Las ideas equivocadas sobre la empresa industrial del castrismo

Elías Amor Bravo, economista

Hay quiénes son inasequibles al desaliento, y a pesar de que están equivocados, y lo saben, continúan sin reconocer el error, ni ceder un ápice. Es el caso del dirigente comunista Salvador Valdés Mesa que en una visita a algunas industrias que sobreviven en el Cotorro habanero, habló “sobre la necesidad de una eficiencia industrial y productiva que permita cambios en el sistema salarial en el sector industrial”. Sus declaraciones fueron recogidas en el diario oficial del régimen, Granma.

Valdés Mesa que, como miembro del buró político del partido y vicepresidente del Consejo de Estado, debería mostrar unos conocimientos básicos de gestión de empresas y de actividad industrial, declaró que lo importante es “la planificación y el cumplimiento del contrato como bases de la empresa socialista, en el proceso de actualización nacional de la economía y la sociedad”. Yo quisiera aprovechar para explicarle que en la economía privada, con derechos de propiedad y mercado libre de oferta y demanda, nadie, salvo un suicida de la gestión empresarial, podría actuar si no es de este modo. 

La empresa socialista, o la empresa de cualquier tipo, necesita estar atenta a los cambios en la sociedad, tiene que planificar de manera responsable sus actividades y desde luego, cumplir los contratos, porque si no lo hace, los tribunales independientes de justicia se encargarán de sancionar su comportamiento, y en todo caso, existe algo fundamental para la actividad de las empresas que es la reputación, que cuando se pierde difícilmente se recupera. Si en Cuba no se cumplieron estas dos líneas básicas de funcionamiento en estos últimos 57 años habría que preguntarse por qué, y la razón es fácil de identificar: las transformaciones radicales impuestas por la llamada "revolución" en el sistema económico han dado estos resultados.

Desde esta perspectiva, que Valdés Mesa plantee la “necesidad de una eficiencia industrial y productiva que permita cambios en el sistema salarial, y de esta forma estimular el trabajo y el alza de los índices generales de desarrollo a todos los niveles” parece una buena idea. El problema es cómo llevarlo a cabo con la organización económica y social existente en Cuba, por cierto, de la que él es responsable, como miembro destacado del partido único y del gobierno.

Por supuesto que la autonomía a las empresas se ha visto que no es suficiente. Lo llevamos diciendo desde que empezaron con la pesadilla del llamado “perfeccionamiento empresarial” inspirado en las nociones básicas de economía cuartelera. Por mucha autonomía que se otorgue a las empresas y a sus directivos, de nada sirve que existan órganos de control superior que establecen los comportamientos, el marco de las decisiones y los límites en los que se tiene que mover el nivel de decisión. En la economía libre de mercado, los consejos de dirección de las empresas toman decisiones para dar respuesta a los intereses de sus accionistas: la óptica de la rentabilidad y el mantenimiento son las que determinan ese nivel de autonomía. En Cuba, este comportamiento es, actualmente, imposible e inviable. La vieja mentalidad deberá desaparecer cuando desde el poder político se establezca un nuevo modelo, desde luego distinto del actual, en el que los agentes privados se orienten por las decisiones del mercado y no por la ideología política.

La visita industrial se centró en el análisis de los indicadores de la empresa siderúrgica José Martí (Antillana de Acero), y de la unidad empresarial de base Conrado Piña, centro industrial para el tratamiento y la fabricación de neumáticos. Asombra que se todavía en alguna de ellas se apueste por la capacitación de personal especializado en la universidad rusa de Magnito­gorsk y se insista en el perfeccionamiento empresarial como vía de gestión, después de llevar más de 30 años sin dar los resultados deseados.

Y aquí es donde vienen las recetas de Valdés Mesa que más me han llamado la atención, según él, "para levantar el perfil del sector industrial cubano", y referidas primero, a "co­no­cer la ley a la que está sujeto to­do el proceso productivo y de co­mercialización". Una vez más, quiero insistir que la realidad se empeña en mostrar que las leyes rara vez consiguen por sí solas, que un sistema económico funcione con eficiencia y rentabilidad. La regulación estatal, cuando se establece, debe servir para cumplir aquellos objetivos que el mercado no atiende de forma directa, pero es necesario entender que en la distribución entre lo estatal y lo privado, cuando una economía funciona mejor es cuando el primero adopta un carácter subsidiario. Centralizar una economía en lo estatal, es, sin más, un grave error de concepto. 

Otra receta es "el contacto con la base y con la sabiduría del obrero", en esto no tengo mucho que decir, porque en cualquier sistema económico racional la razón de ser de una empresa es servir a los intereses del mercado, sí, el mercado al que sirve, el término "contacto con la base" existe solo en Cuba, y los cubanos realmente tienen poco que agradecer al mismo. En cuanto a la "sabiduría del trabajador" por supuesto, es clave. De hecho, menospreciando esa sabiduría, lo único que se consigue es meter la pata, una y otra vez. 

Y por último, la receta de "la participación del Partido, de los jóvenes y del sindicato", es otra demostración de lo alejado que está el modelo castrista de los aires que recorren la economía mundial. De todos ellos, nadie discute que los sindicatos tengan que participar en las empresas. Se llama diálogo social y se debe promover, ya que es fundamental para el avance sólido de las sociedades, véase el caso de Alemania, por ejemplo. Pero que alguien piense, con una mentalidad más propia de mediados del siglo XX, que en la sociedad de la información, que "el Partido" tenga que participar en una empresa, ofrece una idea del atraso estructural y sociológico que tiene la economía castrista. Ni línea de trabajo, ni majaderías. La influencia del partido comunista en las empresas debe ser reducida a cero. Es un buen consejo para empezar.

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