El futuro de Cuba y de su economía
Elías Amor Bravo, economista
En las economías de mercado con
derechos de propiedad privada, el establecimiento de sistemas
fiscales por parte de los estados para recaudar impuestos con los que
desarrollar sus funciones de asignación de recursos, redistribución
y fomento del crecimiento, ha sido aceptado de forma bastante
generalizada. Existe una amplia literatura científica que sostiene y
defiende la intervención estatal en la economía privada como
mecanismo corrector de los efectos negativos del mercado. El
capitalismo ha hecho una transición hacia fórmulas mixtas en las
que el estado alcanzó cuotas crecientes de participación en la
actividad económica general.
Sin embargo, y pese al grado de
desarrollo de estos procesos de aumento de la gestión pública que
han elevado la participación del estado a más del 40% en el PIB de
los países (Escandinavia fue un buen ejemplo de ello), la naturaleza
jurídica de los derechos privados de propiedad se mantuvo
inalterada, el mercado continúa siendo el instrumento básico de asignación de
la mayor parte de los recursos económicos, las empresas privadas y
el enriquecimiento y la acumulación están aceptados por los
sistemas de regulación e intervención estatal, y en tales
condiciones el carácter más o menos mixto de las economías se
consigue sin alterar el marco jurídico.
A la vista de este proceso observable
en numerosos países, la economía castrista parece haber iniciado
una vía en la misma dirección, pero en sentido contrario, con el
objetivo aparente, porque unas veces dicen unas cosas y en otras
dicen lo contrario, de aumentar la participación de la actividad
privada en la economía. El punto de partida es distinto. En la
economía castrista, los derechos de propiedad de los agentes
privados son prácticamente inexistentes, marginales, los medios de
producción, de forma masiva, pertenecen al estado, que interviene en
la planificación, gestión y control de la actividad económica,
penalizando al mercado como instrumento de asignación de recursos y
cuestionando los procesos de generación y acumulación de riqueza.
Por ahondar en la cuestión, ni siquiera se llama a las cosas por su
nombre, empleando el término cuenta propista para erradicar del
lenguaje social el término, mucho más atractivo, de emprendedor o
empresario.
Y esta es la cuestión. Se pretende
generar actividad económica privada sin reducir los activos en manos
del estado y el grado de control de la producción. La base del
sistema económico castrista, como se estableció en el VII congreso
del partido comunista, único autorizado en el país, es la empresa
estatal socialista, que articula el resto de agentes que operan en la
economía, las cooperativas, los cuenta propistas y en la medida que
resulte viable, la inversión extranjera en cualquiera de las tres
modalidades autorizadas por la reciente Ley 118.
La cuestión es si esta estrategia
puede llevar a algún resultado concreto en línea con lo esperado, y
deseado. Mientras que las economías de mercado funcionan
relativamente bien cuando establecen sistemas fiscales para generar
recursos con los que financiar la actividad estatal, en la situación
opuesta en que se encuentra la economía castrista, reducir el
aparato productivo del estado y trasvasar gestión económica de la
producción a los agentes privados, no está dando los resultados
apetecidos. Y lo que es peor, no lo puede dar. Es una vía que no se
ha probado aún y que no sólo es contraria a los principios con que
funciona la Economía, sino que parece en buena medida, contraria a
la condición humana. El sistema estatal castrista de intervención
en la economía, un remiendo de los textos de Marx y de algunos de
los primeros marxistas, es inviable en pleno siglo XXI.
No es capaz de funcionar con
eficiencia, no atiende las necesidades de la población ni tampoco su
capacidad de libre elección después de 57 años de intentos, funciona a base de toscos golpes cuantitativos de
precios topados y racionamiento, genera salarios miserables con muy
bajo poder adquisitivo, empresas que funcionan con exceso de
capacidad y cuestan al estado cuantiosos subsidios que incrementan el
déficit corriente, sin generar así recursos para las inversiones en
infraestructuras. Una economía incapaz de encontrar una posición
competitiva en la economía mundial y que se ve obligada a importar
alimentos para evitar hambrunas en la población, con un deficit
estructural en la balanza comercial que se cierra a duras penas con
las transferencias recibidas por el pago de los médicos, el turismo
o las remesas familiares.
Una economía así no tiene futuro. El
paso fundamental es, como dicen algunos expertos en ingeniería,
deconstruir para volver a edificar sobre nuevas bases. ¿Y quién
pone el cascabel al gato? Buena pregunta que al menos, hoy por hoy
carece de respuesta. Sin duda, el régimen castrista debería asumir
el fracaso (ya lo está haciendo cuando acepta pases de modelo de
Chanel o actividades capitalistas que hace años habrían sido objeto
de la contundente represión de la seguridad del estado) de su modelo
económico e iniciar el proceso de deconstrucción. Chinos u y vietnamitas ya dieron el paso. Los Castro dicen que
nunca van a adoptar las políticas neoliberales a las que consideran
un desastre allí donde se han aplicado. Conviene recordar,
alternativamente, que muchas economías de mercado tampoco aceptaron
de buen grado la fiscalidad y los sistemas impositivos y la
regulación estatal, hasta que descubrieron las relativas bondades de
una política pública adecuada.
Desde esta perspectiva, las reformas de
la economía cubana son de envergadura y de gran alcance. Requieren
cambios en la estructura de la propiedad, previsiblemente
privatizaciones y compensaciones a los expropiados como las
producidas en otros países que optaron por la misma vía
estalinista. Exigen una clara apuesta por el mercado y la asignación
libre de recursos, suprimiendo la tosca intervención estatal en la
asignación planificada de los recursos. En suma, aire fresco que
devuelva a los agentes privados la capacidad para dirigir los
destinos de la economía sin restricciones burocráticas ni prácticas
desfasadas más propias de los tiempos de la guerra fría.
Los
cubanos deben estar preparados para ello. La diáspora ofrece
extraordinarias oportunidades de éxito empresarial y directivo que
pueden ser trasladadas al país. Si las cosas se hacen bien, Cuba y
su economía tienen futuro. Hay que ponerse seriamente a trabajar en
ello.
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