¿Se acaba el comunismo en Cuba?
Elías Amor Bravo, economista
Causa sorpresa que el régimen castrista haya
tomado la decisión de decir adiós formalmente al comunismo. Al
parecer, y según diversas informaciones oficiales y oficiosas, que
se han dado a conocer, el término comunista, del que se vanagloriaba
la “revolución” de los Castro y que había provocado la ruptura
de la sociedad cubana a partir de 1959, ha sido eliminado en el
documento del anteproyecto de reforma constitucional que ha sido
aprobado por el parlamento del país.
Suprimir a estas alturas de la historia la
referencia al comunismo, no solo llega tarde, sino que me parece otra burla de los hermanos Castro
al pueblo de Cuba. Un espectáculo más de la forma de dirigir una
nación, llevándola de un lado a otro sin saber muy bien hacia dónde
ir, ni cómo. Estamos ante la experiencia de los peores 60 años de
la historia de Cuba; por eso, esta marcha atrás a destiempo no
merece más que una somera descalificación.
¿Por qué los herederos del régimen de los
hermanos Castro dan portazo al comunismo en la constitución, y sobre
todo, por qué lo hacen ahora?
Una razón puede encontrarse en la ausencia de
referencias internacionales similares. El comunismo lleva casi tres
décadas desaparecido de la geopolítica internacional. Tras el
derrumbe del muro de Berlín, la ideología que sustentaba la
revolución castrista desapareció de la extinta URSS y de las
antiguas repúblicas del Este, que eran aliados preferentes del
comercio con Cuba. Después, los chinos y los vietnamitas hicieron lo
propio, yendo más lejos aún en los procesos de transformación
económica. Tras la muerte de Fidel Castro en 2016, las pocas
referencias comunistas de Cuba eran Corea del Norte y Yemen, en
oriente medio. Se había acabado el cuento. Por ello, empezaron a
hablar de socialismo, de socialismo sostenible, de socialismo del
siglo XXI, etc, sin dar el paso hacia el término democrático. Y en
esa posición se han enrocado, porque alguien les habrá dicho que
dejen de perseguir un ideal que nunca llegará.
Este es el segundo punto que ha debido pesar en la
decisión de suprimir el término comunista de la constitución. Los
inversores extranjeros, por los que puja el régimen en los mercados
mundiales, la larga fila de acreedores y operadores trasnacionales
con quiénes hacen negocio las empresas monopólicas del conglomerado
del ejército y la seguridad del estado, no son muy favorables al
término comunista, que suele trasmitir sensaciones desagradables,
sobre todo cuando se trata de hablar de dinero, inversiones y
oportunidades comerciales. Alguien les habrá dicho que es mejor hablar del
socialismo, y en tal caso, la sustitución puede haber venida
motivada por referencias externas. Algunos dirigentes políticos europeos que han viajado a Cuba para apostar por la colaboración del régimen con la Unión Europea han transitado precisamente de posiciones comunistas a socialistas. Nada raro hay en ello. Es solo un asunto de confianza. Incluso si ello fuera así, bienvenido
sea el cambio. Una posible demostración que el régimen ya no está tan
fuerte como antes y que acepta más que sugerencias y consejos.
En tercer lugar, las medidas liberalizadoras de
los llamados Lineamientos, pese al control absoluto que ejerce el
estado a través de la propiedad de los medios de producción, la
planificación, intervención y control de la economía y la ausencia
de mercados, han provocado tímidos conatos de pequeños espacios
para el ejercicio de la propiedad privada, que tiene muy poco, o casi
nada que ver con la referencia a la ideología comunista. De hecho,
la propiedad privada sí que se relaciona con el socialismo
democrático, pero incluso en este terreno resbaladizo el régimen
sigue teniendo problemas. No conviene olvidar que el régimen
mantiene un contencioso histórico en relación con los derechos de propiedad de
las confiscaciones sin compensación realizadas entre 1959 y 1968 que
en algún momento tendrá que asumir y resolver. Abordar este proceso
debería recomponer la estructura de los derechos de propiedad en
Cuba a su reconocimiento jurídico histórico, que fue violentado por
decisiones administrativas que atentaron contra la inviolabilidad de
la propiedad privada.
Así que, una vez que se pone fin al llamado
"avance hacia la sociedad comunista" recogido en la
Constitución vigente, de 1976 la pregunta inmediata es ¿hacia dónde
quieren llevar a Cuba sus dirigentes? No creo que estemos ante una
simple adaptación de lenguaje o de terminología. Pienso que, para
muchos cubanos que apostaron y creyeron en las bondades de la
revolución comunista de 1959, y que viven todavía, contemplar cómo
el ideal en que creyeron pasa a mejor vida, les va a provocar un
cierto rechazo. Considero que la fractura generacional está servida,
y que el régimen habrá calculado al milímetro los costes de esta
sustitución de términos. Al fin y al cabo, en Cuba nadie se cree ya
el cuento de los avances y los progresos. Y dado el estado actual de
las cosas, el nuevo diseño de lograr, “un país socialista,
soberano, independiente, próspero y sostenible", es tan
genérico y volitivo que no resulta extraño que las sombras de la
incertidumbre vuelvan a aparecer en cualquier momento,
Y aquí vuelven las contradicciones, porque ese
objetivo se pretende alcanzar con el mantenimiento irrevocable de un
artículo de la constitución que nadie puede alterar. Un artículo
que hace referencia a la revolución y el modelo político y
económico, que nunca podrán ser modificados. De ese modo surge la
contradicción que la referencia al comunismo sale de la
constitución, pero el único partido autorizado es el comunista, al
que se tiene que preguntar entonces, ¿cuál es su ideología y
cuáles sus principios? Como se puede observar, no es fácil
desprenderse del caparazón obsoleto de 60 años de comunismo.
Navegando en aguas turbulentas, el Partido Comunista queda como
monopolio de la acción política en el estado, al tiempo que se
ratifica el carácter socialista de la revolución y la
“irrevocabilidad del modelo político y económico”.
Tremendo lío. Las anomalías harán que el
paradigma entre en crisis más pronto que tarde. Lo vamos a ver. Los
procesos de transformación económica, una vez puestos en marcha,
rara vez vuelven a atrás, por mucho que la constitución mantenga la
acción expropiatoria del estado, con las mismas justificaciones que
en textos precedentes. Es posible que la narrativa comunista vaya en
claro retroceso, y que a partir de ahora, los niños dejen de “querer
ser pioneros por el comunismo, como el Che”, pero el daño social y
antropológico en la sociedad cubana ha sido tan grande, que se
tardarán años para recuperar el estado de las cosas hacia una
cierta normalidad.
La prueba está que los pasos dados por Raúl
Castro durante más de 10 años apenas han servido para que la
ocupación privada sea algo más del 11% del total de empleados del
país. La poca riqueza que se genera en la economía sigue estando en
manos del estado y los mecanismos de extracción sobre los privados
son cada vez más sofisticados y variados. Nada nuevo bajo el sol.
Ah bueno, y para terminar, felicito a Alejandro
Gil Fernández, que fue nombrado ministro de economía y
planificación de Cuba. Un dirigente nacido después de la
revolución, lo mismo que yo, creo que le llevo unos pocos años, y
que deberá enfrentar los endémicos problemas económicos de la
isla, agravados por la crisis en Venezuela. Me alegro de esta
renovación. Aunque había sido hasta ahora número dos del
ministerio, era bastante desconocido. Nada que ver con Ricardo
Cabrisas, de 81 años, que hasta ahora había sido el responsable de
la economía. Le deseo éxito, y sobre todo, le pido que arriesgue. Por ejemplo, que empiece dando pasos positivos suprimiendo el apellido "planificación" de su ministerio. Arriesgarse es una competencia fundamental en la gestión de la economía. En
ello, le daremos todo el apoyo.
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