De la biotecnología no se come
Elías Amor Bravo, economista
La apuesta del régimen castrista por la
biotecnología ha sido una materia reservada, casi confidencial. Durante años se
ha especulado sobre la capacidad de esta rama de la ciencia aplicada en la Isla
para desarrollar un sector competitivo y capaz de generar ingresos. No le viene
mal a la economía castrista contar con este tipo de “motores”, sobre todo si se
tiene en cuenta el pésimo escenario que se avecina, conforme se agoten los
recursos procedentes del petróleo venezolano.
En los últimos tiempos, el régimen presionado por
la necesidad de obtener financiación y los pésimos resultados de la economía
nacional, se ha lanzado a una campaña propagandística en la que trata de
reforzar la imagen de productividad y potencial económico. Primero fue con el
anuncio del previsible cobro de los servicios médicos en el exterior. Es decir,
de la tan alardeada cooperación altruista y solidaria, la necesidad acuciante
de ingresos ha llevado a convertir la mano de obra sanitaria en el exterior en
una fuente controlada de recursos que se añaden a las remesas enviadas por las
familias emigrantes.
El objetivo es exportar lo que sea para corregir
la enorme brecha del desequilibrio en las cuentas externas de una economía
ineficiente e improductiva, de base estalinista que se resiste a cambiar. Ya
veremos qué opinan los países que, hasta ahora, han recibido los profesionales
de la sanidad gratis, cuando les manden la factura. A lo mejor revisan sus
pedidos. No lo deseo, pero puede ocurrir que los servicios prestados
corporativamente por el estado comunista sean más costosos y complejos que los
que se pueden obtener en los mercados libres. Tiempo al tiempo. Los economistas
saben que las cosas cuestan realmente cuando hay que pagar por ellas. Mientras
tanto, todos tan contentos.
Ahora llegan otras noticias optimistas que se
difunden a través del diario oficial del régimen. Esta vez de China, donde Díaz
Canel ha asistido a la inauguración de una planta de biotecnología fruto de la
cooperación entre los dos estados. Se trata de la ChangHeber, inaugurada en
2003, y que en la actualidad elabora más de 180 productos biotecnológicos,
entre ellos el interferón.
Esta entidad mixta tiene por la parte cubana a
Heberbiotec S.A y por la china el Instituto de Productos Biológicos de
Changchung y la Jilin Boyce Technology Company.
La instalación inaugurada por Díaz Canel va a
producir la vacuna contra el Hemophilus Influenzae, una bacteria que en los
primeros de años de vida produce enfermedades infecciosas graves,
fundamentalmente en cerebro y pulmones, pero como ya se indicó, su objetivo
inicial fue producir en China, mediante transferencia de tecnología, interferón
recombinante alfa 2B homogéneo, que sería la primera formulación líquida, libre
de albúmina humana producida en este país asiático.
A partir de la producción del interferón, la
fábrica ha añadido otros muchos productos, como la vacuna hib tipo B, que se
exportan desde China a países como Pakistán, con precios atractivos que
permiten obtener ingresos por concepto de royalties sobre las ventas. Además, en
este período, Changheber se ha consolidado como uno de los cinco principales
distribuidores de Interferón en China, avalado por la Certificación de Buenas
Prácticas de Producción de las autoridades reguladores cubanas.
Como señala la nota de Granma, esta es la segunda
empresa mixta que elabora productos con tecnología biotecnológica cubana en
China, la primera de ellas la BIOTECH Pharmaceutical Co. LTD (BPL), del Centro
de Inmunología Molecular, ya tiene 10 años de existencia, con productos
especializados para el tratamiento del cáncer.
Asombroso. Este tipo de prácticas corporativas de
estado, donde las empresas pertenecientes al régimen hacen y deshacen
contratos, acuerdos y explotan negocios de un elevado valor y gran demanda,
sorprenden en un país en el que los alimentos producidos son insuficientes para
atender las necesidades de la población obligando año tras año a realizar
elevadas importaciones. Ante este tipo de prácticas, cabe preguntarse,
igualmente, dónde está el embargo y qué justificación puede tener un argumento
sostenido durante más de medio siglo con una clara intención aviesa.
No seré yo quien critique que el régimen castrista
despliegue el potencial de la economía a nivel internacional. Buena falta tiene
la economía de obtener recursos en el exterior. Pero los deberes se tienen que
hacer correctamente y en el orden más adecuado. Y antes de emprender estas
aventuras, cuyo resultado se tiene que valorar en términos de coste beneficio,
lo primero es lo primero. Y en el caso de la economía castrista, no se puede
empezar a construir la casa por el tejado, sino por las bases sólidas, los
cimientos que permitan consolidar su futuro. Y para ello, la agricultura
necesita concentrar buena parte de las reformas que se niegan las autoridades a
emprender.
No es entregando tierras como se resuelve el
problema, sino con una reforma en profundidad de la estructura de la propiedad
que devuelva a Cuba los derechos de propiedad confiscados en los comienzos del
proceso revolucionario. El campo para quién lo trabaja, y para quién obtiene
rentabilidad del mismo. Y después, liberalizar los mercados de distribución
para que los productos lleguen a los consumidores, aunque sea en puestos
improvisados a la salida de las ciudades. Esa es la primera tarea, la más
importante, la que sacó a vietnamitas y chinos del atraso. Tal vez Díaz Canel
tenga que dar algún paso en esa línea, y cuanto antes. Todas esas grandes
empresas de biotecnología se pueden vender fácilmente llegado el momento más oportuno. La agricultura, no.
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