La integración de Cuba en la economía mundial
Elías Amor Bravo, economista
Nadie discute que la incorporación de
Cuba al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), así como a otras
instituciones internacionales, como el FMI, no solo es necesaria,
sino muy conveniente para lograr su apertura económica. De hecho, el
régimen castrista, históricamente, ha despreciado este tipo de
instituciones, afirmando su posición de independencia como uno de
los logros de la llamada “revolución”, y la renegociación de la
deuda del Club de París, conseguida el pasado año, se inscribe en
esa política de “free rider”, que desea practicar con sus
finanzas.
Pero una cosa es el cántaro y otra la
leche de la vaca que va dentro. Y tarde o temprano, la normalización
económica internacional de Cuba exigirá su pertenencia y
adscripción a los organismos internacionales de financiación y el
sometimiento de su deuda soberana a las agencias de calificación, en
la medida que ello permitiría acceder a financiación y asistencia
técnica, necesaria en su complejo proceso de transición, hacia una
nueva economía comparable a la de otros países del mundo.
El Centro de estudios Atlantic Council,
lo ha señalado en estos términos, al referirse a la integración de
Cuba en el BID, “el objetivo debe ser ayudar a los cubanos a
alcanzar un derecho básico, como el de la libertad económica y
ganarse un futuro por sí mismos” en un informe elaborado por el
exfuncionario del Banco Central de Cuba Pavel Vidal y el execonomista
jefe del Tesoro de EE.UU Michael Klein´.
Sin embargo, reconociendo la
importancia que tiene este proceso, cabe preguntarse si la economía
castrista, ese diseño de intervención estalinista combinado con la
propiedad estatal de los medios de producción y la ausencia de
mercado como instrumento básico de asignación de recursos, puede
tener cabida en el concierto internacional de las naciones, y sobre
todo, integrarse en organismos financieros especializados. Las
amenazas son muy superiores a las oportunidades, básicamente porque
las debilidades internas de la economía castrista son igualmente
mayores que las fortalezas con las que cuenta para afrontar un reto
de estas características.
Dicho de otro modo, con el único
patrocinio y apoyo de EEUU, el régimen no está en condiciones de
integrarse en el BID, por mucho que alguien piense que la visita de
Obama a La Habana lo puede apoyar.
¿Qué debe hacer la economía
castrista para estar en condiciones de acceder a estas fuentes de
financiación?
Primero que todo, restaurar su
credibilidad económica. Actualmente, el diseño institucional
existente impide a los inversores extranjeros y los mercados de
capitales adoptar una posición clara sobre las oportunidades que
ofrece, por ejemplo, la llamada cartera de proyectos. Esa falta de
credibilidad está motivada por la manipulación de la información
estadística, la calidad de esta información, sobre todo la
macroeconómica, y el desconcierto que existe entre los analistas y
observadores sobre las dimensiones de los desequilibrios interno y
externo de la economía, así como la dualidad monetaria.
Segundo, para acceder a los organismos
internacionales de financiación y asistencia técnica, los países
deben cumplir con la normativa, en su caso, homologable a todos.
¿Está el régimen castrista en condiciones de aceptar la normativa
del BID, o incluso de la Organización de Estados Americanos (OEA), a
la que desprecia, o del FMI; al que ha atacado en numerosas
ocasiones, por sus políticas “neoliberales”. Las hemerotecas
están llenas de improperios del antiguo dirigente comunista de Cuba
hacia estas instituciones y de la negativa a aceptar sus normativas.
Algo habrá que hacer al respecto.
Tercero, es cierto que la ley
Helms-Burton, publicada en 1996, tras el ataque castrista a las
avionetas pacíficas de Hermanos al Rescate, exige a los
representantes de EE.UU votar en contra de la entrada de Cuba en
estos organismos internacionales. Difícil será para Obama modificar
una ley para la que no cuenta con suficiente respaldo parlamentario y
a estas alturas del mandato presidencial, tampoco conviene hacerse
ilusiones.
Cuarto, la necesidad financiera del
régimen es abrumadora. La pérdida de la financiación procedente de
Venezuela a corto plazo plantea un escenario parecido al del “período
especial”. El temor a un estallido social ha encendido las alarmas.
Los cubanos protestar airadamente ante las elevaciones de precios de
alimentos en los mercados, como en cualquier otra capital del tercer
mundo. Los inversores extranjeros que se interesan por operaciones
en la isla tropiezan con la falta de ahorro interno y el atraso de
las instituciones de crédito. Nada hace presagiar que en los
llamados “Lineamientos” se introduzcan medidas para garantizar
una “progresiva liberalización financiera” o autorizar el
establecimiento de sucursales de entidades financieras extranjeras
en Cuba para ofrecer sus servicios a los cubanos, empresas y
ciudadanos.
Finalmente, queda otro reto no menos
importante. La dualidad monetaria. Un auténtico quebradero para
medir las dimensiones reales de la actividad económica en la isla,
que ha supuesto la introducción de sistemas contables que se alejan
de las normas convencionales de la disciplina y dejan sin efecto la
información que ofrecen las cuentas de las principales empresas que
operan con las dos monedas. Si no se elimina la doble moneda, no
existirá una referencia cambiaria única con el exterior,
arrastrando las graves consecuencias que ello supone para la medición
económica así como el desigual acceso de los cubanos a los
distintos bienes y servicios, en función de su tenencia de la moneda
fuerte CUC, o la débil CUP. Conviene recordar que esta doble moneda
fue el resultado de una decisión política del régimen para
recaudar divisas. Los efectos negativos generados son, por tanto, se
su responsabilidad.
Las decisiones económicas con “paños
calientes” nunca suelen ser la mejor solución. Es cierto que la
integración de Cuba en los organismos internacionales podría
realizarse de forma progresiva, impulsando determinadas medidas para
facilitar ese proceso, pero no está claro si esta fórmula es mejor
que exigir el cumplimiento de todas las condiciones, desde el primer
momento. Decisiones de este tipo podrían crear peligrosas asimetrías
e incumplimientos que podrían quedar como “hechos consumados” lo
que tampoco sería del agrado de otros países, obligados a cumplir a
rajatabla las normas. Además del cumplimiento de la legalidad.
Y tampoco es recomendable aceptar el
chantaje. La posición de Malmierca, defendiendo medidas paliativas
de este tipo para garantizar, en sus palabras, un “camino de no
retorno” para Cuba en su proceso de “actualización” de la
política económica, es impresentable, y rompe con cualquier
escenario convencional de las reglas del juego diplomático. Si el
concierto de las naciones tiene que ceder con un régimen no
democrático para que sus reformas económicas se encaucen, otros países podrían
seguir ese mismo curso, con graves consecuencias morales y éticas.
Al final, la integración de Cuba en
los organismos internacionales deja al régimen la última palabra.
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