Libertad de elección de uniformes escolares, también
Elías
Amor Bravo, economista
La libertad de elección no está en el ADN de las autoridades castristas. Y no parece que la vayan a fomentar, si se tienen en cuenta algunas noticias procedentes de la Isla. Me refiero a un artículo publicado hoy en Granma con el título “En marcha medidas para perfeccionar venta de uniformes”.
Me
cuesta creer que, después de más de medio siglo haciendo lo mismo,
la planificación central de la economía castrista siga teniendo
dificultades para que los niños cubanos tengan disponible su
uniforme antes del comienzo del curso. En cualquier establecimiento
comercial español, italiano o francés, en estos mismos días, los
padres se afanan en tareas similares, pero, qué curioso, a ninguno
se le pasa por la cabeza la posibilidad de no tener disponible el
producto, en su establecimiento elegido, y en las condiciones de
precio y calidad determinadas. Sobran tallas, colores, modelos y calidades. Y aquí, por suerte, no existe
planificador central alguno que tome decisiones al margen de los
individuos, sino que son éstos, los que libremente actúan y
gracias a ello, no aparece el problema castrista de tener que
perfeccionar la venta de uniformes.
¿Cuál
es el problema que preocupa en este momento en Cuba? Bien, al parecer
las autoridades quieren “garantizar la presencia de uniformes
escolares en la red minorista” y para ello, “el sistema de
comercio interior impulsa un grupo de medidas encaminadas a
flexibilizar la venta de esa importante prenda”. ¿De qué medidas
de flexibilidad estamos hablando? Veamos porque no tienen desperdicio. Básicamente, extender la
venta hasta el 31 de diciembre del 2013, lo que implica que algunos
niños no tendrán disponible su uniforme en los primeros días de
curso, y una curiosa “emisión temprana de bonos con los datos
personales” tal vez otro mecanismo de control más. Es lo que pretende hacer el
Ministerio de Comercio Interior (Mincin).
¿Por
qué no existe un ajuste oferta a demanda en la venta de uniformes en
Cuba? Los que han sufrido la agónica experiencia de un sistema en el
que las decisiones individuales son barridas por la verborrea oficial
y la ideología que la sustenta, saben que escasez, racionamiento y
colas son la norma en el día a día. En Cuba, las empresas no
producen para el mercado con libertad, sino que “literalmente
suministran bienes”. Los planificadores, convencidos de que poseen
un conocimiento absoluto de las necesidades sociales, determinan las
cantidades que se deben “suministrar” a la población, y ésta, a
callar. No existe derecho de reclamación, ni libertad de elección.
Todo se encuentra encorsetado en una oferta estatal decadente, subvencionada, ineficiente, burocrática e ideológica que, a pesar de llevar más
de medio siglo haciendo lo mismo, este año dejará sin uniforme al
comienzo de curso escolar a varios miles de niños cubanos.
El
artículo señala que ” a pesar del empeño institucional,
persisten aún deficiencias en la conciliación de la oferta y la
demanda y en la disponibilidad de surtidos más variados”, y yo
afirmaría que precisamente ese empeño institucional es el origen de
los problemas. Si en vez de una presencia del estado asfixiante en
todas las actividades de la economía se permitiera, por ejemplo, la
venta libre de uniformes por los cuenta propistas y la adquisición
de los mismos también libre en los mercados de producción más
económicos, ya veríamos lo que podría suceder. Desde luego, no
habrían problemas ni de tallas pequeñas o grandes, ni sería necesaria la emisión de esos “absurdos bonos” o alargar los períodos de venta en
el tiempo hasta mediados de curso. Además, todos los niños tendrían su uniforme para ir
orgullosos al colegio el primer día de clase. Si en vez de tanto
“perfeccionamiento” las autoridades reconocieran el fracaso del
sistema económico y propiciaran su giro de 180º, las cosas irían
en Cuba de forma muy distinta.
Ni
planificación de la oferta parecida a la demanda, ni necesidad de
subvencionar prendas, que ese es otro asunto para abordar en un
artículo diferente, ni más pérdidas de tiempo enrocándose en
mecanismos e instituciones económicas inservibles. La población
cubana no puede esperar más.
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