A vueltas con la planificación en la agricultura castrista


Elías Amor Bravo, economista

Ese empeño castrista por “planificar y hacerlo bien”, resulta algo exagerado. Por lo pronto, es reconocer lo evidente. Un sistema económico basado en la ausencia de propiedad privada y en la idea de la planificación central estalinista como instrumento de asignación de recursos, ha fracasado. Y lo peor, es que no saben cómo salir del atolladero. Son muchas décadas de planes laboriosos, incumplidos, sorteados con dificultades burocráticas de todo tipo, décadas de obediencia a la cúpula del poder, por otra parte, única responsable del desastre. Por eso, los debates que se están abriendo últimamente sobre la planificación despiertan la curiosidad del analista.

Me refiero a un artículo de Sheyla Delgado en Granma, en el que se analiza el balance de resultados del MINAG en 2012. La tesis subyacente del ministro, Rodríguez Rollero, es que hay que “planificar y hacerlo bien, partiendo de la integralidad en cada uno de los elementos que garantizan la producción de alimentos”. Expuesto en otras palabras sencillas, que no se deben dejar nada en el tintero. O lo que es lo mismo, los planificadores reconocer que las cosas no se hacen bien, y el ministro apostilla, “las cosas en la agricultura no pueden hacerse ‘a corta y clava’".

Tiene toda la razón. Y no le vamos a cuestionar. Por el contrario, le vamos a explicar qué debe hacer, si quiere que la economía agropecuaria cubana recupere una senda de crecimiento como la que registró durante los primeros 50 años de la República.

Lo primero, es señalar que no se sale “del bache de las deficiencias contractuales, incumplimientos productivos, cobros y pagos pendientes —fuera de término— y dificultades que persisten en el proceso de entrega de tierras ociosas en usufructo, así como las estrategias para perfeccionar el trabajo en materia de salud animal y fitosanitaria”, por medio de la planificación. Olvídense de eso. Ya lo han practicado y no les ha funcionado.

Desde los lejanos tiempos de la Escuela Fisiocrática francesa de Jean F. Quesnay, la agricultura, para dar fruto, tiene que ser una actividad privada y libre. La tierra para quien la trabaja. Sus frutos, también. Y además, lo hace de forma eficiente. De nada sirve en esforzarse en poner en cultivo bajo la forma de usufructo las más de 1.529.000 hectáreas entregadas a los campesinos, si ellos saben fehacientemente que nunca serán dueños de su propiedad. Simplemente, carecen de incentivos para dedicar su esfuerzo, tenacidad e inteligencia a sacar provecho de tierras abandonadas durante décadas por la desidia castrista. Tengo la sensación de que las autoridades agropecuarias cubanas tratan de medir el éxito de esta reforma raulista mostrando los datos intermedios relativos a las entregas de tierras. No es ese el indicador. Ni mucho menos. Lo que se tiene que medir es el incremento marginal de producción. Y de eso, por desgracia, no tenemos datos, tan solo estimaciones parciales que apuntan a aumentos moderados en arroz, miel de abeja, y algunas carnes.

Por el contrario, la información oficial ha confirmado que “ocho renglones decrecieron y los incumplimientos fundamentales se produjeron en el caso de las viandas, donde no se logró la producción prevista de papa, la cual fue del 93% de lo planificado; también se afectaron 231 mil toneladas de plátano en las provincias orientales”, y aquí la culpa es del ciclón Sandy.

Lo que las autoridades no pueden ocultar es que, a la vista de los resultados, la entrega de tierras, una de las reformas estrella del raulismo, no está dando los resultados deseados. No los va a dar. No hace falta que se esfuercen. Vietnam o China hace años emprendieron la legalización de la propiedad privada agrícola, como paso fundamental para superar el atraso estalinista. ¿Por qué los castristas se niegan a avanzar en la misma línea?

¿Cabezonería, tal vez? No lo creo. Son conscientes, porque mantienen contactos con sus socios chinos y vietnamitas, del éxito de sus modelos que han permitido a los agricultores producir para alimentar sus poblaciones y exportar excedentes. Los agricultores de estos países son dueños de la tierra, pueden comprarla y venderla libremente, sin restricciones. Determinan la dimensión óptima de sus explotaciones agropecuarias, y deciden qué quieren producir. No hay ningún intermediario estatal burocrático, como Acopio, al que se vean obligados a vender a unos precios fijos. El mercado es el que determina esos precios. Todo el mundo come, y mucho mejor que antes.

Entonces, ¿por qué el raulismo no hace lo mismo y pone a sus autoridades a recontar los controvertidos resultados de las distintas producciones?

Esta pregunta no tiene fácil respuesta. Entre sobrecumplimiento e incumplimiento, el raulismo hace un cántico a la planificación, a la actualización del socialismo y a la palabra escrita de los llamados Lineamientos. Pero la agricultura sigue dando unos resultados inferiores a los deseados. Algunos han querido observar en este contraste la existencia de corrientes alternativas en la dirigencia castrista. Yo pienso que no es así. No existe esa pluralidad cuando todos persiguen objetivos que están llamados al fracaso. Nadie alza su voz. Solo para cuestionar lo planificado e insistir en lo mismo que los últimos 55 años. Nada nuevo bajo el sol.

La lección que se obtiene de la reciente experiencia de la agricultura raulista es que los obstáculos creados por el modelo siguen siendo insalvables y que se está perdiendo un tiempo valioso para enderezar el rumbo de un sector fundamental para la economía. Desconfianza de los agricultores hacia las autoridades, sobre todo Acopio y las compras realizadas por la industria. Insuficiencia de insumos y materiales de producción, fertilizantes, productos fitosanitarios, inalcanzables para los modestos agricultores. Desinformación sobre la complejidad burocrática asociada a los procesos de contratación económica, como el llamado contrato único. Sin duda, la telaraña es tan compleja que una vez se cae en ella, es difícil sobrevivir. La consecuencia es que el comportamiento de cobros y pagos ha llevado a una situación de “considerables montos vencidos”, que están descapitalizando a los productores a pasos agigantados.

Lo que no me sorprende es que las autoridades mantengan su discurso, a la vista de este escenario en el que 218 entidades han registrado pérdidas, mientras que 212 se han ajustado a lo planificado. Tal vez la pregunta a plantear es si existieran solo entidades privadas, en competencia, con precios libres y asignación por medio del mercado, ¿se darían estos pésimos resultados?

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