Apagones a la vista en pleno COVID19


Elías Amor Bravo, economista
La estatal Unión Nacional Eléctrica, que tiene el monopolio del suministro de electricidad en Cuba, quiere que la gente aislada en sus casas por el confinamiento para combatir pandemia de la COVID19 consuma menos electricidad. Vamos, que apaguen la luz. La empresa declara en Granma que se ha producido un aumento del consumo en el sector residencial y eso es inadmisible. Según declaran, “el consumo de energía eléctrica acumulado en los 13 primeros días de abril alcanza valores superiores a igual periodo del año pasado (1% más y 6,3 Gigawatts/hora (gwh), similares a los consumos promedios de los meses de julio y agosto”. La pregunta inmediata es ¿hay motivo de alarma con este pequeño aumento del consumo? ¿es que no tienen soluciones para este problema?
Pues no. Parece que el sistema puede colapsar.
Y aquí viene lo peor. Amenazas de este calibre, publicadas en el diario oficial comunista, no hacen más que aumentar la angustia de una sociedad preocupada por el COVID19 y los estragos que puede ocasionar en la vida humana. En cualquier otro país del mundo, situaciones excepcionales como la que vivimos actualmente exigen respuestas acordes por parte de los organismos públicos. Más aun cuando esa empresa eléctrica, según dice la constitución comunista, es propiedad del pueblo, al que, insisto, angustia, con la amenaza de apagones si no se ahorra y cuanto antes en la luz. A nadie le debe quedar duda que el confinamiento requiere de mayor consumo para almacenar los alimentos conseguidos en el refrigerador, para afrontar el calor, para poder leer y así pasar mejor las horas, para tele trabajar (aquellos que puedan) y así sucesivamente.
¿Por qué hay que reducir el consumo de electricidad en la parte más débil, la gente confinada en sus casas? Por lo mismo de siempre. La producción de electricidad en Cuba depende del petróleo, porque las energías renovables ni están ni se las espera. Como consecuencia de la escasez de petróleo, motivada por la reducción sistemática de los suministros de Venezuela, y la imposibilidad de Cuba de acceder a los mercados mundiales por su nula solvencia, no queda más remedio que ahorrar, ahorrar y volver a ahorrar. Y sí, puede ser, apagar todo. Porque la alternativa es bien conocida, los apagones. Y en casa, encerrados, y en un momento especialmente complicado como el actual, esto se acerca a un escenario dantesco.
El COVID19 va poniendo de manifiesto, uno a uno, el fracaso absoluto de todas las medidas adoptadas por el régimen comunista en los últimos años, ahora le toca el turno al plan energético. Esa imagen de cambio, reformas y liberalización que la propaganda comunista ha querido dar de las reformas raulistas, es humo de paja. Se evapora, en cuanto el COVID19 va causando sus estragos. La economía cubana está peor que en 2008, las reformas no han servido de nada, y los cubanos apenas han experimentado mejoras en su nivel de vida y bienestar. Ni siquiera el Plan 2030 sirve de algo, tal y como están cambiando las cosas, y con la rapidez que lo hacen.
Mientras tanto, y a la espera que todo esto pase, los comunistas se dedican a lo mismo de siempre. Mandar gente a casa para que el sector productivo reduzca el consumo de electricidad. Paralizar o congelar la economía aquí importa poco, porque todo es del estado. Y luego, eso sí, mucho control o algo parecido. Instrucciones precisas a los jefes de administración para que lleven con la máxima responsabilidad el control del cumplimiento de sus planes de energía, “mediante la toma de las auto lecturas diarias de los metro contadores y de las medidas que permitan reducir su consumo, en función del plan autorizado para consumir”. En vez de concentrar esfuerzos en producir más con menos, llevar escandallos diarios de consumo de electricidad. Y luego se preguntan por qué la economía no funciona.
El colmo de todo es trasladar a las familias cubanas esa necesidad de ahorro en el hogar, so pena de que empiecen los apagones. Ese chantaje comunista es inadmisible en cualquier sociedad con derechos económicos reconocidos, más aun, cuando el sistema vigente no permite suministradores alternativos y todo el mundo debe pagar sus tarifas a la Unión Nacional Eléctrica. Lo mismo que con ETECSA pero al menos, esta funciona algo mejor. Algunas de las acciones que se han establecido pertenecen a la lógica cuartelera de la economía comunista que impera en Cuba desde hace 61 años, como, por ejemplo, “aprovechar el calor final de la hornilla eléctrica, una vez terminada la cocción y apagarla unos minutos antes de concluir” o incluso “encender el aire acondicionado, preferiblemente, después de las 10 de la noche. Pasadas las 12:00 de la noche, colocar el aire acondicionado a la posición de ventilador” e incluso, “cerrar el refrigerador y evitar abrirlo frecuentemente”, y otras más que le dicen a la gente como debe vivir. Inadmisible.
Y lo mejor de todo, el ejemplo que citan para ahorrar, nada más y nada menos, que 26 toneladas de combustible diésel que se utiliza para producir electricidad. Pues bien, según Granma, ese ahorro, ciertamente importante, se logra “si cada consumidor del territorio nacional apaga una lámpara de 20 Watts, permite disminuir la demanda eléctrica en 80 megawatts”. ¿11 millones de cubanos apagando lámparas de 20 Watts? La verdad es que ya no saben qué decir. Sobre todo, para justificar lo injustificable.

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