Díaz-Canel y el turismo que ha de venir
Elías Amor Bravo, economista
Díaz-Canel dijo que “Cuba puede marcar la diferencia en la actividad del turismo en la región, por los atributos que como país atesora, no solo por el sol y las playas, sino también su historia, cultura, identidad y seguridad ciudadana, que la diferencian del resto del mundo”. Y yo digo que está muy bien pensar así, pero que una cosa son las intenciones y otra bien distinta, las realizaciones. Vamos por partes.
Este enunciado grandilocuente del dirigente comunista fue realizado con motivo de la reunión de balance anual del ministerio de turismo, y Granma se encargó de darle la difusión.
Según Díaz-Canel, el turismo tiene “una alta responsabilidad en el desarrollo del país, al constituirse en la segunda actividad que más ingresos genera a la economía”. Así de pronto, la primera potencia azucarera mundial antes de 1959 se encuentra con un posicionamiento turístico estratégico, en buena medida, gestionado por inversores extranjeros que cuentan con el beneplácito comunista.
El problema es que este modelo no funciona. Y por mucho que Díaz-Canel crea que es el mejor, los resultados dejan mucho que desear. Y no solo veremos que 2019 no va a ser un año bueno para el turismo, sino que las metas propuestas seguirán sin ser alcanzadas.
En vez de culpar de este fracaso en la política turística al modelo por el que apuesta el régimen. Díaz-Canel volvió a irse por los cerros de Úbeda, culpando la campaña de 2018, ciertamente nefasta, "del complejo escenario internacional, marcado por los ataques, amenazas y una retórica imperial hacia Cuba, en la que se incluyen los incidentes acústicos”. Siempre es más fácil ver la culpa en otros, que en la propia responsabilidad. Esa herencia de Fidel Castro se encuentra bien arraigada en los sucesores de su régimen.
Porque para empezar, el turismo en Cuba no es solo cuestión de “una administración más eficiente”, o de que “las políticas públicas relacionadas con la actividad turística se cumplan por igual en el ámbito privado o estatal”. No. Lo que Díaz-Canel llama violaciones de las políticas “por chapucería, falta de detalles y de preparación de los cuadros que tienen visiones estrechas” no es otra cosa que la implementación efectiva del diseño de un modelo que no sirve, y que debería ser reemplazado por otro más eficaz.
Y aquí viene la cuestión a dilucidar, porque a pesar de que Díaz-Canel valora la importancia del sector no estatal como complemento de la economía, sobre todo en el turismo, lo cierto es que en Cuba, este sector sigue funcionando con dimensiones muy reducidas que impiden alcanzar economías de escala, crecimiento del empleo y la producción de servicios. Es decir, el turismo en Cuba, a diferencia de España, Turquía o Túnez, se mantiene bajo la presión dominante del estado y las empresas turísticas del ejército y la seguridad del estado, en relación con inversores extranjeros empeñados en que aquello funcione.
La apuesta por la calidad, por ejemplo. ¿Cómo quiere Díaz-Canel que el estado se convierta en resort turístico o gastrónomo de los turistas extranjeros? ¿Dónde se ha visto que el estado tenga que prestar estos servicios? En ningún lugar del mundo. El sector privado domina al 100% la actividad turística allí donde la misma se instala, y salvo casos anacrónicos como la red de paradores en España, la hotelería y restauración, así como la oferta complementaria, son de propiedad y gestión privada, 100%. Y gracias a esa gestión es cómo la calidad aumenta de año en año, los turistas vuelven a repetir y además, recomiendan el destino elegido a otros. No hay otro modo de crecer en el turismo que dejando que los agentes privados hagan su trabajo.
En Cuba, el estado mantiene una participación del 100% sobre los activos puestos al servicio del turismo, que se gestionan por empresas internacionales. La participación de los privados es muy reducida, tanto que las compañías como Airbnb han tenido dificultades para incorporar alojamientos en la isla, ante la deficiente calidad de la oferta privada. Los propietarios privados no tienen acceso a los mercados mayoristas, o lo hacen a precios imposibles. No pueden mantener y embellecer sus instalaciones porque sus beneficios son escasos, y el estado los aplasta con más y más impuestos, que lo que hacen es limitar su solvencia.
La receta de Díaz-Canel es esa. Hablar con boca pequeña del sector no estatal y después crucificarlo con impuestos, tasas y represión policial. En las empresas estatales, pasa más de lo mismo, pero en otra escala. Allí aparece esa obsesión con la “inquietud revolucionaria”, que se asocia falsamente con la “cultura del detalle”, algo irreal, y lo único que conduce es a unos establecimientos que están muy lejos de los niveles de calidad exigidos por turistas que, simplemente, al año siguiente no regresan.
Y entonces, ¿qué queda? dice Díaz-Canel “Eliminar trabas y burocracia, proponer soluciones para todo lo que pueda estar entorpeciendo el desarrollo del turismo, quitar hojarasca del camino y avanzar”, todo esto está muy bien para un discurso, pero es poco operativo.
Luego están los cubanos. En cualquier país del mundo, los gobiernos incentivan la actividad turística promoviendo el disfrute de sus ciudadanos. En España, por ejemplo, muchos hoteles subsisten en épocas de baja actividad gracias a los subsidios del programa del IMSERSO, que lleva a centenares de miles de pensionistas a disfrutar de zonas de descanso a precios bajos. Además, la economía permite que muchas familias puedan disfrutar de sus vacaciones, cortas o largas, en los hoteles que conforman la base turística del país. Los datos confirman que esa demanda interna de Cuba es imposible con salarios de menos de 30 dólares al mes, de muy bajo poder adquisitivo. Los cubanos se ven obligados a consumir, en el mejor de los casos, el campismo popular y otras fórmulas low cost, de modo que apenas pueden disfrutar de los modernos resorts gestionados por el capital extranjero.
Las distintas opciones alternativas de turismo moderno, como el de cruceros, programación cultural, realización de eventos, turismo de salud, senderismo, la vinculación del turismo con la academia y en las actividades extrahoteleras están muy verdes, y tal vez sería necesario afianzar el producto existente antes de lanzarse a caminos ignotos. Los estudios de mercado para conocer las demandas de los clientes los hacen las empresas privadas, y el impulso tecnológico también. Nadie debe poner al estado en estas actividades.
Finalmente, alguien dijo que como en lo que va del 2019 se ha recibido ya un millón de visitantes, el año será muy bueno para el turismo. Ya veremos. Con el actual modelo, lo dudo. Algunos inversores extranjeros ya se empiezan a preocupar por la repatriación de beneficios a casas matrices. Vamos a ver en qué acaba todo.
Buen artículo.
ResponderEliminarQuiero añadir una cosa: el increíble destrozo medioambiental de los cayos que está haciendo el gobierno cubano. Una copia del destrozo de las costas en muchos otros sitios (pienso en Cancún o el Mediterráneo español), solo que en el siglo XXI y en colaboración con multinacionales europeas.
Una increíble vergüenza por la que los izquierdistas de medio mundo estarían rasgándose las vestiduras si el gobierno fuera otro.