No es con subvenciones como se arreglan las cosas
En vez de ayudar a la demanda, sería mucho más eficaz y estimulante mejorar las condiciones de la oferta.
Es así de triste, y no hay para más.
Por eso, después del paso del huracán Sandy y su secuela de destrucción por Oriente, los ciudadanos que comprobaron que sus destartaladas viviendas habían sido asoladas por los vientos ciclónicos, quedaron todavía más asombrados al observar el aumento de los precios de los materiales de construcción con los que esperan regresar a una complicada normalidad.
El régimen reaccionó como siempre. Primero amenazando a quienes vendían los añorados materiales a precios elevados con confiscar sus negocios. Después, cuando comprobó que esa vía no era posible, dadas las urgentes necesidades de la población, fijó un sistema de subvenciones y ayudas, e incluso préstamos de bajo coste, para intentar reducir los montos de la reconstrucción.
Y, como siempre, en materia de asuntos económicos, se cometen errores de consecuencias muy negativas. La subvención para rebajar el precio de los materiales no es el mejor instrumento a utilizar en estos casos.
Primero, porque las subvenciones a la demanda distorsionan el valor real de las cosas e inciden en una demanda superior a la realmente existente, lo que a su vez influye en la limitación de la oferta. Tal vez, muchos que no se vieron afectados por el ciclón, y que disponen de recursos económicos para adquirir materiales, disfracen la realidad a fin de beneficiarse de las ayudas, lo que cierra el paso a otros quizás menos informados o simplemente sin estímulos para participar de las mismas.
Segundo, porque en vez de ayudar a la demanda, es mucho más eficaz y estimulante mejorar las condiciones de la oferta. Y para eso no se necesitan subvenciones.
El régimen castrista siempre ha tenido como principal objetivo el racionamiento, la escasez, el sometimiento de la población a sus disposiciones estalinistas de ordenamiento económico. En vez de actuar sobre la oferta, liberalizando la producción, garantizando que se produzca todo tipo de bienes y servicios en cantidad y calidad suficiente, actúa en dirección opuesta para mantener a la población bajo control. Ahora existe la oportunidad de liberalizar el sector de la fabricación de materiales de construcción, y permitir que un aumento de la oferta, por muy notable que sea la demanda, provoque la caída de los precios. Así es como hay que facilitar la reconstrucción, y no por medio de ayudas a la demanda, que terminan por malgastarse.
No es cierto que las subvenciones y gratuidades mejoren la equidad. Al contrario, la alteración que ejercen sobre los precios relativos distorsiona las decisiones de los agentes económicos e impide un funcionamiento eficaz del mercado.
Tercero, y no por ello menos importante. Las subvenciones anunciadas se deben pagar con cargo al presupuesto estatal. ¿De dónde van a salir los recursos en un momento en que el régimen está reduciendo gastos en los "éxitos de la revolución", como la sanidad y educación, al encontrarse estrangulado por la escasez de fondos? ¿No es una penosa contradicción dejar de gastar por un lado, para despilfarrar por otro?
El uso demagógico de los fondos presupuestarios tiene mucho que ver con la pésima gestión de la economía castrista durante medio siglo. Ahora, en Oriente se van a inmovilizar miles de pesos en subvenciones para tapar un agujero, mientras que otros se abren al mismo tiempo en otras partidas, igualmente necesarias ¿No sería más razonable dejar que la economía privada atendiera las necesidades de la población sin tanta injerencia estatal? ¿No es llegado el momento de que las fuerzas productivas de la economía cubana recuperen su espacio, derechos de propiedad y economía de mercado, para ayudar a la reconstrucción nacional? Son tantas décadas de fracaso estalinista, que la hora de dar un giro de 180º a la gestión de la economía ya está aquí. ¿A qué esperan?
Tomado de Diario de Cuba, 9 de noviembre 2012
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