¿Qué pretende conseguir el régimen con los transportistas privados?
Elías Amor Bravo, economista
Uno de los sectores del trabajo por cuenta propia
que se ha mostrado más reivindicativo con el régimen castrista ha
sido el transporte privado. No hace mucho tiempo nos
llegaban informaciones relativas a valientes protestas de los
emprendedores acompañadas de paros en la prestación de los
servicios, como respuesta a las restricciones, trabas, controles y
límites impuestos por las autoridades comunistas al desarrollo de
esta actividad. Los turistas extranjeros que accedían a los
servicios de los transportes privados escuchaban, sin reparo alguno,
críticas y valoraciones muy negativas hacia el régimen por parte de
estos profesionales. Algo que las autoridades no iban a permitir por mucho tiempo.
Destacar que el transporte de viajeros en Cuba, un
país en el que la población carece de acceso al automóvil privado
como ocurre en otros, presenta un atraso y dependencia absoluta del estado. Es un modelo de transporte público, poco eficiente, atrasado, totalmente en manos del estado, y diseñado con criterios colectivistas, en el que las
demandas de los consumidores no se tienen en cuenta en la
planificación burocrática de los servicios. Por dichos motivos, los
transportistas privados de La Habana, unos 6.900, consiguieron en
poco tiempo un gran éxito, al atender a una franja importante de la
demanda.
Granma recoge en un artículo la información que
“a partir del 8 de octubre entra en vigor en la provincia de La
Habana el reglamento de la Licencia de Operación de Transporte (LOT)
para las actividades de arrendador de medios de transporte, gestor de
pasajeros en piquera, y transporte de pasajeros con medios
automotores de tipo auto, jeep, panel y microbús con capacidad de
entre cuatro y 14 pasajeros”.
Esta LOT, incluida en la Resolución No. 174/2018,
es un "documento de autorización, intransferible, que tendrá que
poseer la persona natural o jurídica que quiera prestar servicios de
transporte en el territorio". Y para poner en marcha esta LOT, las
autoridades disponen que en La Habana se ponga en marcha un
"experimento" consistente en ordenar dicho servicio prestado por los
privados. Más claro: agua. Según la Resolución, “el objetivo de la misma es buscar
un equilibrio entre los intereses del pueblo, los del estado y del
gobierno, y de los transportistas que deseen participar”.
En mi opinión, lo que se pretende es convertir a
los transportistas privados en empleados públicos, sometidos a la
dirección estatal de la economía, eliminando todos los márgenes
que habían logrado para el ejercicio libre de su actividad. Una
estrategia que el régimen ha empezado con las distintas categorías
de trabajo por cuenta propia, en una especie de nueva “ofensiva
revolucionaria” que quiere devolver el control absoluto de la
economía al estado. Un grave error.
Las medidas de intervención, control y coerción
a los transportistas privados son muy diversas.
Para empezar, una vez más, se limitan las zonas
en que se puede prestar en servicio. No existe libertad de prestación
en el territorio. En concreto, se establecen 23 rutas y 26 piqueras
asociadas. Es decir, de forma deliberada, no se podrá brindar el
servicio en toda la capital. Como cabría esperar, las empresas
estatales que todavía funcionan en el sector tampoco tendrán
libertad para el ejercicio de la actividad.
Ese mapa de prestación
del servicio, cuya realización por las autoridades se justifica con
una serie de criterios de cierto nivel de complejidad, como “el
acercamiento de la población a los centros asistenciales; rutas que
comprendan en su diseño como mínimo hasta dos tramos o 16
kilómetros; un diseño multipropósito o vinculante para diferentes
operadores, estatales o privados, teniendo en cuenta los recorridos
que son realizados por los trabajadores por cuenta propia en la
actualidad y la movilidad de la población” es una seria
restricción al ejercicio de la actividad libre por los
transportistas y una clara injerencia del estado en la misma. Parece
que en la elaboración del mapa se ha tenido más en cuenta las
limitaciones derivadas de la escasez de petróleo, que las demandas
reales de la población. El régimen antepone los intereses privados
a los colectivos.
Otro aspecto intervencionista, regular y
coercitivo del experimento es la obligatoriedad que se establece “de
tener cuentas bancarias asociadas a tarjetas magnéticas, que
permitan la realización de transacciones de pago con las entidades
estatales”. A cambio, se permite que los transportistas puedan
adquirir herramientas, partes y piezas “en correspondencia con la
disponibilidad, a precios iguales a los minoristas menos un 20% de
descuento”. Hay que tener en cuenta lo que supone esta medida de
injerencia en la cuenta de resultados de los privados.
En primer lugar, los transportistas tendrán que
abrir una cuenta en un banco y depositar en ella parte de sus
ganancias para poder obtener la tarjeta magnética de Fincimex, una
entidad estatal, la única que servirá para justificar los gastos.
Esto supone tener que dedicar parte del tiempo de trabajo a tareas
administrativas, lo que en Cuba, con una oferta limitada de entidades
bancarias, puede suponer mucho tiempo perdido (largas esperas, colas,
etc).
Por otro lado, también pasar por el banco es otra
forma de control de la actividad, sobre todo en un país donde los
bancos son propiedad del estado y canales de trasmisión de
información. La única ventaja de acceder con descuentos a insumos,
como baterías y neumáticos en el mercado mayorista que aún no
existe, o contar con talleres de reparación (que todavía no
existen) parece muy limitada.
Otro aspecto intervencionista y
controlador del experimento tiene que ver con el consumo de
combustible autorizado. Lejos de facilitar la libertad de suministro
para quien puede trabajar más y lo quiere hacer, lo que permitiría
realizar más horas de trabajo y obtener mayores ingresos, las
autoridades estiman “la obligación de un consumo mínimo anual,
distribuido por meses, para cada tipo de medio y en correspondencia
con su capacidad.
Es decir, para un vehículo de hasta
6 plazas (tipo auto, jeep o panel) se establece un consumo mensual de
275 litros si es diésel y 310 litros si es gasolina. Los datos
anuales son 3.300 y 3.720 respectivamente. Superar ese esquema
restrictivo, supone que el vehículo debe quedar parado. Con un
consumo del 6%, que puede ser relativamente bajo para los autos que
circulan por La Habana, ya me dirá a mí un transportista privado a
dónde va si solo puede hacer unos 152 kilómetros diarios de
servicio en una capital de gran extensión. Esto es lo que hay.
Además, el suministro debe ser
adquirido por tarjeta magnética Fincimex con un precio de venta que
obliga a pagar por litro 2 CUP para diésel, 10 CUP la gasolina de
motor, 13 CUP la regular y 16 CUP la especial. Para esos precios del suministro a los vehículos,
el servicio prestado a la población será de 5 CUP por pasajero para
tramos de hasta ocho kilómetros, y los vehículos estarán
debidamente señalizados con una pegatina que visualice la ruta
autorizada y la delimitación de sus recorridos y precios.
El experimento, dentro de los procesos de control, exige a los titulares de licencia
que no deseen participar en el mismo y soliciten acogerse al servicio
de taxis libres que se identifiquen igualmente, trabajando bajo el
principio de oferta y demanda, así como con la obligación de
consumir un mínimo de combustible, comprado por tarjeta magnética,
al precio minorista según el tipo. Lo mismo que se aplica a los que
participan en el experimento. La diferencia es que “los titulares
de taxis libres no pueden brindar servicios en las rutas del
experimento ni los de alto confort o clásico, estos últimos
asociados a piqueras exclusivas del turismo por reservas en oficinas
comerciales”.
El experimento ofrece a quienes decidan participar
en el mismo un sistema tributario específico. Es evidente que el
interés de las autoridades de atraer a los transportistas hacia la
LOT es grande. Decisiones de este tipo pueden crear graves problemas en el sector. En concreto la eliminación del beneficio del no pago
de impuestos por la utilización de la fuerza de trabajo hasta 5
trabajadores creará profundas diferencias. De ese modo, por la contratación incluso de un solo
trabajador, el impuesto tendrá una forma de pago en otras
condiciones, y disminuye la cuantía a pagar a solo un 5% solo para unos, pero no para todos por igual.
El descuento se reconoce en el momento de
presentar la declaración jurada, como gasto deducible del total de
los ingresos, el 100% de los gastos de combustible que consuman por
tarjeta magnética y hasta un 40% de todos los ingresos declarados.
En este punto, se señala que a los titulares de licencia se les
exigirá una certificación del combustible consumido, mediante
tarjeta magnética emitida por Fincimex, como justificante para el
pago de sus impuestos. Tarjeta que se respalda con el depósito bancario al que hemos referido antes.
Otra ventaja es la bonificación a quienes cumplan
determinados requisitos, de una reducción entre un 10 y un 20% del
impuesto que correspondería pagar al cierre del año con la
presentación de la declaración jurada. Respecto de los requisitos, los transportistas que
quieran beneficiarse estímulo no deben haber tenido infracciones en
la conducción del vehículo, incumplimientos de otros tributos y el
importe de los ingresos declarados debe ser superior en al menos un
2% del que resulta de aplicar los índices de ingresos brutos por
litro de combustible. Requisitos que hacen bastante difícil el
acceso a la bonificación.
Las autoridades pretenden ir extendiendo el
experimento a zonas próximas como Artemisa y Mayabeque y de forma
gradual a todo el país. Ya veremos si antes no paralizan el proceso. Los transportistas van a protestar. Y en todo caso, preveo que muchos se volverán a la economía sumergida, al margen del control oficial. Es más segura y rentable. Y ofrece libertad que es lo que muchos desean.
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