El rostro de Cuba que destruyó la revolución

Elías Amor Bravo, economista
Los comunistas que dirigen Cuba desde 1959 no tienen otra cosa que la propaganda y la desinformación para ganar algún espacio de debate. Y como carecen de planes de futuro solventes para la economía cubana, se ensañan con descripciones del pasado que no hacen otra cosa que ir en contra de la historia.
Por desgracia, el tiempo ha hecho que muchos cubanos que pudieran dar testimonio de aquella Cuba pujante, próspera, dinámica y moderna que la llamada revolución truncó ya no estén con nosotros, nos obliga, por responsabilidad, a quienes somos sus legítimos herederos, a no permanecer callados ante un atropello a la Historia como el artículo publicado en Granma con el título, “El rostro de Cuba que la revolución cambió”. Yo soy uno de ellos, y como he recibido las enseñanzas e informaciones de mis antepasados, que con el tiempo las he contrastado con los hechos, no puedo permanecer callado ante este atropello.
Y nada más y nada menos que ilustran la sarta de mentiras que se publican en el diario oficial del comunista con el cuadro de Carlos Enríquez de 1938 “Campesinos felices”. Se me ocurren más de un centenar de obras que reflejan mejor esa nación que se perdió definitivamente en 1959. Por desgracia, muchas de ellas confiscadas por el régimen comunista, y sabe Dios en qué sitio se encuentran actualmente.
En cualquier caso, la relación de los “rasgos socioeconómicos generales que se encontró la llamada “caravana de la libertad” en 1959 es más falsa que una moneda de tres caras.
En relación con la economía, vuelven a la carga con la “estructura económica predominantemente agrícola”. Cierto, la pregunta es ¿qué hay de malo en ello? Otros países se especializaron en un mono producto, y tuvieron éxito, pregunten a Venezuela o los países de la OPEP y los ingentes ingresos obtenidos del petróleo desde 1973.
Además es falso que en Cuba solo hubiera azúcar. Además existía una banca moderna y eficiente que ofrecía todo tipo de servicios, un sector moderno de logística y distribución comercial, una hostelería y restauración mucho mejor organizada que el actual, establecimientos de servicios comerciales en todos los sectores modernos y de primera línea, mucho más avanzados que en Estados Unidos. En todo caso, gracias a eso que Granma llama “producción primaria de base agrícola”, Cuba podía importar del exterior con una favorable relación real de intercambio todo lo que necesitaba, obtenía un saldo comercial positivo (cosa que ahora es imposible) y el peso cubano estaba en la paridad del dólar de EEUU, casi como moneda refugio. Si no se hubiera producido el cambio de 1959, quién sabe dónde podría haber llegado la economía cubana.
En el recuento, incluyen como algo negativo, “la economía agrícola extensiva, latifundiaria, tanto en manos extranjeras como en las de una minoría cubana”, y esto es totalmente cierto, pero resulta que técnicamente muy adecuado y conveniente para alcanzar los rendimientos de escala eficientes de la tierra. Lo lamentable es que tras las confiscaciones, al pasar toda la propiedad colectiva a manos del estado, dejó de ocurrir ese efecto positivo, convirtiendo la nueva agricultura comunista “extensiva, latifundaria en manos del estado” en un páramo de ineficacia e improductividad, y así hasta nuestros días.
Mientras tanto añaden que “la gran masa campesina vivía en la miseria, agobiada por los intermediarios, sin créditos, con precios ruinosos”, lo que es absolutamente falso. No sé, tal vez yo viví en otro país. Los campesinos cubanos, los guajiros, comercializaban sus cosechas hacia los distribuidores y mayoristas de los mercados en las zonas urbanas, obteniendo beneficios con los que iban mejorando sus tierras, mecanizando e introduciendo innovaciones. El campo cubano, incluso desde aquellos que nada tenían, permitía gracias al trabajo y el esfuerzo vivir con dignidad a mucha gente, enviar a sus hijos a estudiar en la universidad e incluso convertirlos en dirigentes comunistas, véase si no el caso de don Ángel Castro. Esa hazaña hoy en día es impensable en la economía de sus dos hijos.
Por supuesto, en el recuento se sigue mencionando algo que es igualmente falso, “la completa dependencia del imperialismo norteamericano, que controlaba la industria exportadora; 1.200.000 hectáreas de tierras (incluido el 25 % de las mejores tierras agrícolas); la energía eléctrica; el abastecimiento de combustible; en medida importante, el crédito bancario y el servicio telefónico”. E incluso, aunque fuera falso, porque la economía cubana se iba diversificando en sus relaciones económicas internacionales desde mediados de los años 50, ¿qué hay de malo en depender de un socio que paga, y que además paga bien? Lo que hizo Fidel Castro fue precisamente someter todo ese aparato económico a las prebendas imperialistas soviéticas, que eran mucho más cicateras y miserables, exigían además contrapartidas inconfesables. Ahí están las cifras para comparar. E incluso, después, cuando cayó el muro comunista, a Venezuela, y la historia ya la conocemos.
En cuanto a eso que mencionan de “desempleo y subempleo permanentes y masivos, que llegaban a más del 25% de la fuerza de trabajo”, habría que ver qué hay de cierto en ello, cuando precisamente a mediados de los años 50 lo que ocurría a Cuba era que más de medio millón de europeos pobres, italianos, españoles, de países del Este, solicitaban visado para establecerse en el país y poder desarrollar sus vidas. Y cuando se establecían en Cuba ganaban dinero y prosperaban en tiempo récord, así que habrá que revisar esas cifras. En todo caso, ahora es peor, con las secuelas de subempleo, gente desanimada, bajos salarios e improductividad que solo dejan espacio para huir del país.
Y ¿cómo no? Los datos en educación y cultura antes del 59, nefastos. Se inventan que “como consecuencia de la política educativa aplicada en el modelo neocolonial cubano, en 1958 existían más de un millón de analfabetos; más de un millón y medio de semianalfabetos; la población mayor de 15 años tenía un nivel educativo promedio inferior a tres grados; había 600.000 niños sin escuela y 10.000 maestros sin trabajo”, una sarta de falsedades. Yo mismo procedía de una familia de maestros que al acabar sus estudios en la Escuela normal empezaban a trabajar, sin solución de continuidad. No recuerdo a ningún maestro o profesor desempleado.
La realidad es que en Cuba, sobre todo desde los años 40 lo que se había producido era justo lo contrario, con la emersión de clases medias y profesionales, descendientes de los pobres emigrantes que habían llegado a la isla a comienzos de siglo. Esos profesionales, leían, escribían, enseñaban y se movían libremente por el mundo, para volver a Cuba, creando un espacio para el desarrollo académico y científico que, una vez más, la revolución de 1959 cambió para siempre, pero si aquellas tendencias se hubieran proyectado al futuro, quién sabe dónde podría estar Cuba?
De la salud, como siempre, critican los medios, pero se olvidan de los resultados, y dice Granma, “ausencia de un sistema estatal de salud. Se contaba solo con 98 hospitales”, como si eso fuera determinante de los resultados. Desde hace muchos años, los economistas que se dedican a evaluar servicios públicos plantean que se realice desde la perspectiva de los resultados obtenidos, mucho más interesante y objetiva, que los medios utilizados. Pero en Cuba ya se sabe, todo es presumir de medios, aunque luego en los hospitales no haya material con qué enyesar o vendar heridas, calmantes, los cubanos tengan que llevar las sábanas a las camas a los hospitales, y falten los productos médicos básicos de asistencia, claro todo ello por culpa del bloqueo o del embargo. La realidad es que para los turistas que vienen a la isla, no falta de nada.
Y como siempre, acaban ofreciendo datos de mortalidad infantil, que se sabe están manipulados y no se corresponden con los indicadores similares internacionales, sino que el régimen los elabora como cree conveniente.
Y por último me llama la atención que se dediquen este año a hablar de la vivienda. Precisamente una de las cosas más desastrosas actualmente en Cuba, y que se encuentra en un estado mucho peor que antes de 1959, una década paralizada en la que centenares de miles de cubanos se ven obligados a hacinarse en lo que queda en pie, y lo que es peor,  con un régimen de tenencia que no garantiza unos derechos de propiedad privada justo para todos los ciudadanos, existiendo un conflicto jurídico provocado por las confiscaciones comunistas, que en algún momento se tendrá que resolver.

Así que este libro titulado “Memorias de la Revolución” tiene que ser sometido a revisión cuanto antes, porque lo que dice no solo está alejado de la realidad, sino que trata en vano de presentar algo que nunca existió. Quizás lo más importante de todo este tipo de consideraciones es que nadie quiere volver a lo que había en Cuba en 1959. Esto es algo unánime, porque el tiempo ha pasado y todo cambia. Pero también es cierto que nadie quiere que Cuba continúe como está ahora, y también en ello existe unanimidad. Las autoridades deberían ponerse a trabajar más para resolver los problemas que para contar historias falsas del pasado.

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