Las exigencias de Raúl Castro a Obama en Naciones Unidas
Elías Amor Bravo, economista
Si el discurso de Raúl Castro en la
Cumbre de los Objetivos del desarrollo fue desacertado, su nueva
intervención ante la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado
lunes, no fue menos. Prácticamente todo su discurso se dedicó
a castigar y culpar de todos los males, “a la política del embargo
de Estados Unidos a Cuba”. Los analistas y observadores entendieron
que no era ni el momento, ni el lugar, ni el tono del discurso más
adecuado. Y lo que es peor, las consecuencias que se pueden derivar
del mismo.
Raúl Castro, acostumbrado como su
hermano a perder de vista los tiempos históricos, afirmó, en
referencia al reestablecimiento de relaciones, que “ahora se inicia
un largo y complejo proceso hacia la normalización de las relaciones
entre Cuba y Estados Unidos” después de calificar “los 56 años
de heroica y abnegada resistencia de nuestro pueblo”.
Según el dictador comunista de Cuba,
las condiciones para llegar a la normalización del vínculo entre La
Habana y Washington están muy claras. Hay que poner fin a lo que él llama "bloqueo
económico, comercial y financiero" contra Cuba. Se tiene que devolver
a Cuba el territorio ocupado, según él dice, ilegalmente por la base naval de Guantánamo. Hay queacabar con las transmisiones
radiales y televisivas y, lo que el calificó como "programas de subversión y
desestabilización contra Cuba". Y por último, que se compense a Cuba
por lo que definió como "daños humanos y económicos que aún sufre".
En ningún momento Castro acepta que el
pluralismo político debe volver a la Isla, así como la economía
libre de mercado con el respeto a los derechos de propiedad, la
libertad de opinión, pensamiento, expresión y de prensa, o
cualquiera de los derechos humanos que el régimen conculca de forma
sistemática por medio de los instrumentos de represión. Nada de eso entra en sus planes.
La negociación entre dos partes exige
contraprestaciones a cada una de ellas. Pretender que el resultado de
un proceso de intercambio suponga concesiones de una sola de las
partes, es no entender las reglas básicas del orden social.
Demasiado acostumbrados a imponer su voluntad durante 56 años y a
que nadie ponga un solo obstáculo o rechiste, los Castro deberían
saber que en el resto del mundo las cosas no son así.
En lugar de presentar, año tras año,
el documento que se pide el fin del embargo estadounidense y que
suele ser aprobado por la mayoría de la Asamblea, con los votos
contrarios de EE.UU., Israel y la abstención de algún otro aliado,
Castro debería pensar en liberalizar el sistema político, económico
y social de Cuba y convocar unas elecciones inmediatas con la
participación de todos los partidos del espectro ideológico para
favorecer una rápida transición a la democracia en Cuba.
Este año tiene un aliado sorprendente.
Obama ante el estupor de muchos, se ha pronunciado en contra del
embargo. Algunos han querido interpretar el anuncio de una eventual abstención de EEUU en Naciones Unidas, lo que
supondría un reto presidencial a las dos cámaras representativas de la voluntad
popular del pueblo de los Estados Unidos. Un ejercicio de
equilibrismo que no tiene precedentes en la historia política de
aquel país, donde Presidencia y Cámaras, rara vez airean las
distintas posiciones de poder, sino que las mismas son reconocidas
como uno de los puntos fuertes del sistema político e institucional.
El enfrentamiento entre Obama y el
cuerpo legislativo de los Estados Unidos por un asunto como el
embargo a Cuba, prácticamente inexistente y sólo justificado por el
atropello cometido por los mismos dirigentes que gobiernan la Isla
contra intereses económicos de Estados Unidos en la Isla, al inicio
del proceso revolucionario, cae en el terreno de lo inconcebible. No
es raro que la Casa Blanca se haya apresurado a desmentir las
informaciones que se han ido divulgando.
Más aún, cuando Castro dedicó buena
parte de su discurso a expresar su respaldo a países aliados como
Venezuela, Ecuador o Brasil, cuyos gobiernos considera que están
sufriendo estrategias desestabilizadoras procedentes de Estados
Unidos. E incluso, se permitió la defensa del derecho a la
independencia de la isla de Puerto Rico y el reclamo de Argentina
sobre las islas Malvinas/Falklands, Sándwich del Sur y Georgias del
Sur, cuya soberanía disputa a Reino Unido.
Hablar ante la ONU ha sido un éxito de
la diplomacia castrista. Otros regímenes de signo dictatorial, no
han tenido esa oportunidad a lo largo de la historia. Los
observadores y analistas han llegado a la conclusión que el discurso
de Castro confirma que su régimen sigue sin demostrar que está
listo para reanudar su presencia en la comunidad internacional.
Apostando por quiénes tampoco merecen un aprecio especial, Castro se
coloca en las esquinas y arroja a la basura las posibles ventajas
derivadas del deshielo con Estados Unidos. Se ha perdido una
oportunidad para abordar un nuevo modelo de discurso conciliador, que podría servir para atraer el interés de los
inversores y empresarios internacionales en Cuba, a los que demonizó
en un discurso anterior.
Con este tipo de pronunciamientos
beligerantes, Castro vuelve a las andadas y probablemente tensando la
cuerda, quiera poner en dificultades a un aliado eventual como Obama.
Cierto es que el inquilino de la Casa Blanca tiene su horizonte en
2016, y que los cambios en Cuba, en caso de la sustitución de
Castro, no llegarán hasta 2018 salvo que se produzca algún
acontecimiento inesperado. La paciencia puede llegar a su fin.
Incluso para Obama, convencido que su política elegida con Cuba, la
cooperación sobre el conflicto, puede verse comprometida por Castro
y su freno a cualquier proceso negociador.
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