La riqueza no sólo viene del trabajo. Hay más

Elías Amor Bravo, economista
El diario comunista Granma dedica en su edición de hoy un artículo a la economía, y en concreto, lo hace con un titulo falsario, “La riqueza vendrá del trabajo”. Nada tengo contra la periodista que ha escrito ese panfleto porque seguramente se lo habrán dictado. Pero como incurre en algunos errores muy graves de análisis económico elemental, este blog va a dedicar esta primera entrada de 2019 a glosar su contenido.
Para empezar, desde hace muchos años, tantos que la memoria no alcanza, la Ciencia económica sabe que el trabajo, como factor de producción a nivel macro y micro, es fundamental para el engranaje productivo. Pero, obviamente no es el único factor capaz de crear riqueza, y con el tiempo, los economistas han dejado de hablar del trabajo, homogéneo y genérico, propio de las enseñanzas marxistas, y han empezado a establecer el talento como medición más adecuada de la contribución a la productividad y riqueza. Son cosas distintas.
Por ejemplo, el artículo parte de un grave error en ello, y cito textualmente “disponer de más recursos, incluidos los monetarios, en aras de satisfacer las necesidades crecientes y más calidad de vida (…) solo vendrá del trabajo, y de que los empeños individuales y colectivos estén dirigidos a desarrollar la economía”. Falso. Esto solo se produce en economías de sociedades de pobres, de subsistencia, en las que solo existe el salario como renta, y la población no dispone de activos alternativos que permitan generar riqueza.
En las economías modernas, los recursos que permiten disfrutar de un mayor nivel de vida vienen del trabajo, pero no sólo de él. Sobre todo, de todo aquello que se puede conseguir capitalizando el trabajo, ahorrando con esfuerzo, identificando oportunidades y riesgos y tomando posiciones para el futuro. No hace falta esforzarse mucho para observar que en Cuba “activar todas las potencialidades para producir más y con eficiencia” es impensable con su actual modelo, porque falla un elemento fundamental para ello: la motivación humana.
Los marxistas analizan la economía despreciando la motivación humana como elemento de creación de riqueza. Para ellos, la uniformidad social es la prioridad. La justicia social se centra en rebajar las aspiraciones, reducir las motivaciones individuales a favor de unos objetivos colectivos difíciles de medir y valorar, pero escasos y limitados. Y en este postulado, reside el fracaso del modelo. Por el contrario, la gente se mueve por estímulos que les garantizan acceder a un mejor nivel de vida, a cumplir sus sueños, a ver realizado un futuro mejor para los hijos y nietos. Esa es la motivación. 

Y entonces, además del fruto del trabajo, se ahorra aunque solo sea una pequeña parte, y los frutos de esos recursos permiten el acceso a otros bienes y servicios, o complementados con créditos bancarios, a la inversión en una o varias viviendas, en tierras, edificios, máquinas, patentes, etc, cualquier cosa lícita que permita generar más riqueza. El factor capital, en Cuba perseguido y extinguido por el régimen comunista durante 60 años, no ha servido para cumplir su importante papel en la generación de riqueza. Los cubanos tienen que huir de Cuba para constatar esa realidad económica, en Miami, en Madrid o en donde los lleve el destino.
Los economistas saben que el ciclo vital del consumo de las personas está condicionado por la riqueza humana, la que procede del trabajo a lo largo de la vida, y la riqueza no humana, que tiene que ver con los derechos de propiedad que tienen las personas sobre determinados activos, como la tierra, la vivienda, los solares, los ahorros, los planes de inversión y de pensiones, etc. En las economías avanzadas, el trabajo es un factor más, de los muchos que generan renta y riqueza,  y los gobiernos saben que para que un país salga del subdesarrollo y encamine con paso firme su evolución hacia la prosperidad, es necesario no poner trabas a esos factores asociados a la riqueza no humana, como ocurre en Cuba.
Además, el artículo de Granma no tiene en cuenta el hecho que vivimos en un mundo global, en el que las tecnologías asociadas a la cuarta revolución industrial están cambiando la forma de producir, de consumir, de invertir,… de trabajar. El trabajo ya no viene representado por aquellas masas humanas uniformes y grises de la Europa del telón de acero, la Rusia soviética, o los chinos de la revolución cultural de Mao. El trabajo de este nuevo siglo, se mide en términos de talento y cualificación, que no es otra cosa que una medición de la calidad del trabajo. Fidel Castro alguna vez habló de retribuir al trabajo en función de su calidad, y ahí está su herencia: los salarios de Cuba, unos 30 dólares al mes, de los más bajos del mundo.
Sin cualificación las empresas no pueden funcionar, por eso pelean por el talento y pagan sueldos elevados a aquellos trabajadores que aportan ese elemento diferencial de competencia. Los trabajadores no cualificados tienen que esforzarse para no perder el tren del futuro y  apostar por una estrategia de aprendizaje a lo largo de la vida que, en muchos casos, fomentan las empresas para ser más productivas y eficaces. Los sistemas educativos y formativos tienen que ser reorientados para contribuir de forma decisiva a este proceso, reclamar menos protagonismo social y apostar por la cualificación profesional. El problema es que el mundo ha cambiado, y mucho, y el régimen comunista de los Castro se mantiene en una burbuja artificial de mediados de los años 50 del siglo pasado, y lo peor es que nos quieren hacer creer que ellos tienen la razón. Fracaso absurdo.

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