¿Por qué los cubanos no pueden invertir en su economía?
Elías
Amor Bravo, economista
La política de atracción de inversiones extranjeras para el puerto del Mariel está mostrando uno de los aspectos más oscuros, y a la vez, erróneos, de la política económica de actualización del socialismo emprendida por Raúl Castro: el principio de exclusión que se aplica a los ciudadanos cubanos, de dentro de la Isla y del exilio, a participar en cualquier proyecto de inversión conducente a la consolidación de derechos de propiedad privada en la Isla.
Por
el contrario, el régimen abre las puertas de par en par a los
inversores de Brasil, China, Vietnam, España y Alemania, promoviendo
una gira mundial para convencer a financieros extranjeros en relación
a las oportunidades de inversión en la Zona Especial de Desarrollo
del Mariel.
De
lo anterior cabe extraer dos conclusiones. Primero, que el embargo o
bloqueo, o como se llame, es inexistente para el conjunto de la
economía mundial; y segundo, el grave riesgo que supone en los
mercados mundiales, alguien que debe al Club de París, 35.143
Millones de dólares (según el último Informe anual de este
organismo) y se niega a devolverlos. Es cierto que cada uno hace lo
que quiere con su dinero, pero en estas condiciones, cualquier
inversión extranjera en la economía castrista suena más a una
aventura romántica que a un ajustado cálculo comparativo de costes
y beneficios esperados. Si no, tiempo al tiempo.
Dejando
de lado estas cuestiones, lo que más me interesa destacar en este
artículo es el grave quebranto que supone para una economía
marginar de cualquier proceso inversor a sus nacionales. La
inversión, también conocida como formación bruta de capital fijo,
es una de las variables más relevantes de la demanda interna de una
economía, junto al consumo y al gasto público y el saldo neto del
comercio exterior.
Con
la política de exclusión practicada por las autoridades castristas
a los cubanos, de dentro y de fuera, se está limitando uno de los
componentes más relevantes de la economía, que en algunos países
llega a suponer prácticamente el 20% del gasto nacional. Esto
significa que los cubanos no pueden ejercer con libertad sus derechos
de propiedad sobre un conjunto amplio de bienes y servicios, por
ejemplo, invertir en negocios en el Mariel.
Desde
el punto de vista relativo, marginar a la población del proceso
inversor significa que el capital no humano de los cubanos (que es
fundamental para determinar el nivel de renta permanente que, a su
vez condiciona el consumo y ahorro a medio plazo) no existe. Los
cubanos no están autorizados a comprar y vender libremente activos
en el mercado, no pueden obtener con ellos ganancias de forma
legítima, y lo que es peor, no se les autoriza reinvertir beneficios
en alcanzar escalas superiores de gestión productiva.
Dejar
fuera de este proceso inversor, absolutamente necesario en una
economía, a los nacionales de un país, es un error de
planteamiento, que ni tiene que ver con el socialismo, ni con la
actualización del modelo, ni con criterios de racionalidad y
eficiencia. Más aún, cuando se permite a los extranjeros participar
libremente en esos activos, si bien es cierto que con la
participación molesta del estado castrista en la mayor parte de los
negocios.
Mientras
que este tipo de prácticas acomplejadas y seudo estalinistas no se
borren de la realidad económica y social imperante en la Isla, el
potencial de crecimiento de la economía se verá cercenado. Ya he
señalado en ocasiones anteriores que la economía castrista, al
hacer recaer todo el aparato inversor en el estado, presenta uno de
los porcentajes más bajos de inversión en relación al PIB de
América Latina, e incluso del mundo. Eso no es sostenible, ni ofrece
garantías a la economía de crecer sobre bases sólidas.
Considero
que las reformas que se están introduciendo en la Isla deberían
dejar los lastres ideológicos de ineficiencia detrás, y empezar a
pensar en la nueva economía cubana que se tendrá que construir
desde la base, tras la desaparición del régimen. La política de
parches no sirve cuando el modelo se tiene que sustituir porque ya no
da más de sí. Los antiguos países comunistas que han orientado sus
economías hacia los derechos de propiedad, la libertad económica y
el mercado como instrumento de asignación de recursos, confirman que
la receta es altamente recomendable. Ahora que el régimen quiere
inversión extranjera para la Zona Especial de Desarrollo del Mariel,
sería conveniente que se pensara en la capacidad de los cubanos para
capitalizar recursos, invertir en activos y construir sus patrimonios
de riqueza, en condiciones de respeto para los derechos de propiedad.
Una
última reflexión. Con la obsesión por la inversión extranjera en
las oportunidades económicas que se abren en la Isla, y el principio
de exclusión a los cubanos, el régimen no se da cuenta que muchos
inversores recelan de ese appartheid al que se ven sometidos los
cubanos. Precisamente, como ha confirmado la experiencia de otros
países que han tenido éxito en la exposición de sus economías a
la inversión internacional, una política de atracción de capital
extranjero debe ir acompañada de una capacidad creciente de
inversión por los nacionales, de modo que el proceso inversor puede
ganar en sostenibilidad y conseguir con mayor eficiencia la
transferencia de tecnología y de know how que se deriva del mismo.
Esa mutua relación en el proceso inversor no se da en Cuba, y al
parecer, en las reformas del régimen no está prevista, salvo para
las empresas estatales controladas políticamente. Mal asunto.
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