La grave situación financiera de la economía cubana

Elías Amor Bravo, economista

Ahora sí que se ha complicado el escenario. Ya no vale una queja suelta, ni una visita de la canciller Moghierini, o una desafortunada fotografía de recuerdo ante una piedra. Los números cantan. Y lo que veníamos avisando desde hace un año, se está cumpliendo al milímetro. Raras veces las proyecciones económicas aciertan con tanta exactitud. En el caso de la economía cubana, resultaba fácil anticipar que el final del mandato de Raúl Castro iba a coincidir con la peor situación de la economía. Y eso es lo que estamos viendo.

Mientras tanto, la represión en la isla aumenta. Se detiene a los disidentes sin ningún tipo de control. La seguridad del estado se emplea a fondo hostigando a los que piensan de forma diferente. Los que se encuentran en prisión no ven mejoras en su situación personal. Un país se desangra lentamente en sus derechos y libertades. Pero con la economía no se juega. Y la anticipación de un escenario muy complejo para el sucesor de Raúl Castro, es evidente. Su reciente visita a Venezuela a la reunión del ALBA, posiblemente la última, y el mensaje nuevamente de una "Cubazuela", que rompe con la independencia y la tan alardeada soberanía cubana, es un ejemplo de la grave situación que obliga a los dirigentes castristas a pedir apoyos económicos a quién ya no puede, siquiera, luchar contra una grave hiperinflación que tiene sentenciado al proceso chavista.

No es extraño que en tales condiciones, el gobierno comunista cubano vuelva de nuevo a apretar los tornillos a las empresas estatales exigiendo que obtengan una carta de crédito del Banco Central, que está bajo control del gobierno y carece de autonomía en su funcionamiento, si quieren realizar cualquier compra en el exterior por valor superior a 100.000 dólares. Dada la dependencia que tiene el crecimiento del PIB de la economía cubana de las importaciones, esta nueva restricción administrativa va a suponer problemas para muchas empresas y lo que es peor, ni contribuirá a reducir el impacto de la crisis de liquidez que golpea a la economía, ni tampoco permitirá honrar los compromisos de deuda con los acreedores. Vientos de cuaresma barren sin misericordia el escenario preelectoral raulista que le va a decir adiós. Peor no podría haber dejado la economía cubana el último de los Castro. El sucesor lo tendrá muy difícil. Pero esa es otra historia.

Esta crisis de liquidez de la economía, que ha obligado al gobierno a implementar la resolución 19/2018 del Banco Central, que acaba de entrar en vigor, busca repartir los escasos fondos que la economía cubana obtiene del exterior por la vía de la exportación de servicios y las remesas de los residentes en el extranjero, y ganar tiempo mientras se busca, de forma desesperada, un nuevo apoyo financiero dispuesto a sostener una economía anacrónica e improductiva. Sin embargo, como sucede en otros muchos ámbitos de la gestión de políticas públicas, en materia de economía, esta medida de control de la liquidez no es la mejor solución para un problema como el que afecta al país, sino que existen otras vías.

Lo primero que se tendría que hacer es ir al origen del problema. Al origen del desequilibrio estructural de la economía que de forma permanente la mantiene en situación de falta de liquidez. Y si el gobierno castrista hiciera este análisis comprendería que el problema lo tiene dentro, y se origina por la pésima gestión del presupuesto estatal que año tras año presenta un déficit superior al 10% del PIB que se financia con la emisión de bonos soberanos por el Banco Central de Cuba, ante la imposibilidad de la economía de acudir a los mercados internacionales de capital, donde carece de cualquier credibilidad para obtener financiación.

Un déficit que tiene su origen en la financiación descontrolada de los gastos corrientes en educación y sanidad, en el sostenimiento de un aparato injustificado de represión, policía y seguridad del estado y defensa militar que no tiene razón de ser, y en los déficits de las empresas estatales como consecuencia de la práctica de precios normados y topados que reducen los márgenes de beneficio de las empresas. El régimen, con sus prácticas presupuestarias, crea la permanente crisis de liquidez de la economía porque no tiene ni bienes ni servicios demandados en la economía mundial que permitan obtener ingresos del exterior. Tampoco parece haber orientado la estrategia a ello, ni con el plan a 30 años vista ni con los llamados “lineamientos”. En ningún caso, se ha visto una apuesta por la libre empresa, la competitividad y el desarrollo económico.

Lo que se hace, por el contrario, es repartir la escasez, retrasar los pagos y cuando la cosa se pone muy difícil como ahora, exigir a las empresas los recursos para cumplir con sus obligaciones externas, pero este tipo de decisiones precipitadas y con poco tiempo para organizar los planes de gestión, acaba siendo un golpe mortal. Lo veremos en forma de desaparición de empresas y empobrecimiento económico. Además, con este tipo de medidas, lejos de evitar que el endeudamiento externo crezca, lo que se consigue es que aumente más a medio y largo plazo, al reducir el número de fuentes de financiación y de ingresos. Un agujero negro que se traga todo lo que significa prosperidad, calidad de vida y bienestar.

Las empresas estatales no pueden estar sometidas a estos vaivenes e improvisaciones. La economía cubana ya no admite más experimentos. Los responsables de las empresas necesitan un horizonte despejado para poder ejecutar sus planes con la menor interferencia posible del régimen. Las empresas estatales no son las únicas responsables de que las exportaciones cubanas de bienes y servicios hayan disminuido de 17.800 millones de dólares en 2014 a 13.600 millones en 2016. Tampoco son culpables de que en el mismo período, las importaciones también bajaran de 13.900 millones a 10.300 millones, según datos oficiales. El déficit comercial, sin embargo, apenas se ha corregido a la baja, pasando de 3.900 millones a 3.600 millones de dólares, un ajuste insuficiente para los descensos en las exportaciones e importaciones.

El enfoque macroeconómico de este proceso deja al gobierno de Raúl Castro en una situación comprometida, porque el aliado que financiaba estos agujeros, Venezuela, ya no está para más aventuras. A resultas de todo ello, la deuda del régimen castrista, generosamente reestructurada por el Club de París en 2014, cuando superaba los 18.900 millones de dólares, no ha mejorado sus pagos y compromisos, mientras la preocupación entre los empresarios e inversores extranjeros va en aumento, llegando a estimar que en algún momento puede llegar un temido “default” de la economía cubana, un golpe mortal para los planes de una inversión extranjera que no acaba de remontar.

Sin financiación interna, porque los cubanos viven al día con escasa capacidad de ahorro, dados los bajos niveles salariales y la ausencia de un marco jurídico de derechos de propiedad, la posibilidad de hacer crecer la inversión extranjera con el recurso a la cofinanciación interna es nula.

En estas estamos. Y Raúl Castro que deja el poder en poco más de un mes.

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