Díaz-Canel ante el laberinto de la economía
Elías Amor Bravo, economista
La economía cubana ha entrado en un momento especialmente
complicado. Lo más probable es que la recesión se extienda como un grave
problema para la mayoría de sectores y actividades productivas. Ya
no es una cuestión de menor crecimiento o desaceleración, sino de
disminución de la producción real, lo que explica muchos de los
efectos que se perciben en este momento (apagones, carestías,
interrupciones laborales).
Me
temo que este ritmo de descenso de la actividad económica esté
siendo mayor de lo que dicen las autoridades, abrumadas por una
situación que, si bien era esperada, se está yendo fuera de
control. Y ello ocurre como consecuencia de una serie de factores,
externos e internos, que se ven agravados por un fuerte clima de
incertidumbre política asociado a la presidencia de Díaz-Canel y la
dirección de la economía. Los cubanos,
acostumbrados al talante de los hermanos Castro, empiezan a pensar en
la decepción que supone situar al frente de la nave a alguien que
está más preocupado por las consignas y los slóganes, que por
ofrecer soluciones concretas a los problemas.
Culpar exclusivamente a
EEUU de la actual situación de la economía cubana, no solo tiene
poco sentido, sino que empieza a causar hastío en una sociedad en la
que durante 60 años se ha repetido una y otra vez el mismo
mensaje. Como consecuencia de este vacío en la gestión de la
política económica, se percibe una crisis de gobernabilidad en el
régimen castrista, que en las condiciones actuales puede desembocar
en cualquier cosa. Con la economía no se juega, y los responsables
de la política económica saben que cuando las nubes negras acechan
en el horizonte, lo único que puede remontar la actividad productiva
es la confianza. Y eso en Cuba se perdió hace tiempo.
La
falta de datos para el seguimiento y análisis de la coyuntura, a
diferencia de otros países del entorno próximo, como República
Dominicana, por ejemplo, impide calcular el daño que está
produciendo la interrupción del suministro de petróleo a Cuba por
parte de Venezuela, y el impacto que la ausencia de crudo está
teniendo en la economía nacional. Es imposible conocer, sin datos
macroeconómicos, de qué forma orientar las políticas económicas,
pero es evidente que el ciclo económico está en su punto más bajo
y puede situarse ahí durante más tiempo del esperado. Hay que
recordar a las autoridades del régimen que la credibilidad de la
economía y la recuperación de la confianza por los agentes
económicos depende de contar con unas cifras reales y objetivas, que
por desgracia no existen. Cuba tiene que emplearse a fondo en este
objetivo de medición de la economía, porque en caso contrario, la
duda aumentará la incertidumbre y la desconfianza.
En
tales condiciones, y a falta de datos objetivos, es evidente que las
autoridades han decidido mantener una política fiscal acomodaticia
que financia el déficit del estado, priorizando los gastos
“políticos” (los extranjeros y diplomáticos no tienen problema
para el suministro de petróleo en las gasolineras de CUPET, todos
ellos provistos de cartas ministeriales) o el aumento de salarios sin referencia a la productividad, combinada con una política monetaria
basada en la expansión del dinero en circulación que está poniendo
en serio peligro el valor del CUC, considerado hasta hace poco
tiempo, la moneda refugio para muchos cubanos.
Por el contrario, se
mantienen los controles de divisas sobre las empresas extranjeras en
un intento de priorizar la devolución de los intereses de los
préstamos, si bien a costa de unas empresas paralizadas por la falta
de energía (el ministro de economía ha hablado de quitar la
producción de los “picos”) y familias que tienen grandes
dificultades para cubrir sus necesidades básicas. Los motores de
cola de la economía se han paralizado, y salvo los ingresos obtenidos
por la venta de médicos y profesionales en el exterior, turismo,
inversión extranjera y remesas están dando muy malas noticias.
Además, nadie en el régimen castrista ha prestado la menor atención a los
vientos persistentes en contra que vienen soplando a nivel
internacional, anunciados por FMI y OCDE en forma de menos
crecimiento internacional en los próximos ejercicios, lo que se
trasladará de forma directa a la economía de la isla.
La
actual crisis de la economía cubana, calificada de “coyuntural”
por las autoridades, pero de raíz profundamente estructural, amenaza con un
aumento de la incertidumbre, la desconfianza y la falta de
credibilidad internacional de la economía. En definitiva, las
autoridades Díaz-Canel y su equipo de economía, están perdiendo
una oportunidad formidable para demostrar que están en condiciones
de afrontar el actual escenario por la única vía posible, la de los
cambios en profundidad en el sistema económico e institucional.
Ello
genera más desconfianza porque no se cumplen las expectativas. Y no es bueno para devolver a la economía a una senda de
crecimiento económico. En la economía castrista, donde el estado ha
asumido la planificación y dirección integral de la economía y el
control absoluto de los derechos de propiedad y de la riqueza nacional,
las familias y las empresas, que en otros países son las
responsables de la actividad económica, no pueden ni invertir ni gastar y cada
vez se encuentran más empobrecidas. Ni siquiera los pequeños
espacios abiertos para el trabajo independiente se benefician de una
situación como la actual. Díaz-Canel tiene toda la libertad que
quiera para hacer lo que le de la gana, o lo que le dejen hacer, pero
en estas condiciones debería hablar menos del embargo y del bloqueo,
porque eso consume energías y esfuerzos que cada vez reportan menos
credibilidad, y asumir que tiene que concentrarse en la enorme tarea
de impulsar las reformas necesarias y propias que urge acometer para
que la economía cubana funcione como el resto del mundo.
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