¿Por qué no funcionan los lineamientos? (Según Murillo)

Elías Amor Bravo, economista

¿Sabemos a dónde vamos? ¿Sabemos a dónde queremos ir?

Pienso que buena parte de los asistentes a la reunión del pleno del comité central del Partido Comunista de Cuba, presidido por Raúl Castro, se debieron hacer estas mismas preguntas en varias ocasiones. En ese foro se dijo que existen serias dudas sobre la viabilidad de los cambios introducidos con la llamada “actualización del modelo económico y social cubano”, un proceso que se está convirtiendo en un auténtico quebradero de cabeza para todo el mundo. Tanto, que no me parecería extraño que algunos, sobre todo los que tienen un mayor sentido de futuro, piensen que lo mejor sería aprovechar la salida de Castro para dar un giro al timón de 180º. Ojalá fuera así, pero me temo que eso es muy difícil.

Esto es lo que se desprende de la nota informativa de Granma que se hace eco de este cónclave comunista dedicado a evaluar las políticas implementadas, no a criticarlas ni mucho menos cuestionarlas. Eso no es admisible, y mucho menos delante de Castro. En la economía democrática y libre, una cosa es evaluar, y existen técnicas solventes para realizar esta labor, pero lo más importante es cuestionar y debatir sobre los resultados de una evaluación. Que se pongan de manifiesto posiciones distintas, porque eso supone enriquecer el debate y el análisis de propuestas. Por desgracia en Cuba, ni lo uno ni lo otro es posible con el régimen actual.

Por eso, estos cónclaves se convierten en una sucesión de presentación de informes más o menos completos, en los que empieza Murillo y acaba Castro, o viceversa. El resto simplemente escucha y aplaude. Y nosotros, desde la prudente distancia, tratamos de identificar las claves que sustentan un fracaso detrás de otro en la gestión de los asuntos económicos.

Primero, se abordó el análisis de la implementación de las políticas públicas de los últimos tres años “para conocer a profundidad qué había salido bien, qué se debía rectificar y qué cuestiones obstaculizaban la implementación de las medidas”. El balance es comprometido y se atribuye a “la complejidad de las medidas y también a causa de errores en la planificación de los procesos y en su control”, así como las “limitaciones económicas y financieras que imposibilitaron el respaldo adecuado a un grupo de medidas que requerían inversiones”. Bien, una vez conocido el diagnóstico la pregunta es inevitable: ¿Cuándo llegan los ceses o las dimisiones?¿Cuándo las soluciones?

Después, Murillo lanzó un pequeño atisbo de por dónde podrían ir las exigencias de responsabilidades. Según su informe, y cito textualmente a Granma, “entre las causas y condiciones generales que influyeron en los resultados desfavorables se señaló que no siempre la Comisión de Implementación logró involucrar a los órganos, organismos, organizaciones y entidades para que desde la base fueran capaces de orientar, capacitar, apoyar, controlar y rendir cuentas de su gestión”. Murillo ha reconocido de forma expresa “resistencias, obstáculos, frenos” a las decisiones de Raúl Castro por parte del entramado institucional y burocrático de un régimen que obedece a ciegas las consignas de la cúpula. Inconcebible.

Luego hay otros factores derivados del anterior, como “la insuficiente integralidad, visión limitada sobre los niveles de riesgos e incompleta apreciación de los costos y beneficios, deficiente seguimiento y control de las políticas, varias de las cuales se fueron desviando de sus objetivos, sin una oportuna corrección”, fallos administrativos y burocráticos que vuelven a situar la responsabilidad del fracaso, según Murillo, en el nivel burocrático de la economía de planificación central y ausencia de derechos de propiedad y no en la esfera política.

En cualquier país democrático, ante un balance demoledor como el presentado por Murillo ante los dirigentes comunistas de Cuba, además del sonrojo por las críticas, deberían producirse ceses y dimisiones. Porque es evidente que “la actualización del modelo económico y social ha evidenciado ser un asunto de gran complejidad”, al que se le están poniendo más palos en las ruedas de lo que era de esperar.

Aquí solo caben dos interpretaciones de lo ocurrido. O los cambios introducidos están mal diseñados ex profesor o a medio camino, para impedir a los gestores públicos innovar y modernizar el funcionamiento de la economía de acuerdo con las directrices de la cúpula, o por el contrario, los gestores de la economía actúan una resistencia a las medidas de reforma para no poner en peligro su “zona de confort” y mantener las viejas estructuras del régimen que la dirigencia política trata de modernizar.

Cualquiera de las dos visiones sirve. Porque la conclusión es que el resultado del proceso es negativo y se han perdido cinco años fundamentales para mejorar el nivel de vida de los cubanos. Ni los dirigentes políticos son más proclives a los cambios que la burocracia y el aparato administrativo que controla los activos del país. Ni tampoco el monstruo burocrático acabará devorándolos por no ser capaces de dar ese giro al timón de 180º. Unos y otros lo saben. De ahí esas críticas en el cónclave comunista, en el único foro en que pueden causar algún daño. Y más aún, delante de Castro.

Son muchas las incógnitas ¿son estos burócratas que frenan los cambios económicos de los llamados lineamientos tan poderosos como realmente se desprende del informe de Murillo? ¿serán acaso los que se quedarán al frente de la dirección del país cuando el último Castro deje el poder dentro de unos días? Entonces, ¿a quién obedece esta casta comunista reaccionaria? ¿O tal vez los dirigentes políticos no han hecho lo suficiente para liberalizar la economía cubana, y todo son actuaciones de maquillaje que impiden a los gestores realizar su trabajo? Quédense con lo que quieran.

En todo caso, se trata de cuestiones inquietantes, que se desprenden del informe de Murillo, que acabó señalando que “en la actualidad se revisan todos los procesos y entre las prioridades están el ordenamiento monetario, en particular los estudios sobre la unificación monetaria y cambiaria; la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030; así como el examen integral y el perfeccionamiento de las medidas que lo requieran, con las correspondientes propuestas”. Vamos, más o menos, lo mismo que decía el año pasado y el anterior y el anterior. Los cambios necesarios van para largo.

Y después de ofrecer algunos “datos sobre empleo por cuenta propia, cultura tributaria en el país, deficiente empleo de la contabilidad como herramienta, o las dificultades en la comunicación de las políticas, que no permiten una comprensión a fondo por la población de estos difíciles temas y generaron malas interpretaciones debido a vacíos informativos”, el cónclave comunista acabó como suele acabar, aprobando todos los informes y acciones propuestas, sin que se alzase una voz crítica.

Después Raúl Castro, a modo de despedida, realizó un pequeño discurso en el que afirmó, que “a pesar de los errores e insuficiencias reconocidas en este Pleno, la situación es más favorable que hace algunos años”. La verdad es que no esto no es cierto, y que la economía del país se encuentra en la peor situación desde 2016 cuando se perdió el apoyo del petróleo chavista a la vez que se incumplían todos los planes de captación de inversiones, turismo y remesas.

Y acabó como era previsible pidiendo a “los comunistas enfrentar los problemas sin titubear”, olvidándose que en Cuba existen otros muchos que no forman parte de esa ideología que podrían ayudar y mucho a la reconstrucción económica y social del país. Apostó una vez más por lo que no se tiene que hacer “planificar mejor para poner los recursos donde verdaderamente se necesitan y no esperar a que las soluciones lleguen de arriba, sino aportar ideas creadoras y racionales”, y volvió a reclamar ahorro a una sociedad que vive al día sin poder adquisitivo ni capacidad financiera alguna para un futuro en el que nadie cree ya, y en la que Castro ve una “mentalidad derrochadora”.

Un discurso repetitivo, que aporta muy poco, casi siempre referido a los hechos del pasado, como “el Periodo Especial en la década del noventa, cuando el país atravesaba una situación extrema” pero en el que hemos observado una novedad importante: ni una sola referencia al embargo o bloqueo de EEUU como responsable de los “obstáculos y ante los nuevos retos” que se tienen que afrontar “sin un atisbo de pesimismo y con total confianza en el futuro”.



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