¿Por qué las viandas tienen precios de boutique en Cuba?

Elías Amor Bravo economista

Los comunistas cubanos siguen intentando entender por qué en Cuba no hay comida. Llevan así 63 años y no hay forma. Y, como siempre, equivocan el foco. ¿Por qué decimos esto? Pues muy sencillo. Basta leer un artículo publicado en Granma con el título “Viandas, ¿con precios de boutique?”, para comprender lo que ocurre.

La explicación de los problemas de la producción de alimentos, según los comunistas, se debe a que, cito de forma textual, “en el largo y azaroso camino entre el surco y la mesa de los cubanos, los productos del agro atraviesan tantos escollos y pasan por tantas manos, no precisamente laboriosas, que no pocas veces terminan a merced de la especulación y los chanchullos para exorbitar los precios a alturas casi inalcanzables”.

Y no. No es cierto. Los precios exorbitados de los productos del agro no responden tan solo a esas deficiencias en la comercialización propias de la economía planificada en la que se proscribe el mercado como instrumento de asignación de recursos, sino que están originados en el surco, básicamente por las condiciones técnicas de la producción y la imposibilidad para muchos productores, sobre todo privados, de operar a escalas eficientes.

Mientras tanto, en la realidad, los cubanos observan como los precios de los alimentos suben de forma continua, y por ello, los comunistas, incapaces de asumir responsabilidades propias, acaban culpando de este hecho a un “contubernio entre los revendedores, que no tienen el menor escrúpulo para vender la misma vianda, fruta u hortaliza con cinco, diez y hasta más pesos por encima”. Esto ya es rizar el rizo.

Dispuestos a mover el foco para identificar falsos culpables, se reconoce que la aportación “de nuestros campos está lejos aún de satisfacer la más conservadora demanda”, sin embargo, al mismo tiempo, las cifras de alimentos contratadas por las instituciones estatales encargadas, “por insuficiente exigencia y control, distan bastante de las posibilidades de los campesinos y trabajadores agropecuarios”. Desde luego, no hay mejor forma de describir el embargo/bloqueo interno de la economía cubana.

Es increíble que se insista tanto en algo evidente. Es cierto que, si se quiere que la cadena de producción y comercialización funcione de forma adecuada, la contratación y posterior ratificación de lo pactado resultan esenciales. Cumplir es la palabra. Habrá que preguntarse por qué motivos no siempre se asume con seriedad y rigor por los actores que participan en el proceso. El modelo tiene mucho que ver con ello.

Y entonces, se impone la doctrina comunista. En vez de permitir la libre elección para que se cumplan los acuerdos, como ocurre en todos los países que cuentan con economía de mercado, en Cuba se pretende que los encargados de ejecutar el proceso “estén obligados a visitar a los productores en sus fincas, intercambiar con ellos y demostrarles, sobre la base del convencimiento, nunca de la imposición, cuánto más pueden aportar si aprovechan bien todas las potencialidades”. Desde luego, nada que ver con lo que se necesita en la realidad. Como si a los productores que trabajan de sol a sol les sobrase tiempo para dedicarse a atender estos intercambios, que al final acaban siendo una imposición, procedente de burócratas aburridos y desconocedores de la realidad.

Incluso, dentro de las cooperativas, que se supone autónomas e independientes, los comunistas quieren meter sus narices para conocer “quién es quién: el que aporta y cumple sus compromisos; el que contrata por debajo de sus posibilidades, entra en negocios turbios y hasta vende cosechas enteras a los intermediarios mucho antes de que den sus frutos”. El caso es mantener los sistemas de delación intactos, para luego descargar toda la acción represora sobre los presuntos culpables, a los que se acusa de incumplidores con el estado, cuando la realidad confirma, una y otra vez, que el estado es justo el que no cumple sus compromisos, ni de precios, ni cantidades, ni transporte.

En definitiva, los comunistas quieren acabar con un desorden provocado por el embargo/bloqueo interno, y aprovechar para dejar caer el peso de la represión sobre quienes no cumplen la legalidad marxista. El objetivo, repetido hasta la saciedad, no es otro que imponer disciplina, cumplir lo establecido, lo que, en el caso de las cooperativas, es comprar las producciones a sus asociados y luego comercializar a través de las entidades de Acopio o de forma directa en las placitas ¿Es tan difícil conseguir este objetivo?

En absoluto. Lo que ocurre es que el modelo económico comunista, apostando por la disciplina, el orden y el control, lo que hace es romper los vínculos entre las decisiones de productores y compradores que, de forma espontánea, aseguran el funcionamiento en la economía de mercado. Por ejemplo, para los comunistas, es un hecho grave el “despliegue de decenas de puntos de venta, cuyos verdaderos propietarios jamás han rendido cuenta de su gestión ante las juntas directivas, y han sido parte de la galopante escalada de los precios”. Como si estas juntas directivas asegurasen el mejor resultado posible. Y una vez más, en la realidad ocurre justo lo contrario, ya que justo cuántos más puntos de venta, más capacidad para absorber la oferta y más competencia, lo que reduce los precios.

Los comunistas quieren que los implicados en la cadena obtengan márgenes de ganancia lógicos, pero ¿Cuáles son esos márgenes y quién los establece? En principio, dicen que se deben basar en precios de venta justos y razonables, contrarios a quienes, como dice Granma, “con estatus legal o no, acaparan las producciones, especulan y esquilman al público sin un mínimo de pudor”. Los precios de venta justos y razonables no existen. Deberían leer un poco más de economía básica.

Y claro, los hechos vienen a confirmar que las medidas aprobadas por el régimen para la agricultura, las famosas 63 medidas, han sido un fracaso para multiplicar los volúmenes de viandas, hortalizas, granos, frutas, carne y leche. El embargo/bloqueo interno se ha encargado de que las trabas burocráticas impidan despejar el camino para el despliegue de las fuerzas productivas.

De todo lo expuesto, parece que los comunistas van a llamar a capítulo a quienes participan de manera directa en la comercialización; llámense mercados, placitas, puntos de venta, carretilleros o vendedores ambulantes. Para ellos, lo único importante es “poner orden, establecer prioridades, hacer cumplir lo legislado y proteger el bolsillo de los ciudadanos”. Alguien debe advertir que, al hacer todo esto, lo único que consiguen es lo mismo de siempre: menos producción para el mercado, precios más altos, más falta de comida, y el desastre absoluto en que se encuentra la economía cubana.   

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