Sobre la distribución de utilidades en la economía castrista (I)
Elías Amor Bravo, economista
Una de las transformaciones más llamativas del
proceso de actualización de la economía comunista cubana ha sido la
distribución de utilidades a los trabajadores, como estímulo por la
eficiencia económica, en suma, algo así como la productividad o si
se prefiere, el pago a destajo. Que un país que se vanagloria de ser
el “paraíso de los trabajadores” y que sitúa a la empresa
estatal como centro del sistema, recurra a esta fórmula para
compensar los bajos salarios que recibe la mayor parte de la
población laboral, no deja de ser significativo. Además, ha sido
una de las decisiones que ha despertado un mayor rechazo en la
ortodoxia comunista, marxista y leninista, que está atrincherada en
los recovecos del poder castrista,
Y lo cierto es que desde los tiempos de mayor
intensidad revolucionaria, el Che y Fidel Castro ya hablaban de la
“emulación socialista” y del pago al trabajo en función de su
dedicación, en un intento de arrastrar una máquina económica que
ya había pinchado tras las confiscaciones y expropiaciones a los
legítimos propietarios que marcaron el inicio del desastre. Ahora,
más de medio siglo después, que los lineamientos autoricen a las
empresas estatales a pagar en función de resultados no deja de ser
una vuelta al principio, lo que está ocurriendo en otros muchos
campos de la vida económica en Cuba.
Sin embargo, y desde el punto de vista de la
gestión empresarial moderna y eficiente, esta reforma del pago de
utilidades en el régimen castrista tiene muy poco que ver con la
racionalidad económica.
Vayamos por partes.
Primero, la propiedad de los medios de producción
es del pueblo y el estado es el encargado de la gestión. Este es un
enunciado que se repite una y otra vez en los llamados
“lineamientos”. Nada de esto es cierto. Cualquier propietario de
los activos exige una retribución, en forma de dividendos, por la
utilización de los mismos. El pueblo debería recibir, en tales
condiciones, lo que se podría calificar como participación en los
beneficios generados por las empresas de su titularidad. Nunca en la
vida un cubano ha recibido dividendo alguno de las empresas
gestionadas por el estado. La aproximación salarial, a todas luces,
se queda corta.
Segundo, la medida se aplica en unas empresas. No
en todas. Tan solo en algunas empresas estatales, sociedades
mercantiles y las organizaciones superiores de dirección empresarial
(OSDE). Una confusión burocrática que no ayuda a definir los pagos.
Esta situación puede crear una asimetría nada favorable para
generalizar en la población laboral una medida que, sin duda alguna,
es muy conveniente para mejorar la productividad. Según la
información publicada en Granma, si bien es cierto que el número de
empresas ha aumentado desde 2014 pasando de 483 a 1.054, lo cierto es
que el número de trabajadores lo ha hecho de 314 mil a 719 mil,
cifras que resultan ridículas si se tiene en cuenta que casi 5
millones de cubanos prestan sus servicios en el sector estatal.
Además, en Cuba, existen unas 1.800 empresas, de modo que existe
todavía espacio para generalizar esta medida.
Tercero, ya están pensando en actualizar medidas
que llevan muy poco tiempo siendo aplicadas. Lo de siempre. Las
estrategias en economía exigen perseverancia y tiempo para que den
resultado. La economía nunca funciona a golpes de improvisación, ni
de medidas “estrella”, que acaban siendo estrelladas.
Cuarto, la política misma de distribución de
utilidades está mal diseñada. La Resolución Número 138, por
ejemplo, permitió la creación, a partir de las utilidades retenidas
después de impuesto, (equivalentes al 50 %), de 11 tipos de reservas
voluntarias, encaminadas al desarrollo continuo de la empresa, y fijó
el modo de distribuir estos recursos. Aquí la cuestión no son las
reservas, sino la determinación de los beneficios o utilidades, como
les quieran llamar. Lo que importa es la generación de beneficios,
la eventual obtención de la máxima separación entre ingresos y
gastos. La clave para la rentabilidad de las empresas que, en la
economía castrista, se encuentra mediatizada y condicionada por las
múltiples formas y maneras de intervención estatal.
Un ejemplo de esa intervención es la condición
exigida para el reparto de utilidades que se basa en cumplir con
“los indicadores directivos aprobados para el año”, no tener
auditorías financieras o fiscales donde el sistema de control
interno haya sido evaluado de deficiente o malo en el periodo que se
distribuye, y no tener adeudos con el Fisco, es decir, con el estado
intervencionista. No será fácil encontrar muchos candidatos con
criterios tan restrictivos.
No es extraño que, en la
práctica, la la distribución de utilidades haya ocupado una mayor
participación (hasta un 40% según datos ofrecidos a Granma por la
directora general de Atención Institucional del MFP) que el resto de
asignaciones previstas por el régimen, entre las que cabe citar,
“amortización de créditos para inversiones, incremento del
capital de trabajo, inversiones aprobadas con recursos propios,
desarrollo de investigaciones y capacitación, así como a cubrir
pérdidas contables de años anteriores”. Grave problema que se
tiene que resolver, ya que en estas condiciones, y teniendo en cuenta
la prioridad salarial, las empresas corren el riesgo de verse
descapitalizadas o sin los necesarios programas de innovación y
formación a sus trabajadores.
En tales condiciones, ¿qué se debe hacer?
El
régimen señala que se tiene que corregir “la
ausencia de proyectos concretos de desarrollo, y de documentos que
avalen los estudios, las debilidades de los ejercicios anteriores y
que aún se siguen arrastrando, las deficiencias en la contabilidad,
que todavía en muchos lugares no constituye reflejo confiable de los
hechos económicos; la dilación de los plazos; así como las
falencias en la preparación de los procesos desde la dirección de
la empresa, carente de una visión clara de desarrollo y de una
argumentación objetiva de las reservas que se solicitan, la falta de
capacitación para recapitular cuáles son los requisitos que tienen
que cumplir las entidades en cada uno de los conceptos de reservas a
solicitar”.
Como siempre, burocracia y más burocracia para
resolver un problema de fácil solución en la economía de mercado.
En este sistema económico, el dueño de una
empresa es el menos interesado en descapitalizar la misma o frenar
sus posibilidades de innovación, desarrollo y competitividad. Y sabe
que no debe poner freno a esas variables porque entonces obtendrá
menos rentabilidad y sus dividendos también inferiores. El dueño de
un activo, en la economía de mercado, busca obtener el máximo
beneficio. Orientándose por esta lógica tan simple, sus ganancias
aumentan y la empresa no entra en crisis por falta de inversiones.
El régimen castrista no puede lograr este
objetivo porque el dueño de los activos, el pueblo cubano, calla y no puede ejercer sus derechos como titular de los mismos. Se mantiene en
silencio, obedece y carece del poder de decisión que le otorga la
libre empresa en la economía de mercado. Perdidos en la búsqueda de
absurdos indicadores de “reservas para capital de trabajo, de
amortización de créditos de inversiones, de la obligación de pago
contraída, de los plazos de amortización, de proyectos de
investigación o capacitación, etc, etc", las autoridades del régimen no sitúan la
solución donde está realmente, que es en el ámbito del sistema
institucional y jurídico para la toma de decisiones económicas. En
un siguiente trabajo, trataré de exponer que las Juntas de Gobierno
de las empresas tampoco son la solución.
Comentarios
Publicar un comentario