Influencia en la población de las medidas de precios topados
Elías Amor Bravo, economista
Una nota en Granma, titulada
“Comercialización agropecuaria, de la especulación al
ordenamiento paulatino” confirma lo que ya sabíamos: ¿las cosas
pueden ir a peor? Por supuesto que sí.
Para empezar, la especulación, si
existe en la economía castrista, es consecuencia de las normas
jurídicas y las regulaciones que constriñen y limitan la actuación
de los agentes económicos. La comercialización en Cuba, en los
últimos 57 años, ha sido un ejemplo de ineficacia, provocando
escasez, colas, racionamiento y elevaciones de precios. La culpa para
el régimen es de los intermediarios a los que califica de
especuladores. Y lo peor de todo es la comparación de la agricultura
con el béisbol, cuando se trata de dos actividades que nada tienen
en común, por mucho que se empeñen.
Se extrañan en Granma que después de
la publicación en la Gaceta Oficial Extraordinaria No.15,
de las nuevas medidas de control de precios se haya, y cito
textualmente, “destapado un cartapacio de expectativas entre la
población”.
Es lo mismo que llevó a las
autoridades a través del diario oficial del régimen a desmentir los
rumores sobre la reducción del cambio entre el CUC y el CUP. Todo
son rumores. Una población que vive atemorizada, sin libertad de
elección, a merced de decisiones políticas muchas veces
irracionales, se alimenta del rumor. Y sufre. Un sufrimiento que va a
más cuando el régimen anuncia una serie de medidas contundentes
contra lo que llaman “la especulación”, la única actividad que,
cuando funciona, permite a los cubanos mantener una cierta cantidad
de bienes y servicios más o menos estable. Lo que la población
desconfía es del aparato estatal de acopio y de las tiendas
estatales y bodegas, casi siempre vacías, y con un género de pésima
calidad, que apenas da satisfacción a las demandas menos exigentes.
No es extraño que el cubano de a pie
especule, rumoree y sufra con estos vaivenes que se reproducen en los
últimos 57 años en la realidad económica y social de un país en
el que la libertad de elegir ha quedado confiscada para tres
generaciones completas. Lo que Granma llama con cierto tono
despectivo, “especulación popular” no es ni más ni menos que la
angustia provocada ex profeso por la dirigencia comunista que sueña
con mantener a la población bajo control y eliminar, de un plumazo,
cualquier atisbo de libre elección. Ordenar, controlar, intervenir,
perseguir y reprimir, son actividades que forman parte del día a día
de las autoridades del régimen y poco le importa que la gente pueda elegir.
Los cubanos lo saben, y por eso
especular y se muestran incrédulos con los cambios y los
experimentos porque contemplan con estupor que la dirigencia
comunista es incapaz de mantener, de manera sostenible en el tiempo,
los abastecimientos a los mercados en condiciones de cantidad y
calidad aceptables.
De nada sirve que a esta operación se
vinculen 242 empresas, 160 delegaciones municipales y 3.708 bases
productivas.Y en el comercio minorista 515 mercados agropecuarios y
2.387 placitas y puntos de venta, en todo el país, y106
mercados agropecuarios, 182 mercados arrendados a formas productivas,
35 puntos de venta cuya producción es estatal y 9 agros del Ejército
Juvenil del Trabajo (EJT) en la capital.
No es una cuestión de sumatorios, sino
de procedimientos. De la única forma que se puede proteger al
consumidor es con la plena libertad de producción y venta, eliminando de una vez por todas los
intermediarios y acopios estatales. Además, es bueno saber que la
capacidad de compra de una moneda, en este caso del peso cubano, no
depende de la bajada de precios de los alimentos. Si existiera en
Cuba un índice de precios al consumo, formado con los procedimientos
estándar por una cesta de bienes y servicios, se podría obtener
alguna conclusión sorprendente sobre qué es lo que afecta al poder
de compra de los salarios. Lo hemos dicho en varias ocasiones, no es
cierto que se proteja al consumidor y a los productores con precios
topados. Tampoco se consigue con ésto reducir la demanda de
importaciones. Todo lo contrario. Habrá escasez, necesidad de
más importaciones con déficit en la balanza comercial, más gasto público para subvencionar los precios y
déficit. En suma, descontrol e ineficiencia.
En numerosas ocasiones, he señalado
que muchas de las decisiones que adoptó el régimen castrista
durante el período especial para superar la grave crisis derivada de
la pérdida de las ayudas soviéticas, permitieron vislumbrar la luz
al final del oscuro túnel del estalinismo. Precisamente, en cuanto
empezó a fluir el oro negro venezolano, Fidel Castro en persona dio
marcha atrás y eliminó la mayoría de aquellas decisiones que,
técnicamente, eran correctas.
Ahora puede estar pasando lo mismo,
nuevamente para desgracia de los cubanos. Se excluyen de las normas
de precios tasados a los mercados agropecuarios de oferta y demanda y
los que se encuentran arrendados por cuentapropistas, además de los
vendedores ambulantes, conocidos como carretilleros. ¿Qué se
pretende? ¿Tal vez eliminar estas nuevas organizaciones que se han
mostrado ante los cubanos como mucho más eficaces y dinámicas para
facilitar la libre elección?
Si en vez de arremeter contra estos
agentes económicos, pensando que su aprovisionamiento se puede
realizar con las unidades de precios máximos publicados, realizando
la reventa posterior de las mercancías, y cito textualmente a
Granma, “con márgenes comerciales disparados a boca de
mercado” otorgaran más flexibilidad y libertad a la actuación
de productores y vendedores, otro gallo cantaría. Están regresando
al control coercitivo de la actividad económica, algo parecido a las
nacionalizaciones de los años 60, cuando pusieron fin a cualquier
iniciativa privada en Cuba.
Quienes dirigen la economía castrista
deberían convencerse, a lo mejor ya es demasiado tarde, que este
tipo de decisiones son contrarias a la racionalidad económica. En
las economías libres de mercado nadie tiene que velar in situ para
que los comerciantes mantengan una buena relación precio-calidad. En
la economía de mercado, el consumidor libremente penaliza y castiga
a los que no lo hacen bien, y del mismo modo, recompensa a los buenos. Y esa es la mejor política, sin
necesidad de agentes estatales ni acopios, ni cosas parecidas. Si los
cubanos pudieran comprar y vender libremente, el mercado actuaría
como en otros países, regulando las condiciones de la demanda y
oferta, sin necesidad de una intervención administrativa, jurídica
y en su caso, penal.
Qué lejos está Cuba del resto del
mundo y qué precio tan alto pagan los cubanos por esta obsesión
ideológica que no tiene otra justificación que la vuelta atrás al
colectivismo castrista. Un país que, antes de 1959, nunca tuvo problemas de
abastecimiento, ni de consumo o demanda, se encuentra atrapado en el
rumor, la angustia y la preocupación por si mañana desaparece la
malanga del mercado. El régimen castrista debe abandonar esa
obsesión compulsiva que tiene con los intermediarios y promover el desarrollo del sector de la
distribución comercial en Cuba, antes de que cunda el caos. Es un
sector que tiene grandes posibilidades de empleo y de actividad, al
que no se debe menospreciar. Las cartas están encima de la mesa. El
retorno al pasado trae consecuencias conocidas. La solución es
avanzar, y si realmente están cambiando, que lo hagan. Por su bien.
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