En torno al discurso de Raúl Castro en Naciones Unidas
Elías Amor Bravo, economista
El discurso de Raúl
Castro en la Cumbre de Naciones Unidas del pasado 26 de septiembre no
cumple la máxima del gran Baltasar Gracián que “lo bueno, si
breve, dos veces bueno”. Cierto. Un discurso corto. Nada que ver
con las peroratas de su herman. Sin embargo, contiene una serie de
ideas que la tozuda realidad se empeña, una y otra vez, en confirmar
que son erróneas. Sin embargo, a los Castro parece darles igual.
Ellos siguen con su modelo, al que no piensan renunciar. Por dicho
motivo, conviene de vez en cuando situar sus aportaciones desde esta
perspectiva.
El discurso no es
baladí. Por lo pronto, se produce en el marco de una Cumbre de
lNaciones Unidas especialmente dedicada a la aprobación de la agenda
para el desarrollo después del 2015. Un asunto en el que el régimen
castrista ha decidido jugar fuerte. Desde siempre.
Las cosas que se dicen
en este tipo de foros las conocen diplomáticos, representantes de
ONGs y entidades comprometidas, fundaciones, medios de comunicación,
etc, pero también las leen y analizan empresarios, hombres de
negocios, inversores internacionales, que tratan de identificar oportunidades para sus proyectos. La realidad es que ninguno de los argumentos esbozados
por el dirigente castrista se dirigen a ellos. Por una vez en la
vida, y sin que sirviera de precedente, los asesores de Castro le
deberían haber recomendado otro enfoque. Pero no fue así.
Y por ejemplo, para
empezar, ya desde la primera frase, lanzó el eterno alegato que dice
“la inestabilidad en numerosas regiones tiene sus raíces en la
situación de subdesarrollo en que viven dos tercios de la población
mundial”. No es cierto. Asociar subdesarrollo e inestabilidad es
tendencioso, apunta maneras ideológicas y escapa de cualquier
análisis de datos. Precisamente, las naciones que se encuentran
inmersas en proceso de transición hacia niveles de renta y riqueza
más elevados, son las que afrontan con mayor facilidad lo que Castro
llama “inestabilidad”. Cuestión que, además, con la
globalización ha perdido buena parte de su significado, de aquellos
viejos tiempos “revolucionarios” de mediados del pasado siglo, en
los que vive anclada la llamada “revolución castrista”.
Es falso, por ejemplo,
que “los avances, quince años después de adoptados los Objetivos
de Desarrollo del Milenio, sean insuficientes y desigualmente
distribuidos. Persisten, e incluso se agravan en muchos casos,
niveles inaceptables de pobreza y desigualdad social, incluso en las
propias naciones industrializadas. La brecha entre el Norte y el
Sur y la polarización de la riqueza se incrementan”. Precisamente
ese aumento de la brecha tiene lugar en aquellos países que apuestan
por la tarta de dimensiones fijas, en vez de implementar medidas que
la hagan crecer vía mayor productividad. La realidad económica y
social va en dirección diferente a la que denuncia Castro. En los
últimos años, millones de personas, sobre todo en América Latina,
han accedido a niveles de renta e ingreso que los sitúan en las
clases medias, con un aumento espectacular de la calidad de vida y
bienestar. ¿Por qué no reconocerlo? La respuesta es simple, porque
la economía castrista ha evolucionado justo en la dirección
contraria. Y si se tiene en cuenta niveles de desigualdad, lo mejor
es viajar a La Habana cuanto antes.
Para Castro, “los
acaudalados y las compañías transnacionales” son los culpables de
todos los males. Y ¿cómo no? De que “no tengamos una verdadera
asociación mundial para el desarrollo, de que no menos de dos mil
700 millones de personas en el mundo vivan en la pobreza. La tasa
global de mortalidad infantil en menores de cinco años, sigue siendo
varias veces la de los países desarrollados. La mortalidad materna
en las regiones en desarrollo es 14 veces más alta que en aquellos”.
Son culpables para el
dirigente castrista porque “en medio de la actual crisis económica
y financiera, los acaudalados y las compañías transnacionales se
hacen cada vez más ricos, y aumentan dramáticamente los pobres, los
desempleados y las personas sin casa debido a crueles políticas
llamadas “de austeridad”. Oleadas de inmigrantes desesperados
arriban a Europa huyendo de la miseria y de los conflictos que otros
desataron”
Ver la paja en ojo
ajeno es casi siempre lo peor que se puede hacer en este tipo de
foros. Es lo que siempre han hecho desde 1959. Cualquiera de esos
efectos perversos provocados por los “acaudalados y las compañías
trasnacionales”se han producido, de manera alarmante, en la
economía castrista, que ha expulsado a más de dos millones de
cubanos al resto del mundo en búsqueda de un futuro mejor. Además,
con este tipo de mensajes, Castro no hace otra cosa que quemar su
política de inversiones extranjeras, ya que con enunciados de este
calibre, no es fácil encontrar a quienes quieran confiar su dinero a
alguien con este tipo de pensamientos.
Raúl Castro afirma que
la única forma de lograr “un mundo habitable, de paz y concordia
entre las naciones, de democracia, justicia social, dignidad y
respeto a los derechos humanos de todos” debe basarse en “adoptar
cuanto antes compromisos tangibles en materia de ayuda al desarrollo
y solucionar el problema de la deuda ya pagada varias veces”, se
debe hacer justo con el tipo de medidas que son contrarias a ello.
Él propone, por
ejemplo, “construir otra arquitectura financiera internacional,
eliminar el monopolio tecnológico y del conocimiento, y cambiar el
orden económico internacional vigente”. Ni más ni menos. Lo
necesario para acabar destruyéndolo todo. Lo mismo que hicieron en
Cuba, pero a escala mundial.
Además, no contento
con poner fin al modelo económico y social que existe en el mundo,
Raúl Castro quiere que “los países industrializados acepten su
deuda histórica y ejerzan el principio de “responsabilidades
comunes pero diferenciadas”. Y abunda más en esta cuestión, al
señalar, que “no puede esgrimirse como pretexto la falta de
recursos cuando se invierten 1,7 millones de millones de dólares
anuales en gastos militares, sin cuya reducción no serán posibles
el desarrollo ni una paz estable y duradera”. Más de lo mismo.
Y para concluir, qué
mejor que una referencia concreta al enemigo de siempre, el imperio.
En esencia, Raúl Castro califica de “importante avance”, el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los
Estados Unidos, la apertura de embajadas y los cambios que el
presidente Barack Obama ha declarado en la política hacia Cuba,
resaltando el amplio apoyo internacional.
Pero, y aquí es donde
viene la segunda parte, casi siempre mala, añade que “persiste el
bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, por más de
medio siglo, el cual causa daños y privaciones al pueblo cubano, es
el principal obstáculo para el desarrollo económico de nuestro
país, afecta a otras naciones por su alcance extraterritorial y
continúa perjudicando los intereses de los ciudadanos y las
compañías estadounidenses”. Casi nada. Tras un alegato de estas
características, ¿qué mas se puede decir en un foro internacional
como Naciones Unidas?
Pues sí. Se puede
reafirmar la orientación ideológica y política de un régimen que
se mantiene, pese a todo y a todos. En palabras de Castro, “no
renunciaremos jamás a la dignidad, la solidaridad humana y a la
justicia social, que son convicciones profundas de nuestra sociedad
socialista”. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
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