Prudencia, mucha prudencia
Elías Amor Bravo, economista
La expectación abierta con el retorno
a una normalidad diplomática entre Estados Unidos y el régimen
castrista ha generado ríos de tinta que muestran a empresas,
despachos legales, corporaciones y todo tipo de entidades interesadas
en comenzar a operar en la Isla, asumiendo que están ante un gran
mercado, un promisorio y suculento mercado, cuyo crecimiento, desde
niveles muy bajos, augura décadas de fuertes ganancias.
El espejismo castrista puede dar lugar
a un tropezón con la dura realidad y un despertar amargo para
quiénes se lanzan a una piscina en la que no existe agua, o la que
hay está emponzoñada, y además, nadie ha asumido la función de
mejorar la calidad del agua y ni siquiera llenarla para facilitar las
condiciones de la natación.
Varias son las cuestiones que están en
la responsabilidad del régimen castrista, y que hasta la fecha,
siguen inamovibles, como si fuera posible mantenerse en el tiempo sin
cambios, a pesar del interés del resto del mundo por facilitar una
evolución, digamos, racional.
Primero, esa absurda obsesión con el
entramado institucional y político de la llamada “revolución”,
lo que entraña un modelo de persecución, acoso, represión y
castigo a los disidentes y opositores que no aceptan la imposición
del modelo de ideología única existente en la Isla. Es difícil
entender a los grandes empresarios compartiendo el tipo de
enunciados, discursos y propaganda que se destila en la oficialidad
militar y de la seguridad del estado castrista, donde el análisis y
la interpretación de la realidad nada tiene que ver con lo que se
hace en otros países del mundo.
Segundo, es mucho lo que se tiene que
hacer en materia legal y administrativa. Las normas de funcionamiento
del régimen, por mucho que se abra al capital internacional con una
ley de inversiones extranjeras, no se corresponde con los esquemas
existentes en otras economías, lo que entraña un problema legal de
interpretación de las decisiones económicas, más aun cuando la
necesaria independencia de los tribunales no está garantizada por la
división de poderes o una constitución que sigue consagrando la
propiedad de los medios de producción en manos del estado y la
dirección centralizada de la economía. Recuerdos de un pasado
estalinista remoto que sólo se encuentra en paraísos como Corea del
Norte o Yemen, pero que en Cuba parece trasnochado.
Tercero, una corriente de opinión
pública ansiosa de salir al exterior, de contactar con la realidad
existente en otros países del mundo, ante la falta de oportunidades
en la Isla, y vías para el desarrollo de una existencia razonable.
El deseo de abandonar el país puede generar réditos a corto plazo,
en la forma de mayores remesas para los que se quedan en la Isla,
pero a largo plazo puede suponer una descapitalización de la
población y un círculo vicioso del que se tardará años, décadas
en salir.
Cuarto, para un macroeconomista
convencional, la economía castrista se encuentra alejada de los
necesarios equilibrios interno y externo. Ni se controla el déficit
público, pese a estar toda la economía bajo control del estado, ni
se mantiene el respeto a la restricción del exterior, lo que
agiganta la deuda externa y la hace insostenible. Muchas empresas que
iniciaron sus actividades en la Isla durante el período especial
tuvieron que poner fin a las mismas ante las dificultades para la
repatriación de beneficios. Estas cuestiones siguen sin estar
resueltas, porque la economía castrista no es competitiva y necesita
más recursos de los que produce para poder afrontar sus pagos en el
exterior. Malos presagios, sin ayuda de organismos internacionales
como el FMI; al que los Castro detestan.
Quinto, la propia orientación política
del régimen. Los Castro ya no representan solución alguna de
futuro. Ellos lo saben, pero se resisten a dejar el poder. La
dirección política del país es más incierta en la actualidad que
nunca antes en el pasado. Cualquier final es posible para un régimen
que toca a su fin. En tales condiciones, la seguridad que se necesita
para que una economía funcione en condiciones adecuadas, no parece
garantizada, por muy violento que sea el uso de la fuerza policial y
de la represión, o los comités de defensa de la revolución (que ya
deberían desaparecer) acentúen sus tareas de delación y escarnio.
Malos presagios para la marea de
entusiasmo de las empresas internacionales españolas, italianas,
francesas e incluso de Estados Unidos. No se dan las condiciones
adecuadas en la Isla para tener tanta alegría. Luego vendrá el
arrepentimiento. De momento, la prudencia, mucha prudencia, es el mejor consejo.
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