El drama de comprar cepillos de dientes en Cuba

Elías Amor Bravo, economista

En ningún país del mundo, los ciudadanos tienen los problemas y dificultades que existen en Cuba para comprar una serie de productos de uso cotidiano y primera necesidad. No se trata de un fenómeno reciente. Se puede afirmar que desde el triunfo de la llamada "revolución" y posteriormente con la entrada en funcionamiento de la libreta de racionamiento, los cubanos se han tenido que acostumbrar a un modelo de compra contrario a la razón humana, que les somete a numerosas privaciones de todo tipo. Comprar un cepillo de dientes o papel higiénico pertenece a esta gama de penalidades.

Todo esto sucede porque el gobierno no ha hecho otra cosa en 55 años que criminalizar la actividad libre de los agentes económicos, productores y consumidores, obligando a someterse a las reglas del intervencionismo estalinista. Un artículo en Granma presta especial atención a este fenómeno, en los llamados Mercados Artesanales Industriales. Estos mercados, ejemplos de la maraña intervencionista del régimen castrista, permiten a la gente comprar productos de uso diario y primera necesidad como jabón, detergente o pasta dental, entre otros, que se pueden comprar en moneda nacional en dichos establecimientos. Cuando los hay.

El artículo de Granma estudia por qué hay escasez de estos y otros artículos, a qué se debe que los precios sean desiguales en los mercados o la heterogénea distribución que se realiza de los mismos. Además, los autores de este artículo descubren que hasta “la información que ofrecen los dependientes o su trato a la población en ocasiones deja mucho que desear”.

Sorprende que algunos artículos no se puedan obtener desde hace más de un año en estos mercados artesanales, mientras que los eficientes cuentapropistas sí tienen esos productos en sus bien abastecidos pequeños negocios.

En otros casos, aparecen continuos desajustes entre la demanda y la oferta, con productos como jabón de lavar, lejía y salfumán y detergente líquido, productos que se agotaban en dos o tres días, a pesar de que las autoridades dijeron que se habían adoptado medidas para evitar que se acaparara el producto. En ocasiones, estos desajustes obligan a los consumidores a realizar penosos recorridos por los distintos mercados para encontrar algún producto de uso diario que necesitan.

Cabe preguntarse por qué ocurren estas cosas en una economía que se supone planificada e intervenida.

Desajustes entre la oferta y la demanda. Quienes tienen que producir no tienen ni remota idea de las necesidades existentes en los mercados. Los planes de producción no se corresponden con los vaivenes de la demanda. Una llegada puntual y masiva de remesas del extranjero, por ejemplo, dispara el consumo a corto plazo y las fábricas, generalmente ineficientes e improductivas no tienen capacidad para aumentar la producción.

Desconocimiento de las preferencias de los consumidores. En el régimen castrista no existe libertad. Ni política, ni de elección. La gente tiene que conformarse con lo que el estado intervencionista le concede en base a unos mecanismos endiablados de cálculo de necesidades que casi siempre fallan. Los estudios de mercado no existen, porque tampoco hay mercados que atender.

Ausencia de incentivos para una adecuada comercialización. Los vendedores no tienen incentivos para vender más y mejor, porque sus salarios, fijos y de nivel de subsistencia, no les crean motivo alguno para esforzarse. En la actividad comercial, sin complementos de productividad, es difícil conseguir objetivo alguno.

Precios que no retribuyen los costes de producción ni generan beneficios. Las decisiones de producir desconectadas de la realidad del mercado, no toman en consideración los costes del dinero, prácticamente inexistente, o las amortizaciones o los costes de almacenamiento de materias primas y productos. La maquinaria productiva es incapaz de generar beneficios industriales. Sin competencia en el mercado, no existe presión sobre los márgenes. El precio no se ajusta a los cambios oferta y demanda, y todo vuelve al marasmo inicial.

Por si lo expuesto no fuera suficiente para explicar el desastre, el artículo de Granma abunda en otros aspectos, como por ejemplo, el funcionamiento del suministro a los mercados, la existencia de zonas "priorizadas" por los planificadores, los mecanismos de detección de los productos más buscados por los clientes y los medios que se utilizan para suplir la falta de estos productos solicitados.

El artículo de Granma señala que el desabastecimiento de productos en la red de Mercados Artesanales e Industriales puede atender a varias causas. Una de ellas son los artículos importados, que dependen de una serie de factores (contrataciones, llegada a tiempo, etc.), para llenar los estantes de los mercados. La política de sustitución de importaciones emprendida en 2010 por el régimen para reducir el déficit exterior ha llevado a la ineficiente economía castrista a un escenario de autarquía, en el que la disminución de la demanda estatal del MINCIN, por ejemplo, ha supuesto más quebrantos que beneficios. Un caos.

Otro factor es la falta de materia prima en la industria fabril, o los desperfectos en el equipamiento técnico para producir determinado artículo que no se pueden resolver rápidamente.

En tercer lugar, se cita la negligencia de los directivos de los establecimientos, de los cuadros. Y aquí es donde intervienen los aspectos de motivación. A quién le puede importar su trabajo y andar moviendo productos de unos mercados a otros, si no va a obtener compensación adicional por ello. No es su negocio. Si a eso le añaden las dificultades de transporte, los medios técnicos de carga y elevación, etc, los problemas son incluso, más complejos aún.

Los cubanos quieren cepillos de dientes. Los quieren comprar a precios razonables y cerca de sus domicilios, sin tener que recorrer largos kilómetros para conseguir uno. La economía debe producir y comercializar unidades suficientes, y si no se alcanza la demanda, existen alternativas en la importación. Una economía de mercado libre no tiene dificultades para dar soluciones efectivas a este problema que la economía castrista lleva 55 años tratando de resolver, sin éxito. El artículo de Granma, sin más, nos ofrece información para comprobar que el modelo imperante, no puede funcionar.




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