Sin democracia, no esperen responsabilidad fiscal
Elías Amor Bravo, economista
Uno
de los problemas más acuciantes derivados de las reformas
emprendidas por Raúl Castro bajo el epígrafe de los llamados
“lineamientos” es cómo establecer un sistema tributario en una
economía que conserva rasgos de estalinismo radical. Si difícil
resulta el diseño de sistemas fiscales en las economías mixtas de
mercado, en las que conviven la propiedad privada y la pública en
los procesos de generación de renta y riqueza, en una economía
dominada por el estado casi al 100% la posibilidad de fijar
impuestos, y cobrarlos, parece más complicada. Un auténtico
galimatías.
En
un artículo en Granma se han hecho eco de los 4,7 millones de pesos
que no se han recaudado en la provincia del mismo nombre como
consecuencia de, y cito textualmente, “la actitud evasiva de
quienes debieron aportar ese monto, que es la cantidad exacta de
dinero dejado de pagar en la provincia de Granma por la
subdeclaración de más de 1.400 contribuyentes de solo dos de las
figuras autorizadas al trabajo no estatal: transportistas y
elaboradores-vendedores de alimentos”.
¿A
quién le extraña que ésto ocurra?
Para
empezar, el poder para establecer impuestos, el Power to Tax que los
economistas de Public Choice como James Buchanan y Gordon Tullock han
estudiado con detalle, obedece a un contrato social democrático
previo, en el que la sociedad organizada acepta que se detraiga una
parte de sus ingresos para contribuir a los fines tradicionales de la
Hacienda democrática: asignar recursos, promover la justicia social
y facilitar una distribución equitativa de la renta. Ese pacto es el
que permite a los gobiernos obtener ingresos y responder de su
gestión a los ciudadanos en los procesos electorales que se celebran
períodicamente.
En
tales condiciones, ¿qué sentido tiene en una sociedad socialista
que se vanagloria de cumplir estos objetivos, querer fijar más
impuestos? Cierto es que los trabajadores por cuenta propia obtienen
unos ingresos que, de alguna manera, deben contribuir a financiar los
impuestos, pero el régimen castrista debe saber que en tanto no se
desarrollen estructuras democráticas, la evasión fiscal será un
comportamiento generalizado.
Además
se dan otros factores que conviene tener en cuenta.
Por
un lado falla la cultura fiscal en la población. El artículo lo
señala explícitamente, “a nadie sorprende que en el primer año
de vigencia de una nueva Ley Tributaria ocurran irregularidades
asociadas a ella, máxime cuando fueron tantos los años divorciados
de un régimen fiscal objetivo que fertilizara una apropiada cultura
en este campo”, para entonces entrar en el nudo de la cuestión,
“la determinación abierta de burlar lo establecido por ley,
incorpora otra variante de indisciplina social que necesita ser
remediada a tiempo, aunque también con otras conducentes al
entendimiento colectivo sobre la importancia universal de los
impuestos y los modos de recaudarlos, a fin de superar rápido la
mala impresión que parece haber suscitado en algunos”.
No
me extraña que estas cuestiones vayan a las reuniones de la asamblea
nacional convocadas para este mismo mes. Sobre todo, cuando el 92% de
los trabajadores por cuenta propia declararon ingresos inferiores a
los realmente obtenidos, con la consiguiente merma tributaria.
Es
evidente que, ante este fenómeno, emplear la inspección con dureza,
podría suponer una elevada mortandad de trabajadores por cuenta
propia, y eso al régimen no le interesa, porque precisamente está
reduciendo el insoportable aparato estatal, es verdad que a cuenta
gotas, pero no le queda más remedio que hacerlo. Por lo tanto, ¿qué
hacer contra las indisciplinas detectadas?
Un
régimen poco acostumbrado a la indisciplina, seguramente se empleará
con especial contundencia contra los que tratan de escapar del fisco
castrista. Inspecciones, actas, procesos administrativos y un
auténtico quebradero de cabeza, que para algunos no es la solución
más adecuada. La ONAT, oficina encargada de la gestión tributaria,
no parece tener procedimientos ni metodologías eficaces para hacer
frente a estas situaciones. Cunde el desánimo. Transportistas,
taxistas, vendedores y elaboradores de alimentos, están en el punto
de mira de la acción represora fiscal. Ya veremos cuánto duran.
Si
el régimen necesita continuar estimulando el trabajo no estatal como
vía de dinamizar la economía sin autorizar el ejercicio de
responsabilidad que supone la propiedad privada y las instituciones
del mercado como asignador de recursos, que se prepare para más
evasión fiscal. Se contribuye al presupuesto del Estado cuando éste
es democrático y respeta la acción privada. Cuando el sentido de
pagar los impuestos procede de una decisión administrativa impuesta
por un sistema en el que no existe libertad, mal asunto. Cuando es la
expresión de un acto democrático, de un pacto social, de un gran
acuerdo colectivo entre los que tienen, los que no y aquellos que
democráticamente, tienen la responsabilidad de actuar en el
intermedio de la economía, cabe esperar otra cosa.
Yo
lo siento porque en el régimen castrista no existen actualmente las
condiciones para ese pacto social ni mucho menos para una acción
colectiva democrática. Como consecuencia de ello, preveo más
multas, más disciplina y control sobre la población; la imposición
obligatoria y por la fuerza del pago del tributo, de forma
discriminada y sin un marco legal al que referir las eventuales
sanciones. Eso, en la economía castrista, no existe y por ello, el
Power to Tax del régimen es nulo.
Esta
vía fiscal es un ejemplo de lo que ocurre en las dictaduras que
tratan de apropiarse, en vano, de los valores democráticos y libres
de la acción colectiva. Lejos de buscar la solución en las
propuestas que se plantean en el artículo de Granma, “más el
diálogo y la capacitación, que se multiplique la promoción de los
deberes fiscales como un acto de alta responsabilidad ciudadana, que
la fiscalización sea cada vez más eficiente en su gestión de
imponer orden, a la par de sembrar cultura tributaria de un modo
creciente” entre otras, no tienen sentido si no existe ese pacto
democrático previo que permite a los gobiernos responder ante los
electores de sus decisiones y su actuación. Sin ese marco jurídico
democrático, la aspiración del régimen de perpetuarse en el poder
recaudando ingresos de los trabajadores por cuenta propia, solo se
podrá conseguir con más represión y castigo. No hay que esperar
comportamientos voluntarios de nadie. Sino todo lo contrario.
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