En torno a las ideas de Rodríguez para resolver el problema de la deuda cubana
Elías Amor Bravo, economista
Pese al análisis de
datos e indicadores de la economía, que no ofrece margen alguno para
la satisfacción, el ex ministro de economía castrista, José Luis
Rodríguez, cierra su artículo en Cubadebate con un alegato que
viene a contradecir todo lo dicho antes. En concreto, y cito textual
“en la valoración preliminar de la economía cubana para 2019
puede destacarse que se cuenta con un plan mejor y más realistamente
diseñado para enfrentar los desequilibrios macroeconómicos que se
agravaron en el pasado año cuando se creció un 1,2% solamente”.
El economista debe
saber que esto no es así. Que es falso. Y que la política económica
en curso no solo carece de márgenes, sino que tampoco sirve ni “para
asumir los riesgos y costos del ajuste que necesita la economía”,
y mucho menos ofrece las alternativas viables de solución para los
problemas más urgentes. Pero esa política, concluye, “cuenta con
un plan mejor y más realistamente diseñado”.
No es cierto. Si lo
que se quiere es aumentar la capacidad para captar ingresos en moneda
libremente convertible a corto plazo con el objetivo de financiar el
nivel de inversiones y aumentar la productividad del trabajo, hay que
hacer unos deberes, y además con buena letra, para los que la
economía castrista no está preparada, y dudo mucho que pueda
hacerlo.
Rodríguez ofrece
algunas pistas que vamos a analizar de forma somera. Según su
criterio, es urgente y necesario renegociar la deuda de corto plazo
en USD, estimada en un importe de 1.500 millones al cierre de 2018
(posiblemente superior dado el oscurantismo que practica en régimen
castrista con sus datos de inversión extranjera y deuda). Esta deuda
se encuentra formada tanto por deudas comerciales a muy corto plazo,
así como por dividendos retenidos por las empresas extranjeras.
La renegociación
debe ir dirigida a normalizar los pagos a 360 días, y ello
disponiendo de operaciones que permitan su conversión en CUC,
mediante tipos de cambio más favorables que la tasa oficial vigente,
para inversiones, pago de la fuerza de trabajo u otras obligaciones
en el país. Ningún acreedor va a renegociar nada en estas
condiciones. Ya se obtuvieron ventajas muy significativas del Club de
París y de Londres. Nadie arriesga su dinero a cambio de nada. Y
Cuba en este momento, tiene poco, casi nada, que ofrecer. Por eso, en
lugar de acudir a los mercados, las autoridades han decidido detraer
de las empresas extranjeras, sobre todo de hoteles, las divisas
recaudadas, una actuación mucho más agresiva que ha encendido las
primeras alarmas de 2019. A nadie le ha gustado.
En segundo lugar,
Rodríguez considera necesario “pasar gradualmente a un proceso de
titularización de la deuda en moneda convertible, mediante la
emisión de bonos y la creación de un mercado financiero, de manera
que la misma se pueda descontar en el mismo”. Una actuación
ciertamente complicada para un país cuya divisa no cotiza en los
mercados mundiales, del que no se tiene una información coherente de
los fundamentales de la economía. Por mucho que se orienten a
ofrecer las mejores condiciones a los acreedores de esta deuda
titulizada (tipos de interés muy elevados), no veo fácil que
aparezca demanda para ella. En un contexto de menor crecimiento
global como el actual, ningún inversor apuesta por “bonos basura”.
Rodríguez cita una
experiencia pasada de titularización de deuda llevadas a cabo por el
Banco Central de Cuba en la Bolsa de Londres, lo que posiblemente
guarde algún tipo de relación con el viaje de Carlos de Inglaterra
y Camila a la isla. Lo cierto es que ver a los comunistas herederos
de las doctrinas y enseñanzas de Fidel Castro apostar por las
“subprime” en Cuba no deja de ser gracioso a estas alturas.
Rodríguez alude a que en 2007 se realizaron dos emisiones de bonos
de 150 y 50 millones de euros, con tasas de interés entre 8,5 y 9,0%
a dos años vista. Tasas muy elevadas comparadas con la que se
establecen en las operaciones de capital, y que pusieron de
manifiesto los problemas de credibilidad de la economía castrista
para financiarse en los mercados internacionales y el abultado
servicio de la deuda que se ve obligado a aceptar. Además, el precio
para acceder a poco más de 200 millones de euros es muy elevado,
para una cantidad insignificante.
Otra sugerencia de
Rodríguez parte de “la creación de un fondo conjunto de
inversiones integrado por parte de las remesas que se envían al país
asociando a los remitentes, los receptores y el gobierno cubano en un
emprendimiento conjunto, pudiendo dirigirse a objetivos específicos
tales como construcción de viviendas, o el fomento de pequeños
negocios de propiedad cooperativa o privada en la esfera de la
producción”. Difícil que se pueda avanzar en esta propuesta, sin
un marco jurídico estable de los derechos de propiedad y el
reconocimiento pleno a los cubanos para invertir en cualquier activo.
Las experiencias de este tipo en países latinoamericanos que
menciona Rodríguez se basan en la existencia de estructuras
económicas de propiedad privada y mercado, no en regímenes de raíz
estalinista, como Cuba.
Otra propuesta
consiste en “desarrollar las importaciones en consignación, ante
la ausencia de un mercado mayorista que permitan abastecer de
equipamiento y materias primas los negocios del sector cooperativo y
privado, así como determinados segmentos de propiedad estatal como
puede ser el caso del turismo”. En tal caso, “las compras se
realizarían directamente en moneda libremente convertible para
asegurar la retroalimentación de los abastecimientos de la
consignación”. Pero esta actuación tropieza con la política de
sustitución de importaciones diseñada por las autoridades, y podría
ser incongruente con la misma, para la cual, lo más complicado,
sería crear agentes especializados que pudieran llevar adelante su
implementación. Liberalizar esta actividad y entregarla a
extranjeros no creo que pase por la mente de los planificadores
comunistas.
Por último, y con
respecto a la inversión extranjera, Rodríguez cree necesario
“impulsar la captación de proyectos mediante el apropiado
reconocimiento del riesgo del inversor en las negociaciones”. La
pregunta es ¿es que no se hace así actualmente?¿Cómo se miden los
riesgos asociados a las operaciones muchas de ellas cuestionables?
Además, Rodríguez sabe que apostar por una excesiva concentración
de capital extranjero en un solo sector, como el turismo, impulsando
“proyectos para inversiones extra hoteleras que no tengan alto
costo y rápida recuperación como parques de diversiones, turismo de
salud, turismo de naturaleza, turismo cultural y de entretenimiento”
podría descapitalizar a otros sectores de la economía que necesitan
igualmente el apoyo del exterior y podría acabar generando la
necesidad de más importaciones, lo que es contradictorio con las
políticas de ahorro externo. Casi un callejón sin salida.
Otras propuestas,
como la “venta de bonos de deuda pública con tasas de interés
estimulantes en pesos cubanos y a personas naturales, para reducir la
presión inflacionaria interna y proveer de fondos adicionales al
presupuesto del Estado en el corto plazo”; o “crear asociaciones
de pequeñas empresas para actividades productivas entre el sector
estatal y el no estatal, apoyadas por entidades financieras” y
“aumentar la política de estimulación salarial gradual en
sectores que presentan una fuerte erosión y que resultan claves para
el desarrollo, tales como la educación y la ciencia”, se debe reconocer que vienen con buena letra, pero una vez más, falla la
música general. Rodríguez sabe que actuar de este modo, sin
modificar los elementos jurídicos básicos del sistema económico,
solo podría generar distorsiones muy graves en los precios
relativos, cuya solución a la larga, podría ser mucho más
complicada.
Lo anterior indica
algo que es evidente, y es que en ausencia de subsidios soviéticos o
petróleo venezolano, o cualquier otra fuente externa, los márgenes
de la política económica en Cuba son muy estrechos, y que preservar
a toda costa, por motivos ideológicos y políticos, un sistema
ineficiente, obsoleto e incapaz de atender las necesidades básicas
de la población, no tiene razón ni justificación. Nadie tiene por
qué justificar un plan que ya no sirve para nada. El giro de 180º
es más necesario que nunca.
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