¿Turismo revolucionario? No, gracias
Elías Amor Bravo,
economista
La historia de Cuba se ha
visto deformada por la acción de la llamada “revolución”. Este es un daño
etnológico sin precedentes, cuyas consecuencias son, si cabe, más dramáticas
que las ejercidas sobre la economía y la sociedad. Como si no hubieran existido
una República, desde el 20 de mayo de 1902, y la anterior colonia de España,
desde 1509 cuando se iniciaron los primeros viajes exploratorios, el régimen de
los Castro ha convertido los casi 450 años de existencia anteriores a 1959 en
una caricatura nauseabunda, al servicio al culto del poder estalinista.
Por ello, recuperar las
señas de identidad históricas será una tarea de gran relevancia para las
generaciones que se hagan cargo de la transición a la democracia y las libertades.
Esa usurpación castrista de la personalidad cubana tiene un ejemplo estos días
en Santiago de Cuba. Un artículo en el diario del régimen, Granma, de Eduardo
Palomares, hace referencia a las reparaciones en el hotel Rex de la ciudad, “por
su vinculación con los acontecimientos del asalto al Cuartel Moncada”.
Vaya por delante, que
cualquier inversión que se realice en el sector turístico debe ser bienvenida,
porque contribuye a la modernización del país y sobre todo, a eliminar esa
imagen de destrucción que muchas ciudades cubanas ofrecen a sus habitantes.
Lo que me parece ridículo
y muy propio de un régimen que está intentando postergarse al futuro, es que se
rehabilite un hotel por el mero hecho “del aniversario 60 de la heroica gesta
del 26 de Julio de 1953” y cito textualmente a Granma.
El culto a la
personalidad es un ejemplo de las dictaduras, sean del signo que sean. Lo
hicieron Stalin, Hitler, Mussolini, Mao, Franco, Saddam Hussein, y un largo
etcétera de personajes que se apoyaron en estructuras coercitivas de poder para
desarrollar sus proyectos políticos. Ocurre que cuando estos individuos
desaparecen, sus sistemas cambian y, hasta cierto punto, desaparecen o se
transforman sin ellos. Y para comprobar esta afirmación, solo hay que esperar.
Algunos podrían pensar
que el régimen castrista, en fase terminal, está intentando desarrollar una
acción deliberada para conservar, de cara a un futuro que se presenta muy
distinto, restos de lo que ha sido calificado como el peor período de la
historia reciente de Cuba. Que un hotel se rehabilite por la circunstancia de
que fuera el alojamiento de los protagonistas de una algarada, que solo tiene
sentido dentro de los esquemas de ese régimen político, apunta claramente hacia
ese modelo de “turismo revolucionario” que se vislumbra.
La llamada “revolución”
castrista ha tenido defensores durante muchos años en buena parte de los países
del mundo, donde de algún modo, aunque se advertía el carácter totalitario del
régimen, se pasaban por alto sus desmanes por cuanto existía un posicionamiento
ideológico alternativo que, en el fondo, resultaba una farsa.
El sector turístico
mundial se está segmentando de forma acelerada para ofrecer productos y
servicios a grupos cada vez más homogéneos en sus necesidades y preferencias.
Es una estrategia que está en marcha, tanto en las grandes potencias, como
España o Francia, como en aquellos países y destinos que luchan por abrirse un
espacio en uno de los mercados de mayor crecimiento estable de los que existen
en la economía mundial.
La apuesta por el “turismo
revolucionario”, como segmento de turismo, supondría convertir a Cuba, en una especie de “parque temático” para la venta masiva de camisetas del Che
Guevara, de teatros y cines "Carlos Marx" en los que se proyectasen películas alternativas o el acorazado Potemkin, de museos sobre la vida y obra de los "revolucionarios". Un país en que se pudieran visitar tumbas y mausoleos, o asistir a centros
de interpretación dedicados a la vida y obra de los "hitos de la revolución”.
Incluso la posibilidad de alojarse en determinados hoteles como este Rex de Santiago
de Cuba, que tal vez podrían ofrecer una dramatización de acontecimientos
singulares y hechos amparados bajo ese paraguas del turismo revolucionario.
Si alguien piensa que
esto puede ser compatible con la nación democrática y libre que todos los
cubanos sueñan para su futuro, está equivocado. Basta darse una vuelta por las
antiguas repúblicas socialistas europeas, o incluso la URSS para darse cuenta
de cómo los símbolos de aquellos años, han desaparecido para siempre. Incluso
en la China oficial de Mao, cuando se abandonan los recintos históricos del
régimen, aparece una nación pujante, dinámica y moderna, que tiene poco que ver
con la miseria maoísta. Con las dictaduras del otro signo, otro tanto. Los
casos de España o Portugal, son buen ejemplo de ello. Nadie en su sano juicio
cree que el franquismo pudiera tener un atractivo turístico en el siglo XXI.
Pero en el régimen
castrista, donde la gestión de los escasos recursos económicos por el estado,
tiene una orientación política, cabe esperar que arrecien estos esfuerzos por
convertir a Cuba en un “parque temático” de la revolución para turistas que
añoren esa época. Lo cierto es que el paso del tiempo nos llega a todos, y que
muchos de aquellos ciudadanos alemanes, franceses, italianos o españoles, que,
en su legítimo derecho, creyeron que los Castro representaban algún tipo de
modelo alternativo a la sociedad occidental, han fallecido, sus hijos no
piensan lo mismo, y los nietos están en otras coordenadas y apuestan por otros
modelos de turismo.
Mientras tanto, recuperar
y rehabilitar hoteles está muy bien. Incluso, con participación extranjera,
siempre condicionada a difíciles convenios con un régimen que se resiste a
dejar la propiedad de los medios de producción, que sigue controlando. Ahora
bien, convertirlos en referencias de la llamada “revolución” tiene poco sentido
de cara al futuro.
Cuba tiene un patrimonio
histórico, cultural, etnológico, natural que va más allá de la fecha fatídica
de 1959. Y ese patrimonio sí que vale la pena potenciarlo, conservarlo y
convertirlo en el principal atractivo de la nueva nación democrática que está a
las puertas.
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