Más sobre el bloqueo interno en la economía castrista
Elías Amor Bravo, economista
Otro experimento absurdo: producir y
vender localmente materiales de la construcción.
Lo acabo de leer en un artículo de
Granma, que se hace eco del programa que lleva funcionando cuatro
años y que es de aplicación en todos los municipios del país. En
particular, se presta atención a la experiencia en las provincias de
Guantánamo, Santiago de Cuba, Granma, Holguín, Las Tunas
y Camagüey. Extrañamente, La Habana no forma parte de este primer
análisis.
Los participantes en la evaluación
constatan una serie de aspectos que se derivan de este proceso, que ya es el que atiende a la octava edición. Ocho veces analizando algo que, simplemente, no tiene sentido.
Primero, que el programa no funciona
igual en todas partes. Normal. Por ejemplo, dicen que contar con una base de
pequeñas empresas es importante. La existencia de innovadores es
otro aspecto. Las condiciones de financiación también
influyen, qué duda cabe. El aprovechamiento de “capacidades,
reservas y potencialidades de cada lugar”, también. Lo que resulta
imposible es conseguir que “en cada municipio se logre el
equilibrio necesario entre las producciones de elementos de pared, de
piso y de techo”. Tremenda conclusión. Esa autarquía municipal no es un beneficio, sino
todo lo contrario. Limita las capacidades y potencialidades del mercado. Más aún, cuando se trata de un sector como el de
la construcción.
Surgen inmediatamente cuestiones: ¿A
quién se le puede ocurrir que la producción y
venta de material de construcción puede funcionar mejor cuando, y
cito textualmente, “se garantiza la autarquía o autonomía
municipal, es decir, bastarse a sí mismos, no depender de nadie
a la hora de producir los materiales que necesita la población local
para asumir por esfuerzo propio las acciones de construcción,
rehabilitación, reparación y mantenimiento de sus viviendas”.
Pero, ¿es que alguien puede creer que esa es la solución a los problemas de la
vivienda en Cuba?
Quiénes piensan en estos términos, no
son conscientes de que especialización sectorial, que no
territorial, y economía de escala son las claves de las empresas
para funcionar de manera eficiente y dar servicio a los demandantes
en los mercados. El territorio de operaciones desborda cualquier
enfoque localista. Intentar que las empresas solo puedan producir y
vender a nivel local es crear un rompecabezas en el que las piezas
difícilmente pueden encajar. La especialización local es solo
posible en determinadas actividades artesanales y de bajo nivel
tecnológico, los denominados yacimientos de empleo. La actividad en la construcción exige empresas sólidas, potentes, con
capacidad financiera y solvencia tecnológica, que actúen en
distintos puntos del territorio adaptando sus procesos y servicios a
las características de los mismos. Justo lo contrario.
La vía autárquica es un grave error
que supone despilfarro de recursos, duplicidades y al final, escasez,
racionamiento o precios desorbitados. Además, tampoco sirve para
potenciar el desarrollo económico local por el minifunidismo que propician. Por otra parte, las empresas privadas funcionan con “inteligencia, perseverancia,
motivación, iniciativa, espíritu emprendedor, sentido de
la previsión y amor por lo que se hace”, y además, cuando lo
consiguen compensan a sus trabajadores con sueldos elevados y
satisfacen a sus clientes con los mejores productos.
Que alguien explique como ese
concierto de unidades locales de producción y venta de materiales de
construcción pueden actuar de manera sostenible sobre “el máximo
aprovechamiento de los recursos naturales, desechos y material
reciclable, en la variedad de los surtidos, en la calidad de lo que
se hace y en la adecuada comercialización, como último eslabón de
la cadena”. Lo siento, no lo veo. Es imposible. No es extraño, en
tales condiciones, que las “bases productivas se hayan desarrollado
más rápido que la comercialización”. Es lógico. No existe
mercado. Ni tampoco parece que se quiera conseguir un juego libre
entre oferta y demanda. Si se quiere “dignificar” las tiendas y la atención al público,
lo que se tiene que hacer es aumentar la escala de la producción y
apostar por empresas que operen a escala geográfica superior,
provincial o estatal, y que después, desplieguen sedes locales.
De hecho, esto puede ocurrir en
cualquier momento y acabará sucediendo. Cuando las estructuras
económicas se adapten a las corrientes existentes en otros países
del mundo, qué ocurrirá cuando los cubanos observen el
establecimiento de establecimientos tipo “category killers”
especializados en material de construcción en la periferia de sus
ciudades, que comercialicen productos y materiales de construcción fabricados en México,
Argentina o Estados Unidos. Pero es que alguien puede pensar que este
modelo de “autarquía local” puede llevar a algún sitio en
términos de eficiencia y racionalidad. Experimentos de este tipo son
los que explican ese absurdo embargo interno que atenaza a los cubanos y
les impide alcanzar niveles de vida comparables a los de otros países
de su entorno.
En tales condiciones, la experiencia
tiene un recorrido limitado. Su existencia no se podrá mantener en
el futuro. Que un ministerio, el de industrias, esté detrás de todo
este montaje que no es otra cosa que un galimatías para intentar
mantener una estructura que no sirve, es un grave error. Que incluso
los órganos municipales de gobierno estén en el proceso de
producción y venta sustituyendo la acción empresarial, tampoco es
adecuado. Si la economía se quiere preparar para captar esos 2.000
millones de dólares de los que habla Malmierca, hay que remozar
estructuras de signo estalinista que se corresponden con modelos más
propios de mediados del siglo pasado que de la globalización y la
innovación tecnológica del XXI.
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