El arroz en Cuba: exigencia y disciplina, si. Pero algo más
Elías Amor Bravo, economista
Ya sabemos que los dos parámetros que rigen la
actualización raulista de la economía castrista tienen un claro significado
militar. Exigencia y disciplina parecen sacadas de una arenga a las tropas
cuando se trata de librar una batalla de aquellas en las que tanta gente pierde
su vida por defender unos ideales.
Permítanme que les diga que la dirección y gestión de
una economía moderna, competitiva y eficiente, no es tan sangrante ni mortal, y
exige otro tipo de cosas. Por lo pronto, requiere prácticamente un giro de 180º
en esa forma de afrontar los retos, y si las autoridades del régimen castrista
no se percatan de ello, la economía se verá incapaz de alcanzar los resultados
que cabe esperar de la misma.
La reflexión procede de un artículo publicado en
Granma con el mismo título, en el que se hace referencia a la actividad del
Grupo Agroindustrial de Granos, GAIG, que con 320.792 toneladas de arroz —52
mil más respecto a 2011— dio a conocer sus resultados por su director Lázaro
Díaz Rodríguez.
Vaya por delante mi felicitación, si las cifras son
ciertas. Un crecimiento del 2% con respecto al plan no es fácil de obtener
dentro de la maraña de restricciones burocráticas que lastran la economía
castrista. Además, la mejor noticia es que esa mayor producción haya permitido
el cumplimiento de las entregas a la red de mercados agropecuarios estatales y
al Ministerio de Comercio Interior (MINCIN), así como saldar los compromisos
con el resto de los destinos, excepto con el Turismo(86,8 %). Bueno, tampoco
pasa nada, al fin y al cabo, los turistas no comen tanto arroz como los cubanos.
Quiero aprovechar este artículo para reflexionar sobre
un sector, el arrocero, fundamental para la sociedad cubana, dada la
importancia que este producto tiene en el consumo.
Con frecuencia, prestamos atención a la destrucción del sector azucarero producida en la economía castrista tras la decisión de
Fidel Castro de cerrar los ingenios a comienzos de este siglo. Una decisión que
supuso apartar a Cuba de los mercados mundiales, una reducción de la oferta a
largo plazo, y el aumento de precios para los que permanecieron como
productores. El precio del azúcar ha registrado incrementos continuos en los
últimos años, y Cuba ahora produce algo menos de 2 millones de toneladas, con
notables dificultades técnicas y productivas en un sector prácticamente
desmantelado.
Sin embargo, el arroz puede destacarse, igualmente,
como otro gran fracaso de las políticas castristas. Y los datos históricos, no
admiten cuestionamiento. A finales de los años 50, y según datos del Estudio
Económico de América Latina de la CEPAL publicado en 1958, Cuba producía casi 6
millones de toneladas de arroz al año. Entre 2005 y 2011, la producción no ha aumentado
de las 449 mil toneladas anuales. Un desplome de estas características, si cabe
superior al registrado en el sector del azúcar, debe responder a explicaciones
profundas.
Sin embargo, para las autoridades del régimen
castrista los problemas “que más amenazan el buen hacer arrocero en la
actualidad son los de índole subjetiva: mala organización de las siembras,
dificultades en la planificación, indisciplina tecnológica y falta de exigencia
y control”. Exigencia y disciplina.
Y yo me permito afirmar que no es así. Y que se
requiere algo más que medicina cuartelera para que Cuba se acerque a aquellas
cifras mágicas de finales de los años 50.
Algunos datos llaman poderosamente la atención. Actualmente, solo están
autorizadas a producir arroz en la economía castrista, 11 entidades. ¿Por qué
no se autoriza la libertad de empresa? Si la combinación de planificación
estatal y ausencia de derechos de propiedad en la tierra han generado estos
pésimos resultados, ¿por qué no se modifica el marco institucional que rige el
funcionamiento de la economía? ¿A quién pedir explicaciones de esta acumulación
de fracasos?
Pensando en los proyectos de cooperación con Vietnam,
que han empezado a funcionar en 2010, lo primero que tendrían que reconocer las
autoridades castristas es que en el país asiático, el incremento espectacular
de la producción del cereal se produjo precisamente a partir de un sistema de
derechos de propiedad de la tierra que nada tiene que ver con el modelo de
cesión y arrendamientos de los Lineamientos.
En Vietnam, las reformas introducidas por los
dirigentes comunistas han permitido a los agricultores ser dueños de la tierra,
decidir qué producir, y a qué precios, y sobre todo, a quién vender. De ese
modo, en menos de una década, Vietnam ha pasado de hambrunas y escaseces
periódicas, a ser un exportador de arroz y de tecnología arrocera a toda Asia.
El éxito no ha venido de la mano de la exigencia y la disciplina, sino el
modelo de economía libre de mercado, con empresas privadas y derechos de
propiedad.
Me asombra pensar que se fijen como records de
producción cantidades que están a años luz de lo que se producía a finales de
los años 50. Las autoridades esperan que en el año en curso se alcancen 394.000
toneladas de arroz listas para consumir. Alguien tiene que reaccionar cuanto
antes.
No parece que vayan por ahí las propuestas. Los
dirigentes estatales hablan de “fortalecer la capacitación e incrementar la
exigencia y el control, actualizar el Programa Arrocero partiendo del balance
de áreas y desde un enfoque integral en todos los eslabones que dan cuerpo a
ese proceso y desarrollar el Programa de Semillas”. Todo muy bonito, pero poco
productivo.
Cierto es que los pueblos y las sociedades suelen
perder su memoria histórica. Sobre todo, cuando por medio existen procesos de
transformación contrarios a la razón humana. El sector arrocero cubano necesita
mucho más que exigencia y disciplina para superar los resultados ciertamente
lamentables que viene presentando año tras año. Sin capacidad para emprender,
sin posibilidades de adquirir equipamientos, maquinaria moderna, tecnología, y
explotar la tierra en las dimensiones técnico productivas más adecuadas, no hay
mucho más que hacer, salvo esperar. Esperar y seguir comprando el arroz que
quieran vender los cerealistas de Estados Unidos, pagado al contado, o el que
suministren mediante algún tipo de acuerdo de cooperación, los vietnamitas.
Y la población a seguir pasando escasez, a seguir
viendo como un producto fundamental en la dieta diaria, continúa siendo una
ilusión.
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