Sobre la venta de cocinas de inducción y su menaje en Villa Clara
Elías Amor Bravo, economista
El diario oficial del régimen, Granma
se hace eco hoy, en portada de una “gran noticia”. Ni más ni
menos que el comienzo en Villa Clara de la venta de cocinas de
inducción y su menaje que según dice el periódico, “han
despertado la atracción de las familias villaclareñas, atendiendo a
su fácil manejo, durabilidad, confort y eficiencia energética
respecto a las hornillas de resistencia eléctrica, mucho más
consumidoras”.
Asombroso. Esta es una gran noticia en
la monotonía absurda de la economía castrista. Algo que es
absolutamente normal en cualquier país, incluso en aquellos que
tienen un nivel de desarrollo económico inferior a Cuba, para Granma
y el régimen es un gran acontecimiento, y además, se anuncia la
cifra que se va a comercializar. Nada más y nada menos 23.600
módulos.
Desde hace mucho tiempo, las noticias
del día a día de la economía castrista no hacen más que
asombrarnos. Me alegro por la población de Villa Clara, que va a
poder disfrutar de unos electrodomésticos que les van a hacer, casi
seguro, la vida más fácil. Pero es evidente que, al mismo tiempo,
siento especial tristeza porque algo que es absolutamente habitual en
cualquier país del mundo: ir a una tienda abierta al público,
elegir el electrodoméstico entre una variedad de marcas y calidades,
que se acomode al presupuesto, y llevárselo después de pagar, en
Cuba es “una batalla más del régimen”, un acontecimiento que
merece la portada de Granma. Lo curioso es que así llevan más de 56
años.
¿Por qué ocurre este tipo de
anormalidades casi patológicas en la economía castrista? Leyendo la
información en Granma se percata uno de lo que ocurre en aquel
espacio antieconómico.
Primero, ¿qué sentido tiene que exista una
empresa de comercio en la provincia, que se encargue de esta
actividad? Por supuesto que nadie duda de la competencia de su
directora, Digna Morales, pero parece asombroso que se cree un
monopolio estatal de ámbito local geográfico para vender cocinas de inducción. El comercio de
venta al público debería estar privatizado, gestionado por empresas
privadas o comerciantes capaces de ofrecer a los
consumidores los productos y servicios que necesitan. El estado,
rara vez, actúa como buen comerciante. Está, digamos, para otras
cosas.
Hay más. Parece que se, según informa
Granma, han habilitado de manera excepcional un total de 69 puntos en
la provincia para vender las cocinas. Esto quiere decir, que no
existe una red comercial de distribuidores detallistas especializados
en vender al público, sino que cuando el estado castrista decide que
los cubanos tengan acceso a algo, se crean las estructuras que luego,
evidentemente desaparecen. El comercio al detall, confiscado y
despreciado por las autoridades del régimen, es simplemente un erial
arruinado por la política castrista. Su recuperación va a exigir inteligencia y esfuerzo.
Pero es que la guinda de todo este
espectáculo totalitario la pone el gobierno, como sucede casi
siempre. Resulta que ahora nos enteramos que existe una “política
de Cocción aprobada en marzo del 2012 por el Consejo de Ministros,
refrendada además, en los Lineamientos de la Política Económica y
Social del Partido y la Revolución”, es decir, que la venta de
cocinas y su set de menaje de cuatro piezas —jarro, sartén y olla
(todos con su tapa), y una cafetera, forma parte de la gran política
estatal del régimen. Asombroso. La “política de cocción” de
los cubanos entre las políticas principales del gobierno, asentada
en la agenda del consejo de ministros. Increible. Un ejemplo
evidente de lo mal que están las cosas en esa economía, y lo
difícil que va a resultar salir adelante si no gira en 180º
respecto del modelo actual.
Se argumenta que gracias a este
intervencionismo y control absoluto de la distribución, el estado
garantiza a las familias desfavorecidas el acceso a unos bienes y
equipamientos que, probablemente, no podrían comprar con sus
ingresos. Me parece bien. Nada contradice que en una economía libre
de mercado, en la que se decide libremente qué comprar y a qué
precio, exista algún tipo de subsidio que permita ayudar a los que
menos tienen. La asistencia social precisamente se basa en la
existencia de una economìa productiva y competitiva que genere
recursos para su distribución. Ni siquiera en eso, podemos estar de
acuerdo con los que aplican el intervencionismo igualitario a la
baja. Un absurdo que ni chinos ni vietnamitas se creen en este siglo
XXI.
Las cocinas de inducción son otro
ejemplo para reflexionar.
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