Argumentos económicos al NO a la constitución comunista o socialista
Elías Amor Bravo, economista
No. No hay nada que inventar en el
socialismo, porque todo ya está escrito. Y además, conocidos son
sus efectos allí donde se instaló e intentó funcionar, siempre a
costa del pueblo y por métodos tiránicos e impuestos. El socialismo
democrático es otra cosa, pero no creo que sea eso de lo que habla
Ariel Terrero en su artículo de hoy en Granma.
Se pueden hacer algunas precisiones
sobre dicho trabajo. Y para ello nada mejor que empezar con la
valoración de una afirmación del texto, “la participación de los
trabajadores en la planificación, regulación, gestión y control de
la economía” no es un rasgo específico del socialismo. Se trata
de una actuación ampliamente extendida en la economía de mercado
que impera en la mayor parte de los países del mundo. Por lo tanto,
no es un rasgo específico. Y tampoco garantiza descentralización
alguna, y el ejemplo lo tenemos en Cuba.
La nueva constitución que se somete
a consideración de los ciudadanos el próximo 24 de febrero, soslaya
estas cuestiones y viene a reafirmar un modelo económico que durante
los últimos 60 años ha sido una rémora para el desarrollo y la prosperidad de todos los cubanos.
Esto es evidente si se comparan los registros de 1959 con los de
2019. Por eso, con una constitución inadecuada para la creación de
un marco jurídico e institucional adecuado para el funcionamiento de
los agentes económicos, el desarrollo posterior de las normas
administrativas y la regulación subsiguiente no ayudará en mucho a
lograr eficiencia y mejor funcionamiento de la economía. Digamos que
el cerrojo comunista o socialista, porque los castristas suelen mezclar estos dos conceptos de forma irresponsable, no permitirá cambiar el “statu
quo”, de modo que las cosas irán a peor. Profundizar la
actualización, es una pérdida de tiempo, y de esto deben ser
conscientes las autoridades antes que sea demasiado tarde.
Legislar a partir de un modelo inadecuado
es arrojar gasolina al fuego, e impedir que las decisiones de los
agentes económicos, públicos y privados, se adopten con eficiencia.
Los cubanos tienen que saber que el texto constitucional del próximo
referéndum no va a permitir la construcción de un sistema legal
beneficioso para la economía, sino todo lo contrario. Por ejemplo,
en ningún lugar se habla de la empresa como elemento central del
sistema. Eso si, se menciona a la empresa estatal, pero se culpa a estas
entidades del deficiente funcionamiento de la economía. No creo que
la descentralización sea la solución para ellas. El "perfeccionamiento
empresarial" ya lo confirmó desde hace años. Por el contrario, la solución para las
empresas estatales es un proceso de privatización, mediante
convocatorias internacionales supervisadas por organismos
especializados, que transfiera a los agentes privados la gestión de
las empresas estatales. Lo privado funciona de forma más eficiente.
Esta vía ha sido probada en la hotelería, y se debe extender al
conjunto de las empresas estatales de la economía, sin las
restricciones de la Ley 118 en relación con la inversión
extranjera, ya que lo conveniente es que las empresas queden en manos
de capital cubano. Existen fórmulas para ello.
Las empresas, privadas o estatales,
tienen que ser reconocidas como agentes principales del sistema
económico. Se tiene que reconocer a los cubanos el derecho a crear
empresas, individuales o colectivas anónimas, para unir capitales,
trabajo, talento y creatividad en el logro del beneficio. Se tiene
que garantizar la acumulación de capital, de renta y de riqueza, y
asegurar mediante políticas fiscales una distribución más
equitativa de los ingresos de la población, pero bajo ningún
concepto prohibir la acumulación de riqueza, como señala el texto
constitucional. Las expropiaciones sometidas a límites rigurosos para evitar situaciones ya vividas en el pasado. Sostener dicho postulado es antieconómico, y puede hundir más
aún la economía cubana de lo que está.
Pasa lo mismo que con el respeto a los derechos
de propiedad. La tierra para quien la trabaja, pero no con fórmulas torticeras de arrendamiento a largo plazo, sino en régimen de propiedad. Propiciar
el nacimiento de un mercado de la tierra que permita aumentar la
dimensión de las parcelas para lograr economías de escala y producir con eficiencia. Acceder a
la propiedad de varias viviendas, por aquellos que tengan capacidad
para ahorrar ingresos de su trabajo, y con esas viviendas generar más
ingresos en forma de alquileres, o mediante la creación de un amplio
mercado de la vivienda y del suelo que de satisfacción a una demanda muy
superior a la oferta. Y así, de sector en sector, buscando que
existan, incluso en el ámbito de los servicios públicos, empresas
privadas que colaboren con el gobierno en la provisión, porque no
todo tiene por qué salir del exhausto presupuesto del estado.
E incluso, en la construcción de
infraestructuras, y los grandes proyectos, que no solo deben estar
abiertos a la inversión extranjera, sino también a la inversión de
los cubanos. Este engranaje económico no se establece en la nueva
constitución, de ahí que tiene poco sentido votar a favor de la
misma. Insisto, como dice Terrero ese “camino hacia una economía
con diversidad de formas de propiedad” que según su criterio se
abre en la constitución, no es otra cosa que una vía muerta al
servicio del régimen. Nada serio.
No es posible visualizar este modelo
en la nueva constitución. Su diseño está concebido para que los
cubanos sigan recibiendo salarios míseros con los que resulta
imposible ahorrar para el futuro. La economía continuará atada por
un complejo sistema burocrático dependiente del poder político que se reserva, siempre, la acción
última cuando se trata de imponer sanciones o cualquier tipo de
represión. Sin mercados competitivos de distribución mayorista que
permitan incorporar las nuevas tecnologías y facilitar la
adquisición de los insumos a todos los sectores productivos, y lo
que es peor, sin entender que no es por la vía de la sustitución de
importaciones como se desarrolla un país, sino justo lo contrario,
los cubanos no verán mejoras en su situación económica. A todo
ello se une la doble moneda en circulación, que ata las
posibilidades de desarrollo a medio y largo plazo de la economía.
La transformación del socialismo o
comunismo cubano en otra cosa no es una somera cuestión de
descentralización o de buena voluntad, sino de tener ideas claras y
proyecto. Los “revolucionarios” que se instalaron en el poder a
partir de 1959 publicaron una serie de normas alegales con las que se
apropiaron del capital productivo del país y trastocaron la
estructura económica cubana durante 60 años. Decisiones de ese
calado, pero en la dirección contraria son las que se necesitan para
que Cuba deje de estar en los actuales niveles de crisis estructural,
superando los errores cometidos, y lo que es peor, los que aún no
han llegado, que suelen ser los peores.
El problema es que los socialistas o
comunistas cubanos siguen creyendo que “la riqueza es privilegio de
pocos y anzuelo para muchos”, y eso es falso. La experiencia
muestra cómo la riqueza es un factor de movilidad social, de
progreso y de bienestar de las naciones. La experiencia la conocen bien los cubanos que abandonaron la isla en estos 60 años para instalarse en otros países. Y que igualar a la baja,
como plantea el socialismo o comunismo castrista, ni es la solución, ni es
sostenible, ni representa el futuro. Nadie piensa en el capitalismo
como alternativa. Posiblemente los viejos industrialistas del siglo
XIX estuvieran en esa onda, que todavía existe entre los socialistas
y comunistas castristas, cuando quieren situar al régimen
frente al espantajo de la propaganda. Por suerte en el siglo XXI el
capitalismo ha quedado muy atrás, y existen otros conceptos que tal
vez se deberían explorar por aquellos que atacan con intención
malévola.
Los cubanos tienen que saber que la constitución que se somete a
referéndum no plantea modelo de socialismo nuevo, sino una
continuidad de lo que en materia económica existe actualmente, con
los agravantes expuestos. En suma, supone santificar un sistema que
arranca de mediados del siglo pasado, y que no tiene justificación
en la sociedad global de la cuarta revolución industrial. La única
respuesta sensata es decir NO.
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