constatar la importancia
de la transformación en las condiciones de la oferta productiva para contribuir
al desarrollo de una demanda interna en la que el mercado de consumo en las ciudades
crece, mientras se consolida rápidamente una potente clase media joven con
preferencias variadas sobre todo tipo de productos y servicios.
Volvamos de nuevo a la cuestión ¿Podrá el régimen
castrista seguir este modelo?
A pesar del ofrecimiento de las autoridades de Vietnam
para compartir su experiencia, que se ha puesto de manifiesto en no pocas
ocasiones, tengo la impresión de que la generación que dirige la economía
castrista no tiene ni la mentalidad, ni el conocimiento, ni mucho menos el
horizonte temporal o la dimensión histórica, para realizar este milagro en la
Isla.
Raúl Castro lo ha dicho de forma explícita en todo
momento. Los “Lineamientos” pretenden la actualización del socialismo. Es
decir, más de lo mismo.
Los vietnamitas se han despojado de servidumbres ideológicas
absurdas y han tratado de obtener, con éxito, provecho de su posición en la economía
mundial. El resultado está ahí, pero al igual que en otros procesos de
transición desde el estalinismo al mercado, la experiencia no ha estado exenta
de problemas. Aumento de la disparidad de crecimiento y riqueza económica entre
zonas rurales y urbanas, con su efecto sobre las tensiones sociales; disputas
sobre derechos de propiedad, derivadas de la inadecuada aplicación de un marco
jurídico estable para los mismos; corrupción de las autoridades y legitimidad
del partido único; incrementos de precios
Posiblemente, Murillo esté prestando más atención a
estas cuestiones que al éxito de las reformas económicas.
Es cierto que Vietnam se ha ido alejado del modelo
planificado soviético y se ha reconciliado con EE.UU. Un cambio trascendental
en menos de una generación.
De igual modo, en el país asiático se observa la
existencia de un sentimiento positivo en la sociedad hacia Cuba. Mucha gente
recuerda todavía la labor de los médicos cubanos que ayudaron a los
supervivientes de los bombardeos en los años 70 en la zona comunista.
Posteriormente cuando en 1976 el país ya unificado,
tuvo que enfrentarse al embargo estadounidense, La Habana envió a un equipo de
ingenieros para que construyera las primeras autopistas que hasta hace no mucho
era una de las pocas que había en el país.
Es probable que los campesinos vietnamitas con sus
bicicletas cargadas o los que conducen sus motos en la autopista nacional 21
para llegar a los principales mercados a vender sus productos probablemente no
tengan en mente a personajes como Fidel o Raúl Castro, pero un buen número de
líderes comunistas que están detrás de los cambios, siguen observando a Cuba como
un amigo auténtico, por lo que están a disposición de ofrecer ayuda dentro de
ciertos límites, como por ejemplo, cargamentos de arroz para paliar las
hambrunas existentes en la Isla.
No creo que haga falta insistir mucho más en la cuestión. No está en la agenda de las autoridades castristas transformar a la economía cubana como lo han hecho en Vietnam. El régimen castrista presenta unas características específicas que lo hacen distinto al resto de países del mundo, y en materia de asuntos económicos lo están confirmando día tras día. Reformas parciales, confusión instrumentos y objetivos, descoordinación en las actuaciones, prioridades mal definidas están generando divisiones sociales en la economía mucho más profundas que en otros países y retrasando la única opción posible para el futuro: derechos de propiedad y mercado.
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