Sobre la distribución de utilidades en la economía castrista II
Elías Amor Bravo, economista
En un artículo anterior, expuse los motivos por
los cuáles la actual política de distribución de utilidades en las
empresas estatales cubanas es inadecuada y no sirve para lograr el
objetivo de mejora de los niveles salariales y de vida de los
cubanos. La realidad es que sin un cambio jurídico e institucional
que asegure realmente que el pueblo cubano es el titular real de los
activos que se utilizan para producir en el país, el estado gestor
de estos activos seguirá sin dar solución a los problemas que se
derivan de una creciente descapitalización e improductividad de las
empresas. Y dada la irrelevancia de una propiedad colectiva, parece
evidente que la situación continuará si no se dan los pasos
necesarios por las autoridades para el establecimiento de un marco
jurídico de derechos de propiedad.
Hoy toca hablar del papel de las Juntas de
gobierno de las empresas y las autoridades facultadas para tomar
decisiones que, sin autonomía alguna y bajo estricta obediencia al
aparato del estado, deben comunicar las decisiones adoptadas sobre
distribución de utilidades hasta el 30 de abril.
Nada que ver, ni en su naturaleza jurídica ni en
su funcionamiento, tienen estas Juntas castristas con las que existen
en los países de economía libre de mercado y con empresas privadas.
Su capacidad, como órganos que se supone que
representan los intereses del estado en el control del sistema
empresarial, para mejorar la rentabilidad de las empresas y
garantizar un mejor reparto de utilidades, es bastante escasa.
Al margen de su reducido número, estas Juntas
parecen más interesadas, desde su creación, en “aprobar la
proyección estratégica de las OSDE, evaluar la pertinencia del plan
de la economía, chequear trimestralmente el cumplimiento de los
indicadores directivos y determinar la creación de reservas a partir
de las utilidades”. Objetivos políticos e ideológicos que poco
tienen que ver con la generación de valor y beneficio que es la
actividad de las Juntas en las empresas privadas. En Cuba, se
convierten en guardianes de la ortodoxia y controladores, por cuenta
del régimen, del cumplimiento de los requisitos que la norma prevé.
Más vigilancia, burocracia y control sobre la actividad empresarial,
por si no fuera poca la que ya existe.
El problema como ya he señalado es que estas
Juntas, y sus miembros integrantes, en vez de aportar negocios a las
empresas, se dedican a controlar a los directivos; implementar las
auditorías de deficiente o mal funcionamiento, y analizar, en
particular, los requisitos que fundamentan cada propuesta de
reservas. Todo ello bajo criterios burocráticos y sin capacidad para
generar negocio.
Al final, las Juntas acaban siendo vigilantes de
las OSDE en la proyección de las reservas, pero sin participación
alguna en los procesos que están en el origen de la obtención del
beneficio que es una de las misiones principales que cumplen los
consejos de administración en las empresas de la economía de
mercado libre.
Un buen ejemplo, es la operatoria que se establece
para las mismas. Así, desde ahora a finales del mes de junio, todas
las entidades están obligados a entregar al Ministerio de Finanzas y
Precios un informe valorativo del proceso, fecha en la que no solo
deben haberse aprobado las reservas, sino ejecutado, sobre todo las
referidas a la distribución para el pago a los trabajadores.
Es decir, en solo unos pocos meses, los
responsables de las empresas estatales, tienen que estar elaborando
informes, previendo escenarios, proponiendo repartos de utilidades y
atendiendo a cuestiones burocráticas que los apartan de lo que
realmente tienen que hacer, que es gestionar las empresas y obtener
la máxima rentabilidad de las mismas. A la vista de ello se puede
concluir que al régimen castrista le preocupan más las dilaciones
en los plazos, los incumplimientos de la norma, sin entender que
muchas empresas, a lo largo de un ejercicio, generan su rentabilidad
en momentos muy concretos del tiempo, que suponen una ruptura con el
denominado cierre económico. Y que aún cuando existen fechas para
la presentación de los resultados y el pago de dividendos, la
libertad para organizar la actividad es condición necesaria, que no
suficiente, para el éxito de la misma.
A la vista de los resultados, reducir la autonomía
de los gestores y exigir que las empresas cumplan a rajatabla las
órdenes de la cúpula, reforzar el control burocrático que ejerce
el estado sobre las empresas, son el resultado de la aplicación de
los llamados “lineamientos” sobre el sector empresarial cubano. Más de lo mismo de siempre, revestido de otra forma.
En cualquier país, con un modelo económico diferente, actuaciones
de este calibre no tendrían justificación y, a la larga, serán
prescindibles en la economía cubana donde la prioridad de las
empresas es ser más competitivas y rentables, por el bien del
conjunto de la nación y no de unos pocos.
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