¿Sirve para algo la Fihav?
Elías Amor Bravo, economista
La
Fihav 2018 ya abrió sus puertas. Con bombo y platillo. Los dirigentes comunistas
disfrutan con este tipo de fiestas, aunque luego no tengan dinero con
qué pagarlas.
La realidad es que nadie duda que la economía cubana necesita aumentar
sus exportaciones de productos si quiere corregir el grave déficit
en sus cuentas externas.
El
problema es que desde el máximo de 2011, cuando se alcanzó la cifra
de 5.870 millones de pesos, la cifra de ventas en el exterior no ha
hecho más que descender, hasta quedar situada en 2017 en 2.402
millones de pesos, una caída nominal del 59%, que posiblemente pueda
ser superior si se tienen en cuenta los precios de exportación que
no han sido favorables en estos años.
Gráfico 1.- Cuba: Evolución de las exportaciones de productos
(miles millones CUP)
En el Gráfico 1, con datos de la ONEI, se observa que las exportaciones de bienes se han desplomado, y su porcentaje en el PIB de la economía se ha dejado más de la mitad, pasando de un 6,5% al insignificante 2,2% en el mismo período. En suma, el balance del intercambio de bienes es fuertemente negativo, se sitúa en alrededor de 7.700 millones de pesos en 2017, y lo que es peor, en el período mencionado ha registrado un promedio de 8.336 millones de pesos, con una tasa de cobertura (la relación en porcentaje de las exportaciones sobre las importaciones) del 23,6% en 2017, una de las más bajas del mundo.
La
estadística oficial compensa estos pésimos resultados del comercio
exterior con los ingresos obtenidos por servicios, que se calculan
con unos procedimientos cuestionados a nivel internacional, siendo lo
peor que no han superado, en ninguno de los años considerados, la
cifra de 12.200 millones de pesos. Con ello, la balanza corriente
presenta una evolución errática que en absoluto contribuye a
corregir los desequilibrios externos. Es evidente que algo está
funcionando mal, y tiene que arreglarse.
Durante
los años de generosas subvenciones comunistas procedentes de la extinta URSS, y
de comercio “pajarera” con los socios del CAME, las empresas
estatales cubanas olvidaron su orientación exportadora, limitándose
a cumplir los objetivos de la planificación central, que casi
siempre se quedaban cortos para atender las necesidades de la demanda
interna. El derrumbe del socialismo real hizo ver al régimen
comunista que sin unas exportaciones sólidas bien dirigidas a
mercados competitivos, sería imposible contar con divisas para
acceder a los bienes y servicios que no se producen en la economía.
Y entonces, era demasiado tarde. A Cuba le faltaba para ello un
factor fundamental para ser más competitiva, la
productividad.
Cuba
es un ejemplo evidente de las dificultades para que una economía
abierta al exterior incremente su cuota de exportaciones de las
principales áreas con las que se comercia, a pesar de las
referencias de la competitividad de precios. En palabras de Paul
Krugman, “la productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es
casi todo”, una lección que los responsables de la economía de
Cuba no han aprendido.
Si
la economía cubana quiere exportar más, debe olvidarse de fiestas y ferias y dedicarse a aumentar la productividad. Para ello, debería seguir
las recomendaciones de la OCDE, una organización con la que el
régimen de La Habana no quiere tener relaciones ni contactos, pero
que podría ayudar, y mucho, a reestablecer el equilibrio interno y
externo que necesita la economía para mejorar la calidad de vida de
todos los cubanos.
Básicamente,
Cuba tendría que invertir en I+D, difundir la innovación, aumentar la transparencia en el diseño de
sistemas de patentes para evitar que actúen como barreras de
entrada, promover medidas competitivas que favorezcan la entrada
de empresas en todos los mercados y permitan a las empresas crecer,
ofrecer una mejor protección a los trabajadores frente a los riesgos en el mercado
de trabajo, y estimular la movilidad ascendente de los trabajadores reduciendo el
desajuste entre ocupaciones. En su diseño actual de política
económica, tan solo el estado puede invertir en Cuba, por cuanto es el
dueño de la mayoría de los activos productivos del país, ¿puede
el régimen comunista de La Habana asumir estas funciones? ¿Está
incrementando realmente el capital productivo en la proporción que
realmente necesitan las empresas para producir más y mejor?
Lo
dudo. Los datos de la participación de la formación bruta de
capital fijo en el PIB no aumentan del 9%, uno de los porcentajes más
bajos del mundo, lo que indica la escasa atención del régimen a las
inversiones productivas del país. Las prioridades se orientan hacia
el gasto corriente, superfluo y destinado a sostener unas gratuidades
que ya no cubren las necesidades básicas de la población. El olvido
de la industria, por ejemplo, supone que Cuba tenga una elevada
dependencia de manufacturas básicas y de equipos y tecnologías del
exterior, que no puede pagar porque la desfavorable relación real de
intercambio supone una espada de Damocles sobre la economía
nacional.
Y
lo cierto es que la industria es el sector con mayor nivel de
productividad y además, el que mejores perspectivas puede ofrecer
para una economía que quiera exportar con competitividad. Sería
necesario promover una política
industrial renovada,
alejada de clichés estalinistas, como los llamados “lineamientos”,
y estrategias insostenibles a 30 años, que no contribuyen a adoptar
las decisiones que, necesariamente, se tienen que adoptar para
mejorar la actividad industrial.
Cerrar
el paso a los cubanos a la iniciativa empresarial libre, o apostar por
diseños autárquicos enfermizos cuyo único objetivo es sustituir
las importaciones por producción nacional, no tiene el menor sentido
en la globalización. Lo mejor es olvidar cualquier ensayo de retorno
a un proteccionismo que no va a servir para incrementar la
productividad, sino todo lo contrario.
Además,
aunque Cuba posee unos bajos costes salariales, lo que podría
otorgar a la economía competitividad vía precios en los mercados
internacionales, tampoco es recomendable apostar por esa estrategia,
que tiene un recorrido limitado en cuanto los trabajadores demanden
mayores salarios por una productividad en aumento. Tengo mis serias
dudas que el tipo de cambio que finalmente resulte del peso cubano
con el dólar pueda ayudar a mejorar la competitividad exterior de la
economía.
Entonces, ¿qué se tiene que hacer? Creo que la
única forma posible de lograr un aumento de la productividad y la
capacidad exportadora consiste en promover el
estímulo de la
profesionalidad y la eficiencia en las empresas, la mejora de la
calidad de los productos, el desarrollo de los canales de
comercialización, en suma, lo que en ningún momento se ha
pensado hacer y se está haciendo en la economía cubana. Y todo eso
es mucho más importante que los “Fihav y las ferias y fiestas”. Si se quiere realmente
impulsar las exportaciones cubanas, y creo que existe espacio para
ello, hay que producir mejor y saber vender lo que se produce, hay
que cualificar a la población laboral, introducir tecnologías
modernas y hacer las cosas bien y no más baratas.
Estamos
hablando de cuestiones que rara vez merecen la atención de las
autoridades comunistas, entretenidos en inaugurar “ferias para
extranjeros”, pero que son fundamentales para el funcionamiento
eficiente de una economía, como la mejora de la profesionalidad, la
eficiencia y la productividad. Si se desea, hay tiempo para ello.
Solo es necesario saber a dónde quiere ir, y cómo hacerlo.
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