Interpretando el menor crecimiento del PIB en 2012

Elías Amor Bravo, economista

Ha pasado desapercibido el suceso que ha obligado a la Oficina Nacional de Estadística a reducir la estimación del crecimiento del PIB en 2012 para situarlo finalmente en un 3%. Al margen de las dudas que subyacen a este tipo de cálculos por quiénes continúan aplicando sui generis mediciones que se apartan de los estándares internacionales (como sucede con los servicios gratuitos de educación y sanidad o las remesas de los exiliados), la revisión del crecimiento es un dato importante, al que conviene prestar la máxima atención.

Primero, porque en los últimos tres años se ha tenido que revisar a la baja. Luego no es un fenómeno coyuntural producido por los ciclones o tormentas, sino que obedece a otras causas.

Segundo, porque la revisión a la baja del crecimiento económico trastoca otros muchos indicadores económicos que se refieren al mismo, como el peso del déficit público, que es un grave desequilibrio estructural de la economía o la renta per cápita que incide en la capacidad de gasto de las familias.

Tercero, por lo que significa de pérdida de reputación y confianza internacional, toda vez que muchas decisiones de inversión, de préstamos o de relación comercial entre los países se adoptan a partir de los indicadores de crecimiento económico. Para quién se ve obligado a reducir su crecimiento económico, no es fácil obtener, por ejemplo, mejores condiciones crediticias en los mercados internacionales. Los prestamistas  oficiales generalmente se interesan por aquellos que tienen solvencia y capacidad para devolver sus préstamos.

Cuarto, porque esa revisión a la baja del crecimiento económico se produce en medio de un proceso atormentado, vacilante y poco definido, de “cambios” impuestos por el régimen, en los llamados “lineamientos”, y a tenor de lo que se observa, no parece que estén dando resultados positivos. O bien esos “cambios” no son los más adecuados, o se están aplicando con criterios restrictivos y limitativos, lo que reduce su pretendido impacto sobre una economía ineficiente y postrada. No hace falta ir muy lejos para obtener alguna evidencia sobre este asunto: hace unos días el gobierno cuestionaba su política de entrega de tierras por insuficiente. Todo un enunciado.

Para muchos, tal vez crecer un 3,1% o un 3,2% o un 3% viene a ser lo mismo, y tal vez, con la economía castrista, que arranca desde niveles muy bajos, este tipo de consideraciones tienen poco interés. No puedo estar de acuerdo con ello. Crecer menos de lo previsto, o no crecer, es muy grave para una economía que necesita un fuerte empuje de su producción para liberalizar espacios para la actividad productiva y evitar el colapso en los mercados de bienes y factores de producción. La baja articulación que existe entre los distintos sectores de una economía planificada de planificación central, en la que la propiedad privada se ha penalizado durante 54 años, es un ejemplo del daño causado y del alcance de las transformaciones que se necesitan.

Si las autoridades creen que se puede pasar este expediente sin más, están equivocadas. Una economía ineficiente e improductiva, que necesita un continuo flujo de recursos procedentes del exterior, como una subvención a fondo perdido, que fue la aportación soviética hasta 1990 y que son los petrodólares de Venezuela, no puede jugar con fuego, porque se quema. 

Los responsables de la dirección de la economía castrista tienen que conducir ese maltrecho y envejecido aparato hacia una senda de mayor crecimiento económico, sostenible y compatible con la posición que ocupa en la economía mundial. Crecer más y mejor es la única salida del atolladero. Sin crecimiento económico sostenido, la economía mantendrá sus actuales restricciones. Lo malo es que no hacen lo que deben, y están perdiendo un tiempo magnífico para ello.


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