Las remesas sostienen la economía castrista
Elías Amor Bravo, economista
Un buen trabajo de Emilio Morales
publicado en Café fuerte, sitúa el monto total de las remesas enviadas por los
cubanos residentes en el exterior a la Isla en 2.605 millones de dólares en
2012. Una magnitud relevante, tanto en términos cuantitativos como
cualitativos. La cifra ha sido elaborada por The Havana Consulting Group, THCG,
en un reciente estudio en el que utiliza como base diversas fuentes de
información, como los datos relativos a la facturación del comercio minorista,
las remesas oficiales, las estimaciones de fondos que entran en el país y los
gastos de los visitantes.
En mi opinión, se trata de una
información rigurosa, que viene a confirmar que lo único que realmente funciona
bien en la economía castrista es precisamente lo que no se produce en el
interior. Los cubanos residentes en el extranjero están sosteniendo a la
maltrecha economía de base estalinista, que se resigna a superar el atraso de
más de medio siglo de políticas basadas en la planificación central, la
ausencia de derechos de propiedad y la penalización de la libre empresa.
No deja de ser significativo que
aquellos que precisamente creen en ese modelo de organización social, y por ese
motivo se ven obligados a establecerse en otros países, son los que finalmente
sostienen con sus envíos de dinero, el entramado burocrático del castrismo que,
en su fase terminal, ya es incapaz de cualquier cosa, empeñado en llevar
adelante unas reformas parciales y dispersas, etiquetadas como “lineamientos”,
que no ofrecen ni un solo resultado positivo en los distintos ámbitos
planteados.
Cuando se desató el denominado “período
especial” a comienzos de los años 90, el régimen se vio en la necesidad, en
contra de sus planteamientos ideológicos, de autorizar la libre circulación de
dólares en la Isla. Los cubanos que tenían familias en el exterior podían
acceder a bienes y servicios en cantidad y calidad superiores a los que sólo
obtenían sus rentas en pesos cubanos. La dolarización de la economía y la
dualidad monetaria arrancó con fuerza, por las necesidades urgentes de divisas,
pero también por las graves consecuencias derivadas del manejo de la política
monetaria para financiar el ingente déficit provocado por el gobierno para
evitar cualquier explosión de malestar social.
La receta dio resultados con una
inflación desbocada y el avance de la pobreza, y el castrismo tuvo que lanzar
la “batalla de las ideas” contra los sectores que habían mejorado sus
posiciones económicas durante esa larga década de privaciones. De ese modo, tan
pronto como empezó a manar el petróleo venezolano, en forma de subvenciones
encubiertas, Fidel Castro puso fin al proceso de liberalización económica
encubierta del “período especial”, y suprimió la circulación de la moneda de su
enemigo del norte, para crear ese instrumento de regulación y control que es el
CUC. La historia desde entonces es bien conocida.
El régimen acertó. Los 2.650 millones de
dólares que anuncia el estudio de THCG en 2012, representan aproximadamente el
30% del PIB de la economía castrista que está valorado en dólares según datos
de la ONE, equiparando el dólar al decaído peso cubano histórico. Posiblemente,
el peso de estas remesas sea incluso superior.
De lo que no cabe duda es que las
remesas han permitido a las familias que las reciben acceder a una cesta de
bienes y servicios de consumo (telefonía, gastos en restaurantes y hoteles) muy
superiores a la media de los cubanos. Para muchos, ha supuesto definitivamente
tirar a la basura la indignante libreta de racionamiento, y la posibilidad de
mejorar sus condiciones de vida. Lo más grave es que este proceso no beneficia
por igual a todos los cubanos, y aunque es cierto que las remesas no crean
desigualdades, porque el origen de éstas es mucho más profundo y se debe
identificar en la estructura de la economía, no cabe duda que las diferencias
no encuentran justificación alguna en el modelo creado por los hermanos Castro
hace más de medio siglo.
Lo otro que aportan las remesas es
recaudación directa de divisas. Para empezar, por el cambio del dólar al CUC,
donde se pierde, en líneas generales, un 10% del valor nominal del envío.
Incluso más, si se tiene en cuenta que los cubanos están enviando dinero a sus
familias utilizando otras fórmulas de coste superior, como por ejemplo, el uso
de tarjetas de crédito referidas a cuentas corrientes en moneda convertible. En
cualquier caso, el régimen recauda ingresos impositivos de las transacciones
que se realizan en el ámbito de la economía convertible, donde el acceso de los
cubanos se ha ido ampliando en los últimos años.
Sostener la economía con remesas es un
final triste para quienes defendieron a ultranza la propaganda de una soberanía
económica tras el triunfo ya lejano de 1959. No seré yo quien cuestione al hijo
que envía a su madre dinero para mejorar sus condiciones de vida en la Isla, o
al padre que haga otro tanto para sus hijos. La realidad de América Latina
tiene mucho que ver con las remesas de sus emigrantes.
Lo que sí considero que debe cambiar es
el uso que los cubanos residentes en el interior puedan hacer con esas remesas
que reciben de sus familiares en el extranjero. Y eso, como otras tantas cosas
en Cuba, depende de la voluntad del régimen. Hasta ahora, las remesas han
servido para apuntalar un gasto de consumo que atiende a necesidades básicas
que han estado controladas y reprimidas por la planificación central comunista
durante décadas.
Pero en otros países de América Latina
donde las remesas fluyen hacia un sistema jurídico de protección de derechos de
propiedad y libertades económicas, el destino de esos ingresos es bien
distinto, y adopta fórmulas que permiten a las economías de esos países crecer
y evolucionar. Buena parte del desarrollo económico español en los años 60 tuvo
su origen en las remesas de los emigrantes. Desde la inversión en activos, a la
puesta en marcha de negocios y empresas, pasando por la mejora de las viviendas
o la compra de nuevas, que deben ser construidas, o de equipamientos
domésticos, de reparaciones y enseres. Todo ello sería muy positivo que se
pudiera realizar en la economía castrista, donde las ataduras, rigideces y
controles de base estalinista siguen impidiendo que la libertad económica se
abra camino.
Dicho de otro modo, lo que las
autoridades deben perseguir es poner en valor la circulación de las remesas
para que estimulen el crecimiento de la actividad económica, la producción y el
empleo, sobre bases nuevas. No conviene olvidar que representan el 30% del
valor del PIB de la economía, por lo que su tirón macroeconómico puede ser
destacado.
Lo que el régimen no permite es que las
remesas hagan que la economía cubana prospere y aumente su escala,
contribuyendo a la creación de un gran mercado interior dirigido por las decisiones
de la oferta y la demanda, y el comportamiento libre de los precios, que
permita a los agentes económicos decidir lo mejor con su dinero. Ese sería el
mejor provecho de las remesas.
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